06 PM | 11 Oct

POR LOS DE ABAJO

  

  En los últimos días nos han dejado para siempre dos intelectuales de izquierda a los que personalmente tenía mucha estima, Paco Fernández Buey, y Luis Gómez Llorente. Al primero  tuvimos ocasión de conocer en la Universidad de Verano en un curso sobre Gramsci (luego publicó Leyendo a Gramsci) y disfruté como nunca con ocasión de un debate sobre laicismo en una mesa en la Casa de Asturias en la que con Llorente estaban Bustelo, Santesmases, y Salazar que acaba de publicar: “Desigualdades Internacionales”.

  Si Fernández Buey nos ponía sobre la pista de los herederos de Marx en el primer “Topo”, Llorente nos dejaba en la editorial Cuadernos para el Diálogo “Aproximación a la Historia del socialismo Español”, y si Paco Fernández nos deja Marx (sin ismos), Gómez Llorente profundiza en la Escuela Pública en otro libro genial de la Fundación Pablo Iglesias.

 Hace un par de años, y a propósito de un aniversario de Manuel Sacristán, pedimos al Concejal de Cultura de San Lorenzo una sala para analizar su obra, y teníamos prácticamente comprometida la presencia de Fernández Buey, que era el que mejor conocía su obra y al personaje. Pero claro, en San Lorenzo sólo se permite el salón de actos a la Asociación de Abantos.

 Cuenta  José Martínez Cobos, que una tarde del 14 de agosto del 61, cuando el PSOE celebraba su octavo congreso en el exilio, Llorente defendió una ponencia de la Agrupación Socialista de Madrid, en contra de las tesis de Indalecio Prieto, era la primera vez que un delegado se atrevía a contradecir a la Dirección en un congreso. Y nos cuenta Salvador López Arnal, que a Paco por su actividad en el Sindicato Democrático (Universidad de Barcelona) le tocó hacer la mili en El Aiún, y que en los tiempos de la revolución posible era capaz de mostrar la viva imagen de la sensatez. De una sensatez de entonces, distinta a la que se puede encontrar hoy, cuando se pensaba que tumbar la dictadura era instaurar algo parecido al socialismo.

Tenían en común no ser sectarios, respetaban las diferencias y eran conscientes que sólo con la unidad de acción con los sindicatos podría avanzarse hacía una transformación social de la sociedad. Conocieron personas y compañeros  ligados a su época que fueron ministros, subsecretarios, directores generales, pero ellos no pudieron aguantar las puñaladas cainitas de los partidos políticos, y se fueron cada uno desde su ámbito ideológico sin ruido, sin protestas, casi disimuladamente. Pero eso sí, fueron siempre honrados y lucharon cada uno por los de abajo. Ahora que se habla de desafección está claro que ni a Luis ni a Paco se les puede achacar esta cuestión .Si hubiera habido más como ellos  otro gallo nos hubiera cantado.

 

 

Compártelo:
08 PM | 10 Oct

EL PLANETA AMANTE

EL PLANETA AMANTE («Melancolía» de Lars von Trier)

A lo largo de su filmografía, Lars von Trier ha buscado redefinirse continuamente como director, persiguiendo la originalidad como un fin en sí mismo. Pero estas ansias revolucionarias y provocadoras le han llevado también a una senda de artificiosidad de la que le ha sido difícil librarse (Anticristo, 2009). Esta preocupación por tratar de renovar el lenguaje cinematográfico y de imprimir la marca “von Trier” en cada nuevo filme, ha afectado creativamente a sus últimos trabajos, en los que además, su morbosa necesidad de maltratar a sus heroínas -la marca de la casa-, no le ha dado siempre sus mejores resultados. Por ello, una de las cosas que más sorprenden de Melancolía es el sosiego que respira, como si el director finalmente creyese finalmente en una historia y quisiera contarla junto a su heroína, no contra ella, como viene haciendo desde Breaking the Waves (1996), donde comenzó a utilizar la fórmula de tener como protagonista a una mujer que, ya sea inocente o culpable, suele acabar siendo agredida o asesinada. Sin embargo, en Melacholia, aunque también acabe con la muerte de la heroína, surge una extraña sensación de calma y al mismo tiempo de madurez artística.

 

La película de von Trier, de forma similar a Terence Malick en El árbol de la vida (2011), con quien coincidió en Sección Oficial del Festival de Cannes de este año y ahora en cartelera, introduce dentro de la narración un elemento cósmico que afecta directamente a la vida de sus personajes. Los dos trabajos, algo inhabitual en el cine de autor de los últimos años, ponen directamente en relación el universo y lo humano, aunque cada uno de forma total y agresivamente opuesta. El director de Europa (1991) parte de una historia en la que la chica protagonista (Kirsten Dunst) durante la celebración de su boda, se ve afectada por el influjo de un planeta que amenaza con hacer estallar la tierra. Un astro (humanizado) que está danzando alrededor de la tierra con pensamientos amorosos -hacia la protagonista- y apocalípticos al mismo tiempo. Malick, sin embargo, con su visión idílica y benigna del universo, totalmente fusionada a la idea kantiana de lo sublime, y también de lo trascendente, se opone radicalmente a la visión erótica y destructora de von Trier, más primitiva que la de Malick, bajo cuya idea del universo subyace la idea de armonía, expansión, belleza; en definitiva, de Orden. En Melancolía, el cosmos es amenazante, intrusivo, demasiado cercano, humano en cierto modo, como los dioses precristianos. La más bella de las criaturas, una mujer, atraerá el deseo de un planeta y para buscar la consumación,  éste danzará como un animal en celo a su alrededor hasta finalmente alcanzar su objetivo. Von Trier logra verdaderamente algo extraordinario, que es fusionar lo más animal, como ese instinto que hace que los mamíferos se pavoneen, bailen, salten o muestren sus atributos, con lo cósmico. Lo instintivo mezclado con lo eterno. Un planeta convertido en un amante. Sin duda una de las más cautivadoras imágenes que se han visto hace tiempo. No hay idea de Dios, de trascendencia, de orden, de sentido. En Melancolía todo es deseo irracional, frente a la racionalidad y la lógica del universo malickiano. En von Trier, la pasión, y con ella la muerte, terminan siendo más poderosas que la vida.

Otro de los elementos más interesantes del último filme de von Trier es como la película evoluciona y rompe con las expectativas del espectador. Tras una obertura de cuadros que juegan con una estética pictórica surrealista y romántica, de imágenes alegóricas, estampas que nos anuncian lo que ha de suceder, nos hallamos con una película que tarda en encontrar su lugar. En cierto modo, comienza aparentemente de la peor de las maneras, con una estética que recuerda al movimiento Dogma, cine que él inauguró y clausuró con Los Idiotas (1998). Justine, la protagonista, acaba de casarse pero comienza a comportarse de forma extraña, rompiendo con los protocolos sociales, con lo que se espera de ella. La boda poco a poco se convertirá en un total fracaso, y ella, dejándose llevar por algo que no puede controlar, llegará a tener relaciones sexuales con un invitado en medio del jardín, bajo la mirada del planeta. Tras este primer acto en el que filme no difiere temática y estética de muchos otros, la película nos introduce brillantemente en otro “género” de cine, el apocalíptico. Comprendemos que ella se ha convertido en una “lunática”, en este caso en “melancólica”, por el influjo de la cercanía del planeta. Sus reacciones, aparentemente incomprensibles en un principio, cada vez se irán haciendo más lógicas, hasta que al final de la película será el único personaje cuerdo, capaz de afrontar con valentía su propia muerte y la de la humanidad. Los hombres (curiosa utilización por parte del von Trier del actor Kiefer Sutherland de la serie 24, icono de los valores tradicionales de la masculinidad: fuerza, decisión, valentía,) son los representantes de la cobardía. Se escabullen, se escapan o se suicidan, dejando solas a las mujeres. Justine se convertirá así en la auténtica heroína, capaz de mantener ese sosiego, esa calma que se producirá antes de la catástrofe.

Antes del fin, en una de las mejores escenas de la película, ella, Justine, atraída por el planeta, se desnudará en medio del campo exhibiendo su cuerpo y excitando la danza del amante, que culminará con la consumación del acto: la apocalipsis. Probablemente Melancolía sea la película que ha llevado más lejos el sentido último del verbo consumar, en su definición de llevar a cabo totalmente algo. Aquí se trata de la consumación total, de un romanticismo exacerbado que lleva a la extinción por el poder de la atracción. Dos cuerpos, uno celeste y otro humano, se funden y al mismo tiempo se destruyen.

Con Melancolía, von Trier ha creado una película extraña y poderosamente romántica. Un filme que nos lleva hacia una gran imagen final, casi de éxtasis, en la que cuerpo y materia estallan al unísono.

Daniel V. Villamediana

(Publicado originalmente en el Culturas de La Vanguardia)

Compártelo:
06 PM | 08 Oct

IN MEMORIAM

EL HILO DE CONTINUIDAD

 

EL HILO DE CONTINUIDAD

Luis Gómez Llorente acaba de fallecer esta madrugada y me cuesta mucho hablar en pasado, constatando que ya no está entre nosotros. Han sido tantos años de conversaciones, de diálogos, de debates, que cuesta mucho pensar que ya no contaremos con su fina ironía, con su voluntad de trabajo, con su esfuerzo por pensar una y otra vez los grandes temas que le apasionaban: la escuela pública, la ciudadanía, la laicidad, el movimiento obrero, el legado del socialismo democrático.

Comencé a tratar a Luis en los meses del verano del 79, cuando se produjo un debate de enorme intensidad dentro del socialismo español tras la dimisión de Felipe González como secretario general del PSOE. Comienza en aquel verano la primera Izquierda socialista que Gómez Llorente lideró, con Pablo Castellano, Francisco Bustelo y otros muchos compañeros. En las historias oficiales siempre aparecen como la sombra que permite apreciar con mayor nitidez la luz, o dicho de otra manera, como los que encabezaban una alternativa que fue afortunadamente derrotada y permitió el acceso al gobierno años después.

En esas historias oficiales nunca se profundiza en los motivos de aquel debate. Algunos hemos intentado una y otra vez, con escaso éxito, enmarcar el debate de aquellos meses en un contexto más amplio que lo conectara con las grandes preguntas de la izquierda europea: ¿qué relación hay entre izquierda y poder?; ¿hasta dónde debe llegar un partido socialista para alcanzar una mayoría electoral?; ¿qué consecuencias tiene enterrar la identidad ideológica del socialismo clásico?

Son preguntas que una y otra vez aparecen en los textos de Gómez Llorente, en sus conferencias, en sus charlas, en los debates de aquellos meses y en reflexiones producidas años después. Así como en el fragor de la batalla del 79 encontramos un Gómez Llorente muy preocupado por los peligros del electoralismo, del parlamentarismo, del exceso de concentración de poder en una sola persona… Años después esa preocupación se transforma. Aunque fue uno de los artífices de la Conferencia de Organización y Estatutos que legalizaba las corrientes de opinión dentro del PSOE, no quiso seguir en la política institucional, a pesar de poder encabezar la candidatura por Asturias o poder concurrir si lo hubiera deseado en la lista por Madrid. Se retiró de la política institucional, pero no de la actividad política, no volvió a participar en las querellas internas de partido pero nunca abandonó la lucha por el socialismo.

El lugar en el que encauzó su gran saber, su enorme experiencia, su personalidad, fue el mundo sindical. A través de su militancia en la FETE (Federación de Trabajadores de la Enseñanza), logró seguir día a día los debates sobre la política educativa, sobre la enseñanza comprensiva, sobre los problemas de la desigualdad, analizando los avatares del confesionalismo y del neoliberalismo.

