Críticas

10 AM | 18 Feb

No te mueras sin decirme a dónde vas

Rachel no es un fantasma.

Es un espíritu – ¿o acaso es un ángel?-

Es el espíritu de una mujer que Leopoldo amó…en otra vida.

“Recolectores de sueños” será la frase que elijo para comenzar. La metáfora es del director y se la pido prestada para desentrañar desde allí el nudo de éste poema que el argentino Eliseo Subiela escribió y dirigió allá  por el año 1995.

-Por aquellos días Terry Gilliam nos maravillaba con su épica de 12 monos, Alex de la Iglesia nos deleitaba con la maestría de su día de la bestia y Woody Allen nos conquistaba, una vez más, con su poderosa Afrodita-

Pero el sublime director argentino iba a hacer algo distinto; iba a recitar una obra maestra, y lo iba  hacer a partir de una frase, de un pedido cargado del más profundo y amoroso significado: No te mueras sin decirme a dónde vas…

Es difícil hablar de una obra que no necesita intérpretes o traductores. De una obra que habla por sí misma, más allá de toda su aparente complejidad, a través de la más pura experiencia de los sentidos,  del universo único y personal de la abstracción.

Pero a fin  de desafiar las imposibilidades y siendo consciente que será necesario acuñar tal vez nuevos conceptos para abarcar lo indefinible, me atrevo a  confesar éstas líneas.

Leopoldo es un hombre de barrio;  trabaja como proyeccionista en un cine agonizante  de Buenos Aires. Lleva años intentado construir una máquina capaz de grabar los sueños humanos.  En el fondo de su casa tiene un tallercito en el que inventa cosas. Leopoldo sueña con un gran invento que lo rescate de una mediocre muerte anunciada.

-Todo  comienza en New Jersey, en 1885. Bajo la lluvia, un hombre acongojado asiste a las exequias de su esposa. De vuelta en su residencia, solo y triste, medita y hace girar el “zoetrope”, un juguete de la época, precursor del cine. El hombre se queda dormido. El hombre sueña. El sueño del hombre es un proyector de cine actual que cargan y accionan unas manos. Cuando se proyecta la luz, el sueño de ese hombre será la historia de Subiela, la cual  recitará como un Shakespeare; como el juglar de una oda al amor, a la vida y a  los misterios de la muerte-

Después de muchos intentos frustrados, Leopoldo logrará rescatar en sus sueños-con su máquina ya puesta a punto- las imágenes de una mujer vestida con ropa del siglo pasado. En esas imágenes la mujer está con un hombre. A partir de allí, la dama antigua, que se ha presentado como Rachel y lo ha llamado William como aquel personaje de la primera escena- colaborador de Thomas A. Edison- será su compañía;  le dirá que fueron pareja en una vida anterior, y que en realidad vienen amándose desde hace siglos, de distintas maneras y en distintas reencarnaciones. En la última, Leopoldo, fue ese hombre del comienzo que soñaba construir una maquina que pudiera captar  imágenes en movimiento, “imágenes que alivien, que liberen, que curen, imágenes que devuelvan la esperanza… la maravillosa posibilidad de miles de personas soñando el mismo sueño al mismo tiempo, la posibilidad de vencer la muerte. Imágenes que permanecerán  para siempre: seres moviéndose, amándose, odiándose, metidos en una máquina que podrá proyectarlos en una pantalla. Como una ventana por la que puedan echar a volar los sueños liberados. Un preservador de sueños. Para que no se esfumen cuando nos despertamos, cuando volvemos a la espantosa realidad.

Rachel le confesará que no se ha vuelto a reencarnar porque tiene miedo a nacer. Miedo a los sufrimientos de la vida.

