10 PM | 05 Ene

EL ROSTRO IMPENETRABLE-DIA 12 A LAS 18 HORAS

El rostro impenetrable. (One-Eyed Jacks. Marlon Brando, 1961) Western. Estados
Unidos. 141 min. color. Doblada en castellano.
Recuperamos el ciclo con una película verdaderamente particular: El rostro
impenetrable; dirigida por Marlon Brando en el año 1961. Esta obra tenía todas las
papeletas para haber concluido en desastre y sin embargo estamos ante uno de los
westerns más originales y atípicos que jamás nadie haya filmado. Pero, empecemos
por el principio.
Un joven Stanley Kubrick, al filo de la treintena, acababa de deslumbrar con
Senderos de Gloria, su estremecedora visión de la Primera Guerra Mundial. Marlon
Brando ya era un actor de reconocimiento indiscutible, tanto en el cine como el teatro,
y quería producir una película. Además de protagonizarla, claro está. Narcisismo
obliga. El primero, contratado para dirigirla por el actor/productor, puso a trabajar a
Calder Willingham, a quien ya conocía de Senderos, en el guion de una novela de
Charles Neider. Un año estuvieron Willingham y el propio Kubrick dándole vueltas al
texto. Parece que en algún momento también intervino Sam Peckinpah, aunque no
consta acreditado.


Llegó el momento del rodaje. Brando esperaba un director dócil en la persona
de Kubrick, pero pronto pudo comprobar hasta qué punto estaba equivocado.
Además, le exasperaba su minuciosidad algo enfermiza.
Por otro lado, Kirk Douglas, el gran protagonista interpretando al coronel Dax
en Senderos de Gloria, arriesgaba su dinero en la producción de Espartaco. A las dos
semanas, insatisfecho por el rumbo del rodaje, Douglas despidió a Anthony Mann y
ofreció la dirección a Kubrick que la aceptó convencido (tal vez de acuerdo con) de que
Brando lo que realmente quería era dirigir su película.
A partir de ahí se multiplicó el desparrame en la película de Brando. El guion se
rehacía a diario; las escenas de borrachera se ejecutaban en tal estado, porque el
director opinaba que la ebriedad no se puede interpretar; y podían perder horas y
horas al borde de la playa hasta que llegara la ola propicia para componer el plano
deseado.
Las doce semanas previstas para terminar el rodaje se convirtieron en ocho o
diez meses. El presupuesto se multiplicó por tres: dos por tres, seis millones de
dólares, lo que representaba una suma dislocada para la época. Y Marlon Brando, pura
egolatría, no se cansaba de aparecer en primerísimo primer plano, apenas disimulado
por unos barrotes; rendido de amor a la hijastra de su rival, o machacado por Karl
Malden con una demoledora paliza a latigazos.
Por fin entregó la película. Cuatro horas largas de metraje. Sin duda, Félix la
hubiera comprado sin pestañear. Pero estamos en Hollywood, amigos. A qué cadena
de salas le ofrece usted un formato así para la exhibición. Nuevo montaje para una
duración más razonable. Y, mire por dónde, surgen dos horas y veinte de western que
no se parecen a nada de lo que el espectador hubiera visto con anterioridad cuando
pagaba una entrada para solazarse con una de vaqueros. Las mimbres del cesto son las

mismas: caballos, armas rápidas, sombreros de ala hacia arriba, violencia y muerte.
Duelos y muerte. Traiciones y muerte. Mentiras y muerte. Y amor. Lo que cambia ―y
mucho― es la forma de contarlo. La fotografía, la pausa del plano cuando es necesaria,
el paisaje marino, el extraño lirismo del engaño.
Al día siguiente del estreno en la ciudad, The New York Time decía más o menos
que, con su dirección, Marlon Brando había conseguido sintetizar en una sola película
los estilos de John Huston y Raoul Walsh. El primero, para las crudas escenas de los
atracos y enfrentamientos (llega a mencionar el crítico de TNYT El tesoro de sierra
Madre); y el segundo, para contar la historia de amor. Dudo que el comentario sea
muy exacto, pero viniendo de donde viene ―nada menos que The New York Times―
no seré yo quien lo discuta.
Lo que sí es rigurosamente cierto son estos dos datos: uno, fue la primera y
última película que dirigió Marlon Brando. Dos, fue el primer y último western que
ganó la Concha de Oro de San Sebastián. Ocurrió en 1961.
Bienvenidos, en esta ocasión, a la cara curtida de un western rodado frente a
las brisas salitrosas del Pacífico. Disfrútenlo.
Alfonso Peláez.
Colectivo Rousseau

Compártelo:

Escribenos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *