Un poema de Antonio Herranz, a propósito del homenaje a Blas de Otero
HOMENAJE INTERPUESTO A B. O.
Los himnos se reconocen cuando se escuchan.
Luego desgraciadamente se olvidan.
Era una voz áspera y desgarrada,
impregnada de tabaco y alcohol:
Me queda la palabra.
Yo escuchaba, no sabía qué decir.
Era un tiempo sombrío.
Era la edad de la impaciencia.
¡Hijo, ten cuidado
con lo que haces, con lo que dices!
Mas el himno palpitaba
y se oía claro y conciso.
Quizá triste, pero contenía una esperanza:
Me queda la palabra.
El hombre vestía de negro,
De pie, con su pierna apoyada en una silla,
sostenía y tocaba su guitarra.
Se mostraba desposeído,
identificado con el verso del otro,
que a la vez era de todos.
Firme y convincente en su canto:
Me queda la palabra.
Cuando me levanté para abrazarle
se desvaneció delante de mí,
lentamente, como se desvanecen
nuestros más íntimos deseos.
II
¿Dónde está ese ángel fieramente
humano? ¿Dónde habita?
Ahora es un pollo de alas cortas,
hacinado en una jaula
de un mercado en China.
¿Dónde está ese ángel igual
al percibido por Rilke?
Ese que brilla y muestra
los obstáculos.
Ahora es un ahogado
y como tal nos representa.