¿Podría ser que Rachel fuese un ángel? No un ángel mensajero ni guardián ni guerrero, sino quizás ese ángel, emblematizado por Rilke: un ángel que trae a la memoria la presencia de la muerte, pero para celebrar la vida…porque ¿Qué hace este espíritu de mujer/ángel, si no mostrar la fragilidad de la vida? ¿Qué hace Rachel, sino enseñar a Leopoldo a mirar con nuevos ojos el porvenir de una existencia que se elige a sí misma en virtud de su amor? ¿Qué hace Rachel, sino orientar la mirada de Leopoldo hacia las infinitas posibilidades de nuevos nacimientos? Rachel, espíritu femenino de presencia angelical, dadora de luz desde una ausencia de lugar, es expresión de la nostalgia de quien anhela su condición existencial. Y también es expresión del deseo de vida y anuncio destinal ante la propuesta de Leopoldo por morir para reunirse con ella  en el otro lado, a lo que ella responde: “ni se te ocurra, tenemos que encontrarnos en la vida… ya va a ocurrir”.

¿Es la muerte el final del camino?

Subiela nos ha dejado rastros de una inquietud vital por el arte de la vida y el acontecimiento mágico del soñar.  Porque, sueño o no, la vida es ese tránsito camino a la muerte en el que, estos animales heridos que somos los mortales, desafiamos el tiempo y morimos y renacemos y amamos y todo para seguir vivos.

Al final, en medio del inmenso mar de la ensoñación y sus metáforas, descubriremos- si acaso hemos comprendido que el amor es el antídoto ante lo perecedero- que la fragilidad de nuestra existencia, no es otra cosa más que la urgencia  de asegurarnos fragmentos de inmortalidad traducida en pequeños instantes…

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01 PM | 11 Feb

Symbol, una fantasía surrealista

Symbol, es una peli en la que un hombre (interpretado por el propio Hitoshi) se despierta misteriosamente en una habitación blanca vacía y vistiendo un pijama de topos amarillo. ¿Dónde está? ¿Quién le ha metido ahí dentro? ¿Cómo ha acabado ahí? Mientras intenta dar respuesta a estos enigmas, empieza a experimentar extraños fenómenos uno detrás del otro ¿Podrá escapar finalmente?

Una de las películas más enigmáticas del cine de los últimos años, una mezcla de sugéneros que nos recuerda al comienzo de Old Boy o de Cube, con el protagonista encerrado en una habitación sin saber por qué. Pero que enseguida optará por el surrealismo más filosófico. Y es que, en esa habitación todo es posible, porque de las paredes surgen unos diminutos penes de angelitos que, al tocarlos, esconden sorpresas: puertas que se abren, alimentos, misteriosos personajes que aparecen y desaparecen… El protagonista deberá encontar la combinación correcta de penes para lograr salir de la habitación.

Además, sus actos tendrán consecuencias en el exterior, donde se nos cuenta la historia de un luchador mejicano, inspirado en El santo,  que se enfrenta al combate definitivo; y que se convertirá en el combate más surrealista de la historia.

Una película postmoderna que, sin embargo, bebe del mejor cine de Buster Keaton, Charlot, Harold Lloyd e incluso de los dibujos animados. Sin olvidar a Kubrik (2001, una odisea del espacio, La naranja mecánica) Como asegura Ángel Sala en su introducción: “Symbol propone una nueva forma de hacer cine, un no-relato obligado para una sociedad en la que el lenguaje ya no existe como lo conocemos, donde el absurdo se impone vehiculado en un humor catártico y sin límites que conecta realidades imposibles”.

Symbol fue nominada a varios premios en los Asian Film Awards, aunque no logró hacerse con ningún galardón.

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07 PM | 05 Feb

LA SAL DE LA TIERRA

Sinopsis: Desde hace cuarenta años, el fotógrafo Sebastião Salgado recorre los continentes captando la mutación de la humanidad. Testigo de grandes acontecimientos que han marcado nuestra historia reciente: conflictos internacionales, hambruna, éxodos, etc., ahora emprende camino hacia territorios vírgenes con grandiosos paisajes, descubriendo una fauna y una flora silvestres en el marco de un proyecto fotográfico gigantesco, tributo a la belleza del planeta. Su hijo Juliano, quien le acompañó en sus últimas travesías, y Wim Wenders, también fotógrafo, comparten con nosotros su mirada acerca de su vida y su obra, a partir de la gestación de su magno proyecto “GÉNESIS”.