Los lectores de Temas para el debate han podido seguir su aportación a todos estos problemas, unido a su combate por el laicismo. Renace ahí el gran filósofo político que logra conectar la crisis de la democracia con la batalla por la tolerancia, la defensa de la autonomía moral con el respeto a la pluralidad de cosmovisiones morales y religiosas. Poco dispuesto a seguir las modas mediáticas, era obsesivo, sin embargo, en conocer la última disposición de los distintos Ministerios de Educación, en analizar el último documento de la Conferencia Episcopal para poder rebatir con rigor la ideología de la nueva conjunción liberal-conservadora.

Han sido muchas las ocasiones en las que hemos ido comentando y analizando todos estos temas. La última ocasión fue la preparación de unas jornadas sobre Laicidad y ciudadanía, organizadas por el Partido Socialista de Madrid, en las que ya no pudo participar.

En las próximas horas, en los próximos días, recordaremos su buen hacer parlamentario, su capacidad reflexiva, sus dotes oratorias, su sentido de la austeridad, su respeto por las ideas ajenas. Todo ello es verdad. Gómez Llorente era un gran parlamentario, un magnífico orador, un profesor sin igual, pero era algo más. Con motivo de la exposición sobre Pablo Iglesias, organizada por la Escuela Julián Besteiro, decía Gómez Llorente algo sobre el fundador del PSOE y de la Ugt, decía algo que se le puede aplicar a él mismo: “Si Pablo Iglesias hubiera sido solamente un demócrata, un defensor de los débiles, un pacifista, un defensor del Estado laico, podía haber encontrado curso perfectamente a sus inquietudes dentro de lo que eran, en el esquema de partidos de la Restauración, los partidos radical burgueses. Si Pablo Iglesias hubiera sido solamente esas cosas que he dicho hasta ahora, no habría manera de establecer una diferencia radical con personajes absolutamente nobles como, por ejemplo, Pi i Margall, Azaña o, por referirme fuera de la estricta política, Unamuno”.

Pero añadía Gómez Llorente: “Pablo Iglesias, además del pacifismo y de la democracia, del laicismo y del republicanismo, postulaba un partido de clase y unos sindicatos de clase”. Gómez Llorente era también, en ese sentido, un Pablista convencido. Sería un error, sin embargo, considerar que lo hacía quedando anclado en el pasado sin tener en cuenta el tiempo transcurrido. Para Luis la lectura de los clásicos del socialismo era un ejercicio intelectual que llamaba, que animaba, que incitaba a la reflexión. Por ello, nada mejor para terminar, que recordar lo que decía al presentar una exposición sobre Pablo Iglesias, que organizó en la escuela Julián Besteiro. Se preguntaba Luis: “¿Cuál es el hilo de continuidad con Pablo Iglesias?, ¿por qué estamos aquí esta noche honrándole?” Y contestaba: “Yo estoy seguro de lo que nos une profundamente a Pablo Iglesias, el hilo de continuidad con Pablo Iglesias, es su crítica al concepto liberal de la libertad y de la igualdad. El socialismo surge, desde mi punto de vista, como la crítica a ese concepto liberal de la libertad que había concebido, que había que proteger la libertad de los individuos frente al Estado absolutista y frente a la Iglesia que oprimía las conciencias, y de ahí que toda la concepción liberal camine desde el punto de vista de garantizar los derechos civiles. Pero, el socialismo surge precisamente de una clase que no se siente oprimida sólo por el poder del Estado y por el poder de la Iglesia, sino que se siente oprimida por el poder del dinero, por el poder patronal, por el privilegio social, y que se da cuenta, por lo tanto, de que la libertad real de la mayor parte de los individuos tiene que ser protegida frente al poder del dinero y al poder patronal. Y esto significa también regulación, planificación, control global de la economía. Ese sí es un mensaje subyacente, profundo, que sigue tan vivo en nuestro tiempo como cuando Pablo Iglesias lo afirmaba”.

Es un mensaje, pienso, que hoy ante la actual crisis económica está más vivo que nunca.

