02 PM | 26 Abr

guerra y politica

Guerra y política
El Medio Oriente desorienta a Hollywood
traducido por Flavia de la Fuente y Quintin

Hollywood descubre que la Tierra no es plana“ era el titular de la primera plana de un número reciente (28 de noviembre de 2005) de Variety, el semanario de la industria del espectáculo. El artículo, importante, explicaba que la globalización sería de ahora en más el horizonte económico de los estudios. Hace veinte años que el extranjero juega un papel importante en la economía hollywoodense. Hasta ahora se trataba esencialmente de Europa occidental y Japón. Hoy, las multinacionales del entertainment tienen necesidad del mundo entero : toda el Asia, el Medio Oriente, América Latina… Poco después (el 9 de enero de 2006) Variety volvía sobre el tema para explicar que el mundo les resultaba complicado a los estrategas de Hollywood.

Esta dimensión geoeconómica forma parte de un fenómeno actual, revelado por films sintomáticos como Syriana o Munich. Estas películas no traducen solamente el (real) compromiso contra la política del gobierno de Bush por parte de una gran parte de las estrellas americanas (en los títulos de Syriana, a manera de Quién es quién, así como también en Good Night, and Good Luck, Jarhead, Lord of War, The Constant Gardener) o las profundas dudas de un poderoso director-productor como Steven Spielberg, quien desde hace un cuarto de siglo actúa como si fuera el portador de un mensaje para sus contemporáneos. Estas películas -y este es uno de los aspectos más interesantes- traducen la obligación y la dificultad de la industria para enfrentar una globalización menos simple que el modelo de expansión clásico sobre el cual había funcionado el imperio del tercer tipo1.

La fuerza estratégica e intelectual del cine hollywoodense consiste en inventar los puntos de intersección entre los compromisos de los que toman decisiones, la mentalidad de sus clientes potenciales en Estados Unidos (donde una parte cada vez más grande de la población, desde el 11 de septiembre, vira a posiciones ultraconservadoras) y sus intereses económicos a escala mundial.

Si existe el movimiento de opinión expresado en la pantalla por numerosos directores -tal como lo describe Bill Krohn en estas páginas- este le da buenos beneficios a los mecanismos de fabricación y promoción del sistema hollywoodense (cine y televisión) gracias a la convergencia objetiva y a la siempre notable capacidad del sistema de sacar partido. Mientras que la televisión le ofrece a francotiradores como Joe Dante la oportunidad de lanzar brulotes polémicos, las dos superproducciones Munich y Syriana se caracterizan por ser proyectos industriales pesados al servicio de una concepción desorientada del mundo, exactamente lo último que podía esperarse.

Esta desorientación es nueva. Los grandes films críticos de comienzos de los años 80 (y los siguientes) se referían a los modelos sociales o morales, a la idea de una comunidad a la que se oponían las fuerzas de la destrucción o de la disolución. Compartían una idea del bien y del mal cuyas perversiones o fracasos podían cuestionar su definición y el funcionamiento de “las reglas del juego” pero no refutaban el principio. Coppola, Cimino, Scorsese, De Palma, Eastwood, Pakula, Penn, Sidney Pollack, Oliver Stone y, por supuesto, Spielberg, pero también Michael Mann o M. Night Shyamalan… orquestaron transgresiones de las fronteras de todo tipo, cuestionaron su validez y su forma. Ninguno de ellos las borró ni las dio por borradas. Y casi siempre, la familia como comunidad de referencia -familia constituida o por reconstruir- cumplió la función metonímica de los intentos de vivir juntos, atravesados por todos los interrogantes, pero en el seno de un horizonte conocido que era, en primer lugar, el horizonte estadounidense : hasta hoy, Hollywood no ha hecho más que películas sobre americanos (incluyendo Vietnam, La última tentación de Cristo o La lista de Schindler en las que ningún personaje es de nacionalidad americana.)

No es más el caso de los dos films sorprendentes que se acaban de estrenar. Ambos pertenecen a la era de la globalización en la que Estados Unidos juega un papel dominante pero donde la conformación del espacio, del tiempo, del imaginario está lejos de estar totalmente modelada por los esquemas americanos. Esto se muestra de dos maneras diferentes : el mosaico y el deshilachamiento. Llevando mucho más lejos el fraccionamiento narrativo demasiado simplista de Traffic (dirigida por Steven Soderberg), el guionista Stephen Gahan orquesta en Syriana una simultaneidad en la que los fanáticos reconocerán el gimmick narrativo de la serie 24 horas. Pero contar hechos que ocurren simultáneamente en Washington, Teherán, Ginebra, Dubai y Dallas no sirve en este caso para construir una demultiplicación dramática, el objetivo es poner en escena la interacción de las decisiones económicas y políticas a escala internacional. El proyecto de Syriana, que toma al petróleo como fuerza de enlace mundial y el Medio Oriente contemporáneo a sangre y fuego como escenario, es en efecto -y esta vez es un mérito- claramente pedagógico.

Se trata de hacer comprender qué significa la globalización y el papel decisivo y dañino que juegan los intereses americanos y sus mecanismos políticos,

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