NOTAS: La película está codirigida por el célebre cineasta alemánWim Wenders, y Juliano Ribeiro Salgado, hijo de Sebastião Salgado. Sebastião Salgado nació el 8 de febrero de 1944 en Aimorés, Minas Gerais, Brasil. Vive en París, Francia. Salgado trabajó como economista antes de iniciar su carrera de fotógrafo profesional en París, en 1973, con las agencias Sygma, Gamma y Magnum Photographs hasta 1994. Ese año, él y Lélia Wanick Salgado fundaron Amazonas Images, una sociedad creada únicamente para desarrollar el trabajo del fotógrafo. Salgado ha viajado a más de 100 países para realizar sus proyectos fotográficos. La mayoría de estos trabajos, además de aparecer en un gran número de publicaciones impresas, también figuran en libros como Other Americas y Sahel-l’Homme en Détresse (1986), An Uncertain Grace (1990), Workers (1993), Terra (1997), Migraciones y Retratos (2000), y África (2007). Las exposiciones de su trabajo han viajado por todo el mundo y se han podido ver en los mejores museos y galerías. Desde los años 90, Salgado y Lélia también trabajan en la restauración de parte de la Selva atlántica brasileña. En 1998 lograron que la zona fuera declarada reserva natural y crearon el Instituto Terra, una ONG medioambiental dedicada a la reforestación, la conservación y la educación. En 2012, Salgado y Lélia recibieron el Premio e del instituto e, UNESCO Brasil y Municipio Río de Janeiro, así como el Premio “Personalidade Ambiental” que concede el World Wildlife Fund de Brasil. Estos premios se otorgaron como reconocimiento a su trabajo con el Instituto Terra. Salgado ha recibido un sinfín de destacados premios de fotografía como reconocimiento a sus éxitos. También es Embajador de Buena Voluntad de la UNICEF, y miembro honorario de la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos.

CRÍTICAS: “Para los amantes de la fotografía, llega una magnífico documental que evoca la figura y la obra del gran Sebastião Salgado, artista de la imagen fija y testigo de nuestro tiempo, notario de la condición humana…de la mano de Wim Wenders y de Juliano Ribeiro Salgado, hijo de Sebastião Salgado, el documental nos invita a un bellísimo y emocionate recorrido por las pulsiones del planeta, a través de la serenidad de la mirada de Salgado, y su inseparable Leica”  (Días de Cine, RTVE).  “Una magnífica mirada al hombre detrás de todas esas icónicas fotografías” (The Hollywood Reporter). “Wim Wenders confirma su dominio del documental con esta impresionante oda a Sebastião Salgado” (Variety). “Una obra esclarecedora y estimulante” (The Guardian)