Antonio García Santesmases

Compártelo:
06 PM | 07 Oct

SERGEI PARAJANOV

Considerado uno de los diez directores más destacados e influyentes del cine mundial, Sergei Parajanov (1924-1990) es -al contrario que Ingmar Bergman, Federico Fellini o Akira Kurosawa- uno de los más desconocidos. Su “descubrimiento” internacional con LOS CORCELES DE FUEGO (1964) supuso también que Parajanov renegase de toda su obra anterior a la que calificó de “basura”.

Nacido en Georgia de padres armenios, Parajanov desarrolló un personalísimo universo poético de elementos europeos y orientales al que pudo dar continuidad con la que se considera su obra maestra, EL COLOR DE LA GRANADA (1968). Sin embargo este film, cuyo guión fue aprobado en 1966 en la etapa del deshielo, fue perseguido y manipulado al ser estrenado en 1968. También Parajanov fue vigilado, amordazado artísticamente y, finalmente, encarcelado en campos de trabajo acusado de traidor, bisexual y traficante de obras de arte. No pudo volver a rodar otro largometraje hasta 16 años después, con la ayuda de David Abashidze: la subyugante LA LEYENDA DE LA FORTALEZA DE SURAM (1984). El último largometraje que llegó a concluir fue ASHIK-KERIB (1988), también con Abashidze, ya que la muerte por cáncer de pulmón le impidió completar LA CONFESIÓN.

Compártelo:
10 AM | 06 Oct

EXORCISMO (por Quin Casals)

Esta reseña es la crónica de un fracaso anunciado. Porqué, ¿cómo decir justamente aquello que no puede decirse? He visto miles de películas, pero solo un puñado las he sentido, las he experimentado, las he vivido como «Melancolía».

Sobre lo visto, podría apelar a las casi sobrenaturales imágenes que impregnan el film, a las soberbias interpretaciones de Gainsbourg y Dunst, a la desconcertante sencillez de planteamiento y desarrollo que alberga un sinfín de complejidades. Podría incluso afirmar que cada vez está más claro que Strauss compuso el Zarathustra para que Kubrick lo usara en «2001», Mahler el Adagietto para «Muerte en Venecia», y Wagner el preludio de Tristán e Isolda primero para inspirar a Bernard Herrmann los motivos de «Vértigo» y, más tarde, para que Trier lo utilizara en «Melancolía».

Pero, ¿y la emoción? ¿Cómo transmitirla? Palabras como escalofrío, palpitación o lágrima pueden dar pistas, pero son sólo reflejos incompletos de los efectos, incapaces de explicar las causas. Mi impotencia es que con ellas no puedo reproducir la congoja que me produjo la danza de la muerte entre el planeta Melancolía y la Tierra, ni cómo comprendí perfectamente los sentimientos más recónditos de Justine y de su hermana Claire (los antagonismos en la ficción no son sino diferentes caras de una misma poliédrica moneda humana con la que todos nos podemos identificar).

Mi acompañante en la sesión y yo compartimos a su término que nos sentíamos anímicamente mucho más reconfortados que cuando habíamos entrado. En esta paradoja, dado lo que se narra en la historia, radica su milagro. Y todo gracias a un niño. No puede concebirse «Ordet» sin el personaje de la niña, y no puede concebirse «Melancolía» sin el del niño, gracias al cual las dos hermanas pueden despojarse de su egocéntrico ensimismamiento autocomplaciente y regalarle a la inocencia una ofrenda de inocencia.

De igual manera, «Melancolía» regala, a quién quiera aceptarla, la ofrenda de un abrazo. Yo me dejé abrazar. Pero, de nuevo, ¿cómo se escribe un abrazo? Y, más aún, ¿para qué?

Quizás parte de la respuesta pueda encontrarse en estos breves extractos del poema «ESCRIBIR» de Chantal Maillard:

escribir

para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos

escribir

para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa

(…)

escribir
para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra

(…)

escribir

porqué crujen las rodillas
y hay como un sueño
esperando ser soñado
justo detrás del dolor

(…)

escribir
porqué alguien olvidó gritar
y hay un espacio blanco
ahora, que lo habita

(…)

escribo

para que el agua envenenada
pueda beberse.

Compártelo: