05 PM | 14 Nov

LA INTERNACIONAL DE LA BONDAD

 

                                 FELAS

 

Para los roussonianos es una oportunidad para el disfrute temporal .Monumento al arte proscrito, la película fue secuestrada, no pudiéndose estrenar hasta el festival de cine de Berlín del año 1.988, sufriendo el director infinidad de vicisitudes hasta que le llegó la expulsión del partido comunista. La “Comisaria” es por encima de todo una película de amor, que tiene su máximo esplendor cuando Efin, interpretado por Rolan Bikov el bufón de Andrei Rublev, lava los pies a su esposa y la dice: “María te amo”. María tiene miedo, y participa del romance fílmico que nos sirve para reflexionar sobre la maldad de la guerra y la violencia, además de ser un verdadero progromo a los hebreos, las imágenes del linchamiento a la familia, y los niños convertidos en fierecillas, son mejores que diez artículos sobre el holocausto. Manifiesto de humanismo y tolerancia, cargado de emociones, el amor está por encima de la violencia de la guerra.
Imágenes memorables son los caballos trotando con la montura puesta sin jinetes, el paso a cámara lenta de la niña en el columpio, el ejército llegando al pueblo, la cámara siguiendo el dulce dormir de los niños, el parto del que son partícipes todos los espectadores, la búsqueda de una religión para el recién nacido, las manos que bailan a modo de títeres…Una gran interpretación de Nona Mordioukova, en el papel de la comisaría, actriz que fue dirigida por Mikhalkov en Los parientes. La peripecia humana que plantea» La comisaria» está perfectamente integrada en un contexto político e histórico determinado, la guerra civil rusa, transmitiendo una emoción épica y lírica como consecuencia de imágenes que claramente podemos calificar de virtuosas.

 

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08 PM | 08 Nov

LA HEGEMONIA REACCIONARIA

 

                        GREGORIO MORAN

Quizá no estábamos preparados para reconocerlo, porque es muy duro, pero las cosas son como son y no tenemos más que dos opciones. O nos engañamos y hacemos como si no pasara nada, porque el futuro es nuestro, como decían todos los que no alcanzaron a verlo. O bien lo asumimos y admitimos que los precedentes históricos no sirven para nada. Estamos metidos de hoz ycoz en un periodo histórico de hegemonía reaccionaria. Podemos hacer todas las masturbaciones mentales que queramos tratando de buscar las causas, pero lo que veo menos claro es cómo demonios salir de esto. Tienen mucha gracia esos que afirman, con la boca grande y la cabeza pequeña, que los problemas están en la falta de alternativas. ¡Como si la victoria de Berlusconi o el voto masivo a las candidaturas corruptas en España hubieran sucedido ante las deslumbrantes perspectivas de sus líderes!

Observen a Obama. Rompió con su programa para sacar a las grandes corporaciones financieras de la bancarrota. Ayudó a la industria automovilística para que evitara la quiebra inminente. Consiguió como pudo una reforma sanitaria de mínimos, que no podrá aplicar. ¿Y cuál fue el resultado? Los banqueros y los empresarios han echado el resto, primero forrándose a costa del contribuyente, sin reducir un mínimo ni sus ingresos ni sus bonus, y luego financiando la campaña contra Obama. Los tigres no se dulcifican porque les echemos palomitas. Al contrario, se enfurecen por tener un cuidador tan cándido. Pero no nos confundamos, de no haber hecho lo que hizo, hubiera sido aún peor, con toda probabilidad. Me recuerda una vieja polémica de la izquierda en los años setenta. Si Salvador Allende y su Unidad Popular debía ir más de prisa o más despacio en sus reformas. Como iba despacio, la derecha se crecía y la izquierda de la izquierda tocaba a rebato, y la cosa acabó como el rosario de la aurora, que es como deseaba la extrema derecha que dio el golpe.