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10 PM | 30 Ene

Ni aun vencida

Por LUIS MIGUEL DOMINGUEZ

Paulina, el segundo largometraje del argentino Santiago Mitre, es una película difícil de olvidar. Es la demostración de que, aunque no sea lo común, también se puede trascender a partir de un trabajo de encargo. También una confirmación de que la palabra remake no ha de ser nociva per se. No olvidemos que Paulina es un remake de La patota (Ultraje), un clásico del cine argentino dirigido por Daniel Tinayre en 1961. Mitre ya demostró con El estudiante, su ópera prima, que es un cineasta muy a tener en cuenta, un narrador prodigioso; pero aquí, en Paulina, consigue llegar a un nivel superior. El argentino se apoya en una Dolores Fonzi que hace suya Paulina (personaje y película), dejando una interpretación merecedora de todos y cada uno de los premios a la mejor actriz protagonista.
Lejos de ser una película política al uso, de esas que a veces se olvidan del arte al que pertenecen en pos de reforzar su mensaje, Paulina supone el ejemplo perfecto de equilibrio entre contenido y continente. El trabajo de dirección de Santiago Mitre es uno de los más inteligentes en los últimos tiempos, y el mensaje/discurso/debate que crea, uno de los más ricos y potentes del cine moderno. Además, en cuanto a la maestría y elegancia narrativa de la película, que juega a la perfección con los puntos de vista para dar una visión más objetiva del acontecimiento que vertebra el film, no he visto nada similar en los últimos años a excepción de Loreak.
Es recomendable ver Paulina sin conocer su argumento, pero a la vez es una película cuya importancia reside en miradas, silencios y conversaciones que tienen un peso fundamental. Puedes conocer todos y cada uno de los acontecimientos que tienen lugar, pero no la habrás visto hasta que el contundente plano final concluya. Por tanto, más que mencionar su sinopsis o argumento, lo que voy a hacer es decir de qué trata Paulina y no lo que pasa en ella.
Paulina deja de lado una brillante carrera en la abogacía para aplicar sus ideales, para ponerle el cuerpo a un programa social que lleva tiempo desarrollando. Su decisión implica abandonar Buenos Aires para ejercer de maestra rural en las villas de Misiones, en Paraguay. Su padre, un prestigioso juez, no parece muy contento con su decisión; pero Paulina tiene muy claro lo que quiere hacer y cómo lo quiere hacer, y que su padre y novio estén en desacuerdo no hará que su opinión varíe.
El trabajo de Santiago Mitre se valora más tras visionar la película de Daniel Tinayre. No sólo demuestra su habilidad e inteligencia tras las cámaras, sino que además lleva a cabo un trabajo sobresaliente en la reescritura del guion: actualiza el relato a nuestros tiempos, eliminando el componente religioso y los innecesarios subrayados de la obra original. Las innovaciones respecto de su material de partida son manifiestas: lo que allí era blanco o negro aquí es ambiguo, y ciertos elementos son reutilizados para dar complejidad al puzzle y obligar al espectador -en mayor proporción si se ha visto La patota- a prestar atención e intentar adelantarse a los acontecimientos. En este sentido, las elipsis juegan un papel clave en la narración.
La mayor virtud de Paulina reside en las emociones que genera en el espectador, las cuales van desde la fascinación hasta la incomprensión y la incomodidad. El comportamiento de la protagonista es desconcertante, tanto en los actos que haciendo un esfuerzo podemos comprender, como en aquellos que escapan de toda lógica. Pero el debate que debería originarse tras el visionado ha derivado, quizás, en uno mucho más inerte y sin respuesta. Deberíamos esforzarnos más por entender la incapacidad que tiene la condición humana para tolerar aquellas decisiones con las que no está de acuerdo, o aquellas que ni siquiera acierta a comprender, que en comprender a Paulina. Al fin y al cabo, entre muchas otras cosas, Paulina trata de eso. La respuesta de todas las incógnitas que pueden ser explicadas de alguna manera están resultas en las largas conversaciones que mantienen Paulina y su padre. Para el resto, me temo que no hay.
Pocos personajes femeninos tan cargados de aristas y matices como Paulina Vidal. El rostro de Fonzi carga con la totalidad del componente dramático, aunque en determinados momentos le cede esa responsabilidad a Oscar Martínez, que supone el contrapunto perfecto para Fonzi. El plano secuencia de alrededor de diez minutos que tiene lugar al principio del metraje nos presenta a Paulina, cuyo compartamiento y convicciones no mutarán aunque para ello deba caminar en la soledad absoluta. Paulina persigue la libertad de decisión -¿qué mejor manera que llevándola a cabo?- y la verdad, aunque para ello tenga que aplicar su propia idea de justicia; la que, en sus propias palabras, cuando hay pobres de por medio busca culpables, no la verdad. Y no hay verdad más grande que esa.
Al jugar con los diferentes puntos de vista, Mitre abre la posibilidad de que empaticemos con personajes con los que moralmente no deberíamos hacerlo. El comportamiento más irracional de todos es el de Paulina, y el resultado de esto podría ser contraproducente; sin embargo, esto no hace más que formar parte de la riqueza del debate que propone la película, que por momentos nos obliga a cuestionar nuestra propia existencia. ¿Dónde están los límites de la moral?
Paulina es una película certera, incómoda y, mal que me pese decir esto, necesaria; de actualidad, pero al mismo tiempo atemporal. Crece con cada visionado y me hace salir con la piel de gallina en cada uno de ellos. Una de las películas del año, si no la mejor. El estudiante y Paulina generan una sensación similar en el espectador, con unos personajes protagonistas totalmente opuestos pero que se complementan a la perfección: no entendíamos el comportamiento del Roque Espinosa de la primera por su falta de ideología, como tampoco entendemos el de Paulina en la segunda por su convicción ideológica. Paulina es la lección moral que quisieron darnos Kristina Grozeva y Petar Valchanov en La lección y no supieron. Brillante.

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06 PM | 21 Ene

La azarosa vida de Antoine Doinel

POR

Antoine Doinel tenía 12 años cuando le vimos por primera vez. Estaba en clase, castigado sin recreo, escribiendo en las paredes de la escuela: “Aquí sufrió el pobre Antoine Doinel castigo injusto de un profe cruel, por una pin-up hecha de papel. Entre nosotros será siempre ojo por ojo, diente por diente”. Recibía por su osadía el primero de los cuatrocientos golpes que le vimos encajar durante su infancia. Cuatrocientos golpes de un martillo que forjarían la melancólica rebeldía de uno de los personajes más queridos de la historia del cine: ese chiquillo perdido en el París de mitad de siglo que le ponía velas a Balzac y soñaba con ver el mar, el joven enamoradizo y tímido, el adulto quebradizo de los oficios delirantes, el mentiroso tan chapucero que generaba compasión, el adúltero más honesto, el soñador pasivo-agresivo, el eterno corredor en fuga.

françois truffaut jp léaudFrançois Truffaut y Jean-Pierre Léaud, durante el rodaje de Los 400 golpes.

François Truffaut dirigió Los 400 golpes, su opera prima, en 1959. La historia del niño Antoine, hijo de un matrimonio sin amor, un buen chico considerado conflictivo tan solo por soñar con cosas perfectamente posibles, como recibir un poco de atención y cariño de unos padres cumplidores, pero egoístas y ciegos a la sensibilidad de su hijo. Antoine Doinel, el personaje fabulado por Truffaut, era un alter ego de sí mismo durante la infancia. El director había tenido una niñez y adolescencia complicadas, pasando por varios reformatorios. Contar la historia de esos años fue la manera de rendir cuentas con el pasado, y de ajustarlas con aquellos que le habían zarandeado sin piedad. Eligió para encarnar el papel a Jean-Pierre Léaud, un niño que ya había participado en una película antes, y que tenía entonces 13 años. Nació de esa decisión una de las más bellas historias de amistad de la historia del cine. Léaud y Truffaut trabajaron juntos en seis rodajes después de Los 400 golpes, cuatro de ellos interpretando el papel de Antoine Doinel: Antoine y Colette: el amor a los 20 años (1962), Besos robados (1968), Domicilio conyugal (1970) y El amor en fuga (1979).

Los cinco films sobre la vida de Antoine Doinel —cuatro largometrajes y un corto de 29 minutos—, desde su dura infancia a la edad adulta, componen una maravillosa biografía de ficción. Truffaut tocó el cielo cinematográfico con Los 400 golpes, jamás volvería a alcanzar los altares poéticos de su opera prima; quizás consciente de eso dejó como regalo una de esas cosas que no suelen ocurrir, la continuación de un personaje a lo largo de los años, tratado con tanto respeto que creció junto al propio actor que lo interpretaba. Ninguna de las películas de Antoine Doinel después de Los 400 golpes alcanzó el nivel de la primera entrega, pero todas ellas contienen esa gracia y agilidad propia del talento creativo de Truffaut, con momentos verdaderamente maestros de narración cinematográfica, destellos de ese talento para contar y conmover desde la naturalidad —a veces por completo inverosímil, aunque resulte paradójico— que poseía François Truffaut.

Los 400 golpes

En Los 400 golpes conocemos los avatares del niño Doinel, y su ingenio para escapar de ellos. La primera noche que escapa de su casa y la pasa deambulando por las calles y resguardado por su leal amigo René, es una de las más hermosas secuencias jamás filmadas. La fragilidad del crío que aprende a robar la leche de los portales, su inventiva para romper la escarcha de las fuentes y lavarse la cara, la fortaleza de estar convencido de poder salir adelante por sus propios medios. Es conmovedor ver a ese pequeño Antoine, recibiendo uno detrás de otro todos los guantazos y desilusiones posibles. Y es por eso que, cuando le encierran en el reformatorio, no podemos dejar de sentirnos igualmente encerrados. Y cuando, en un momento de descuido de la vigilancia del centro, el sagaz Antoine aprovecha para escapar corriendo por el bosque, sin mirar atrás, sin detenerse a descansar, movido por un irrefrenable deseo de libertad, no se puede sino alentarle en su fuga. Corre y corre hasta llegar al mar, pisar arena de playa por primera vez en su vida, mojarse los zapatos y mirar fijamente la inmensidad del océano. El pequeño Antoine Doinel ha triunfado, los ha dejado a todos atrás y se ha valido de sí mismo para cumplir uno de sus sueños: ver el mar. Truffaut nos despide de Antoine en esa playa, mirando a cámara, es decir, mirándonos directamente a los ojos. Es, quizás, el mas bello final del cine.

Los 400 golpes Antoine DoinelLos 400 golpes (1959) / Imagen: Les Films du Carrosse.

Truffaut no solo contó la historia de un niño como el que él fue, sino la historia de una época, en su film cristalizó la identidad de una generación de posguerra, urbana, alegre y al mismo tiempo aún cohibida por el eco histórico de la ocupación. Una generación de niños con ansias de libertad que encontraban su primer objetivo de rebelión en el sistema de enseñanza francés, escolástico y autoritario. Hizo ese retrato social, dibujó esa atmósfera hermosamente lluviosa del París otoñal, de la ciudad prometida para las artes y la bohemia. Pero además dejó una de las narraciones más auténticas sobre la infancia. En Los 400 golpes están los sufrimientos y alegrías de los niños de todas las generaciones, el sueño de crecer, la huída, el descubrir terrenos imposibles, la incomprensión del amor. Y por supuesto, lo que la convirtió en obra maestra, una forma de rodar nueva para contar todo eso, una manera diferente, en la que el movimiento sería una cuestión moral. Con Los 400 golpes, como bien se sabe, no solo nació al cine Antoine Doinel, sino el propio cine para sí mismo, la Nouvelle Vague, una ola que barrería de convencionalismos la vieja playa del cine anterior.

Antoine y Colette: el amor a los 20 años

Volvimos a encontrarnos con Antoine en París, una mañana pocos años después de su huída. Fue entonces cuando descubrimos que su escapada infantil duró cinco días, que después fue ingresado de nuevo en un reformatorio, esta vez uno con mayores medidas de vigilancia. El narrador de Antoine y Colette nos desvela, nada más arrancar el episodio del film colectivo El amor a los veinte años, antes de ver al joven Antoine, que después de los cuatrocientos golpes de su infancia, al fin ha logrado cumplir su sueño: tener un trabajo, pagarse un apartamento propio y ser completamente independiente, sin tener que rendir cuentas a nadie.

Antoine-et-Colette DoinelAntoine y Colette: el amor a los 20 años (1962) / Imagen: Les Films du Carrosse.

Antoine tiene entonces 17 años y trabaja en la Phillips, haciendo discos de vinilo, su primer trabajo —y uno de los pocos normales que tendrá en la vida que le conoceremos—. Se despierta por la mañana y saluda al mundo en un nuevo día desde el balcón de una pequeña habitación en la bulliciosa París. En su tiempo libre acude a los conciertos de las Juventudes Musicales, es allí donde el amor le sacude por primera vez. Conoce a Colette, otra joven aficionada a la música clásica. Antoine, el enamoradizo a primera vista, tiene su primera experiencia con las mujeres. Idealizada en la distancia que separa sus butacas en los conciertos, veremos al pobre Antoine vencer sus primeros miedos con el amor, la gran preocupación que le dominará en adelante. El aún un poco niño Antoine sufre por Colette, que nos lo deja abandonado con sus casi primeros suegros, con el corazón roto, humillado. La felicidad que nos produjo volver a saber de Antoine se queda con un regusto amargo al tener que volver a despedirlo en una encrucijada, herido.