 

Pero ahora no estamos ante un fenómeno de ofensiva general de la extrema derecha. Se trata de otra cosa y debemos adaptar nuestra capacidad analítica a un espécimen diferente, porque decir extrema derecha quiere decir Pinochet, o Franco, o fascismo en general, y lo que aparece ahora no va por ahí. Acostumbrados a la amalgama analítica, nos cuesta pensar que no es lo mismo un reaccionario que un extremista de derecha, pero debemos empezar a reflexionar sobre eso. Lo que vivimos, la marea que nos desborda, no es la extrema derecha, sino un movimiento reaccionario que no trata de hacer una revolución conservadora -valga la contradicción-, ni resucitar el racismo y la xenofobia. Por más que lleve gérmenes de todo eso, lo que quiere sobre todo es volver atrás, recuperar un mundo supuestamente perdido, un mundo que por cierto no existió nunca en la armonía que ellos le atribuyen. Ahí está el meollo del asunto; las clases medias se han vuelto reaccionarias y las izquierdas, conservadoras. Unos anhelando volver al pasado imposible y los otros tratando de no perder lo conseguido.

¿Qué es el Tea Party sino un movimiento reaccionario, en el que también hay muchas otras cosas, extrema derecha incluida? Pero no nos dejemos engañar, porque eso es flor de un día y la hegemonía reaccionaria va bastante más allá. Ya tendremos tiempo de analizar la visita papal a España, y lo que la rodea, que es lo importante. Bastaría detenernos en el fenómeno de Barcelona. El sueño del obispo Torras i Bages hecho realidad. Banderitas del Vaticano y senyeres patrióticas. “Catalunya serà cristiana o no serà”. Impensable hace tan sólo diez años; no digamos ya veinte o treinta, cuando la autonomía catalana daba sus primeras boqueadas, superiores a las de la Segunda República, y los cruzados del Papa de ahora estaban todavía discutiendo sobre la viabilidad de la dictadura del proletariado. Esa dama que encabeza hoy Òmnium Cultural ¿no es la misma que conocí yo en el PSUC? Posiblemente me equivoque, con la edad se me despintan las caras, y además los años nos hacen cambiar mucho. Hemos vuelto a tiempos de conversos. Se acabaron las evoluciones ideológicas, ahora hay descubrimientos. Paulo vuelve, y la principal característica del de Tarso era su capacidad para mandar, de ahí su obsesión de poder.

¿Hay acaso alguien que tenga la menor duda del significado reaccionario de este fenómeno? Nada que ver con la extrema derecha, no confundamos. Pero es la reacción, de eso no hay duda.

La hegemonía reaccionaria es también una evocación de formas de poder que creíamos conclusas, por superadas para siempre. Otra cosa para la que no estábamos preparados: nada se supera para siempre. La arcaica discusión sobre el poder temporal de la religión, por ejemplo. Este furor de las iglesias, la católica en primer lugar, por considerar el laicismo como el principal enemigo que abatir. Quizá el peligro está ahí. Es más fácil cambiar de religión que dejarlas todas. Al final los creyentes en los dioses omnipotentes tienen unos intereses comunes. Porque una de las cosas más curiosas de esta hegemonía reaccionaria está en su pasión por armarse, y la mejor arma que conoció el siglo XX y que desarrolla el XXI son las masas. Armarse de masas para imponerse. Respetando, si no hay más remedio, a las minorías, pero conscientes de que tienen el derecho al poder, secularmente, y que una minoría debe entender que sus derechos se reducen a sobrevivir. En eso han cambiado los tiempos, antes la hubieran liquidado.

No estamos hablando de cotufas en el golfo, sino de algo que está en nuestro sistema de una manera omnipresente. Fíjense, sin ir más lejos, en lo más obvio de nuestra vida democrática, los partidos políticos. Fíjense en esa pulsión suicida que los domina. Freud explica en numerosos textos las pulsiones y su capacidad autodestructiva. Es un tema fascinante y terrible para el funcionamiento de una sociedad supuestamente abierta. Pero la verdad es que los partidos en España han adquirido una pulsión suicida. Me explico. Un partido político puede optar por un candidato que va a perder, a sabiendas de que rechaza otro que puede ganar. Dos ejemplos de muy distinto signo avalan la teoría. Uno en Asturias y otro en la Comunidad Valenciana.

Asturias es una de las autonomías donde la degradación política alcanza niveles inimaginables. Una corrupción pueblerina, pálida, sin sol, pero eficiente para aguantar en tiempos tan duros. Un tejido mafioso que no necesita matar a nadie, porque sólo se mata cuando surge la competencia y peligra el negocio. En Asturias no peligra nada salvo caer en la ruina de no tener subvención. El Partido Popular se presenta a las elecciones en la conciencia segura de que va a perder y, de pronto, les aparece el candidato Álvarez-Cascos. Un tipo duro, correoso, un profesional. De quién y cómo Cascos llegó a la operación de aspirar a presidente de la comunidad asturiana es otro tema, que bien merecería un análisis, pero ahora estamos en algo obvio. Sin Cascos el PP perderá irremisiblemente en Asturias, y sin embargo es la cúpula del propio partido asturiano la que considera peligroso para el mantenimiento del statu quo la posibilidad de que un candidato de su partido gane las elecciones.

No es único. En Valencia la cúpula del Partido Socialista ha rechazado la posibilidad de que compitieran en elecciones primarias el candidato oficial Jorge Alarte, que no tiene ninguna posibilidad de ganar al PP de Camps en elección alguna, incluidas las de sociedades falleras, y Antoni Asunción, que al menos ofrecía la posibilidad de ponérselo difícil. El aparato del partido decide impedir unas primarias en Valencia, con la connivencia del PSOE central, y asumir que le es menos engorroso dar cumplimiento a la tranquilidad de los dirigentes valencianos enquistados en la derrota que tratar de plantar cara al Partido Popular.

Eso no es otra cosa que una variante más de la hegemonía reaccionaria que nos ha tocado vivir. El más terrible de los refranes castellanos: más vale malo conocido que bueno por conocer.

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08 PM | 08 Nov

JOSEFA EN LES MORTIGUES

 

                                    FELAS

Película precursora del neorrealismo italiano, “TONI” transmite la vida auténtica de los emigrantes  no sólo a través de las imágenes, también con el sonido, el de las canciones populares y el  tren a tiempo real acercándose a la estación de Les Mortigues. Un tren que llega con maletas cargadas de ilusiones al comienzo y que repite su presencia al final, ésta vez con el plano del protagonista sobre las vías.

 Josefa, interpretada por Celia Montalván, de la que no hemos encontrado referencias, habla un francés correcto, y ese sería uno de los puntos flacos de la película, Renoir lo resuelve introduciendo algunas palabras en castellano, pero no es suficiente, hubiera ganado realismo, además de actores no profesionales, un francés propio de quien lleva poco tiempo en Francia.

 Hay una escena omitida por los productores: los dos cargan a Albert  hasta el bosque ocultando en la carreta de la lavandería (recordando la primera escena amorosa) y son acompañados a lo largo del camino por un alegre cortejo fúnebre con los trabajadores cantando. Renoir quería mostrar el irónico contrapunto entre música y drama.

Josefa perturba a Toni y los dos son víctimas tanto de su condición social como de su deseo, y a pesar de algunos defectos, sin duda producto del momento, Renoir siempre nos sorprende. En su libro “Mi vida y mi cine” publicado por Akal dice refiriéndose a “TONI”:

”Rodada con medios escasos, marcó la consumación de mis sueños de realismo intransigente. Veía en ella la perfecta derrota del mosquetero y de los héroes del melodrama. ¡Cómo me equivocaba! Creyendo rodar una lamentable aventura extraída de la vida cotidiana, relataba, casi a pesar mía, una desgarradora y patética historia de amor”.

 

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11 PM | 31 Oct

LA ESCUELA DE PARIS

 

       JESUS FERRERO 

Lo que se está expresando en la capital francesa es un malestar difuso, lo suficientemente abstracto y general como para influir en otras partes. Y cuando Francia se altera, el efecto de repetición está casi asegurado

Cuando a los 18 o 20 años llegábamos a París con la intención de trabajar pero también de estudiar y de conocer a sus maîtres à penser, no sabíamos hasta qué punto París era una escuela que te obligaba a cambiar de carácter y a comportarte y vestirte de otra manera. Ya el primer año caías en la cuenta de que en París, como en parte ocurre también en Nueva York, todos eran personajes y de que tenías que cultivar tu propio personaje si querías sobrevivir. Percibías que las reuniones y fiestas eran concilios de personajes más que de personas. Si habías elegido el personaje inadecuado o sencillamente no eras un personaje tus pasos podían estar contados.

 

Puede que el dandismo parisino se deba a esa necesidad imperiosa que siente todo habitante de París de ser algo más que persona, algo más que personne.

También te dabas cuenta de que en París la gente era bastante solitaria buena parte del día, y que por eso necesitaban cenar fuera y con los amigos: eran los únicos momentos en que podían sentirse verdaderamente acompañados. En parte la ciudad te ayudaba a sobrellevar esa soledad con su fisonomía pintoresca y laberíntica, y en parte no. La soledad, mucho más severa que en España, y la necesidad de fabricarte un personaje tendían a acentuar tu narcisismo, otra de las revelaciones fundamentales que llegaba a ti el primer año: el culto al narcisismo tan característico de París y de cuyas dimensiones no se suele ser consciente hasta que uno no lleva algún tiempo allí.

Todo ello te iba configurando una conciencia del equilibrio más que un equilibrio de la conciencia. El culto a las formas y a los límites equilibrados del cuerpo te acercaba, sin que tú lo quisieras, a un cierto idealismo, y todo idealismo es en principio idealismo formal, pura estética. Advierto además que se trataba de un idealismo plegado al cuerpo y a sus circunstancias y muy plegado al personaje que uno estaba interpretando. Puede que en realidad se tratase de escudos necesarios. Ya decía Nietzsche que en torno a nosotros va creciendo una máscara, y que en el fondo esa máscara nos protege, y París tiene los habitantes adecuados como para albergar en su seno todos los abismos.

Pero además de ser una escuela de la vida y para la vida, París era también una gran escuela filosófica y literaria.

Los que han conocido la influencia cultural que tuvo Francia en Europa y en Iberoamérica, sentirán extrañeza de que París haya dejado de ser el faro que fue. Cuando yo cursaba estudios universitarios en la capital francesa, París era La Meca de los estudiantes extranjeros y algunos maîtres à penser habían alcanzado una gran celebridad e influían poderosamente en las cofradías de pedantes de los dos lados del Atlántico. Aquellos intelectuales que fueron clasificados, a menudo erróneamente, de estructuralistas, supieron seguir la estela de los existencialistas, que tan bien habían sabido vender su angustia, y eran adorados por sus seguidores. Podían ser lo que fueran, pero mantenían vivo el mito de París como capital de las ideas, completamente vivo. No era fácil advertir entonces que iban a representar el canto del cisne, que iban a ser la última escuela de pensadores de París verdaderamente influyente y seductora.

Si me fío de los hechos y de las emociones que me azotaron en aquel tiempo, yo diría que el año 1980 fue fundamental para percatarse de que la demolición de un mundo y de una escuela se estaba dando ya, de forma fulminante y casi disparatada, pues ese año Barthes murió por causa de un estúpido accidente de tráfico que casi parecía un suicidio, murió también Sartre (uno de los tres grandes padres de todos ellos, los otros dos eran Lacan y Lévi-Strauss), y finalmente Althusser estranguló a su mujer una noche de angustia extrema, inconsciencia y locura. Sin olvidar que un año antes el filósofo marxista Nicos Poulantzas se había suicidado abrazado a sus libros y arrojándose desde el piso 32 de la megalítica torre de Montparnasse, símbolo total de capitalismo francés. Para volverse locos.

Tres años después, Foucault moría de sida, y 10 años más tarde Deleuze se suicidaba por defenestración. Pero aún quedaban dos miembros notables en relación con esa escuela: el más viejo y el más joven, Lévi-Strauss y Derrida, hace algún tiempo muertos, por lo que se puede decir que se trata de una escuela que ha pasado íntegramente a la historia.

Vista desde cierta distancia, creo que ha sido una gran escuela de pensamiento en la que se han albergado tres generaciones en el más amplio sentido del término: los padres (Lévi-Strauss, Sartre y Lacan), los hijos (Barthes, Deleuze, Foucault, Lyotard…) y los nietos (Baudrillard y Derrida), y en la que el marxismo, el existencialismo y, finalmente, el estructuralismo conformaron sus tres grandes ramas que en ciertos momentos se tocaron, en otros se entrelazaron y en otros se combatieron con furor casi vesánico. A su vez, todos ellos tenían como antepasado fundamental a Freud, con frecuencia en mayor grado que a Kant, Hegel, Marx, Nietzsche y Heidegger.

Concebida la escuela de forma simbólica, podría decirse que levantaron una hermosa torre de Babel, que luego fue destruida por sus últimos miembros y entre cuyos escombros ahora nos movemos. Dos generaciones de constructores, algunos muy ambiciosos y faraónicos, y otra más de demoledores desenfrenados y bastante neuróticos. Suele pasar hasta en las mejores escuelas y las mejores familias. Construir y destruir: pura unidad dialéctica ya proclamada en el Eclesiastés.

En muchos aspectos representaron el fin de un mundo y el comienzo de otro. Unos teorizaron la desarticulación del saber y otros llegaron incluso a encarnarla trágicamente.

Al margen de las irresponsabilidades en las que pudieron caer a veces, para mí representaron la parcela más noble y desinteresada del mundo de París. Eran amables y accesibles, les gustaba vivir, eran generosos con la virtud y el vicio, y les habría escandalizado el moralismo siniestro de nuestros días. He intentado seguir a mi manera esa tradición pero cada vez es más peligroso porque el mundo se ha vuelto muy feroz.

Hace poco anduve deambulando proustianamente por París y la ciudad me transmitió, además de emociones estéticas incomparables, cierta sensación de decadencia, aunque en más de un aspecto vi que seguía siendo la escuela que siempre fue. Un domingo, me senté en una terraza de la rue Saint-Antoine y empecé a ver ante mí un tranquilo carnaval: cada peatón era todo un personaje. Normal. Ciertas tradiciones tardarán en desaparecer de la Escuela de París. Como también va a tardar en desaparecer el espíritu de revuelta con el que periódicamente nos despierta: por ejemplo ahora. Como muy bien dice la prensa francesa, lo que ahora se está expresando en París y en el resto de Francia es un malestar difuso, lo suficientemente abstracto y general para que las cosas vayan a más. Si fuera así, que los otros países pongas sus barbas a remojar. Cuando Francia se duerme, se duerme todo el continente, de la misma manera que cuando Francia se altera el efecto de repetición en otros lugares está casi siempre asegurado.

Pero eso es también la Escuela de París. Acabo de llegar de allí y antes de coger el avión estuve desayunando en un café de la plaza de la Sorbona mientras veía una manifestación de estudiantes de Farmacia y Medicina. Algunos y algunas iban disfrazados de enfermeras porno, y se lo estaban pasando muy bien a pesar del frío. Dos se tiraron a la fuente, otro hacía el gesto de estar sodomizando a un padre de la patria de bronce que se erguía junto a la fuente, otros estaban intimando en medio del jolgorio. Los policías los observaban a distancia con muy mala cara, como si pensaran que aquello podía ser el comienzo de una hermosa amistad con profusión de disciplina inglesa. Los camareros miraban a las chicas con lascivia y reparo. Uno de ellos dijo: “Esas putillas solo entran al café para mear. Prohíbeselo y diles que el lavabo solo está a disposición de los clientes”. “Vale”, dijo el subalterno, el mismo que me susurró mientras me cobraba: “¿Sabe? Las cosas empiezan medio en broma y luego se disparan. Que pase usted una buena jornada”.

Jesús Ferrero es escritor.

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05 PM | 26 Oct

Las películas de nuestra vida (4)

                                              SERVADAC
El cine se entreteje misteriosamente con los hilos que gobiernan nuestras vidas.

Yo tenía una novia y nuestra relación estaba agonizando. Fuimos a ver una película de José Luis Cuerda: La marrana. Con semejante título la cosa no podía acabar bien. Al salir del cine, dimos por concluida, para siempre, nuestra afinidad. Y cada uno por su lado

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Al cabo de unos meses, me presentaron a la madre de mis hijos. Quedamos para ver Las mejores intenciones, de Bille August, discípulo de Bergman.

Ingmar Bergman no quiso rodar la vida de sus propios padres. Redactó el guión y se hizo a un lado. Con gesto sobrio –la procesión iba por dentro– cedió la dirección a Bille August. El alumno supo merecer la confianza del maestro.

Minicine o microcine o cine infinitesimal. Butacas rojas y sala diminuta. Ahí estábamos los dos mirando la pantalla, mirándonos al bies, como si la proyección se hiciera en varios planos: interno y exterior. Mientras los padres de Ingmar Bergman se daban puñaladas, yo buscaba alguna frase de película que me ayudara a declararme.

– ¿Quieres pasar el resto de tus días a mi lado?
– No.

Después de tanto tiempo, aún seguimos juntos.

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O sea que acabé con La marrana… y comencé con Las mejores intenciones.

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