Besos robados

Hay deshonores que son un honor. Volvimos a saber de nuestro querido Antoine Doinel en el momento de ser licenciado del ejército tras un intento de deserción. La recuperación de su libertad, la vuelta a la vida civil significa la búsqueda de Christine Darbon, un nuevo amor que nos es conocido por primera vez. Christine, como Colette, otra hija de padres amables, será a la postre el gran amor de Antoine. El joven vuelve a París, a la vida, y lo hace de la única manera que le es natural, corriendo, corriendo como si fuera el último día antes de morir, intempestivo y melancólico.

Besos robados Antoine DoinelBesos robados (1968) / Imagen: Les Films du Carrosse/Les Productions Artistes Associés.

Besos robados es, tal vez, la mejor de las películas de Antoine Doinel después de Los 400 golpes. Truffaut ofrece algunas secuencias verdaderamente inolvidables. Antoine y Christinne experimentarán el tira y afloja, las contradicciones del amor juvenil, el vértigo de conocerse a uno mismo mediante la experiencia de descubrir en su intimidad a otro ser humano. Antoine frente al espejo de su cuarto de baño, mirándose fijamente, concentrado, repitiendo el nombre de su amor, Christinne Darbon, hasta dominar todas sus sílabas, domesticando el sonido de sus letras. Y después el suyo, que se le atraganta, su propio nombre, con que el que se trastabilla, convertido en un trabalenguas: “Antoine Doinel. Antoine Doinel. Antoine Doinel; Antoine Doinel, Antoine Doinel Antoine Doinel AntoinedoinelAntoinedoinelantoinedoinel”. La secuencia es uno de los mejores ejemplos de siempre del cine de autor, sus nuevas formas y preocupaciones. Una secuencia que, a buen seguro, el mismo Ingmar Bergman hubiera gustado de filmar. Al bueno de Antoine le dejamos en delicadas manos, las de la adorable Christinne, enseñándole —en otra secuencia memorable— cómo untar una tostada de mantequilla sin que se rompa, tan sencillo (y tan difícil) como colocar dos tostadas juntas, una encima de otra.

Domicilio conyugal

Comiendo mandarinas —un extraño símbolo truffatiano— le vimos quedarse frente al televisor con los padres de la insensible y cruel Colette, con el corazón hecho trizas. Y con mandarinas para su paladar arrancan los años de felicidad matrimonial de Antoine, junto a Christine. La primera secuencia de Domicilio conyugal, la cuarta película sobre la vida de Antoine Doinel, es la primera que no comienza con su atribulado protagonista. Otro personaje le ha robado la iniciativa por mérito propio, la bella y sonriente Christine, con la que recién acaba de casarse, pasea por París con su violín a cuestas, regalando sonrisas y comprando mandarinas para su Antoine. No se puede quejar el eterno corredor en fuga, lo tiene todo, una compañera magnífica, un pisito en un bloque de vecinos locos y encantadores, y un oficio tan cómodo e imposible como el de vendedor de flores tintadas de colores que él cree inventar. ¿Cómo hará Antoine para meterse en líos y echar por tierra todo lo bueno que tiene? Ay, las mujeres… así hará el inconsciente Doinel para arruinar el paraíso.

domicilio conyugal Antoine DoinelDomicilio conyugal (1970) / Imagen: Les Films du Carrosse/Valoria Films/Fida Cinematografica.

Antoine, que ya en Besos robados pasará por toda suerte de oficios peculiares —de recepcionista de hotel a detective privado—, continúa engrosando su estrambótico currículum, dejando el negocio de las flores coloreadas por el de piloto a control remoto de maquetas acuáticas en una multinacional estadounidense de no se sabe muy bien qué sector. Será allí, en el pequeño lago artificial en las dependencias de la empresa, donde conocerá a una enigmática señorita japonesa que le roba el corazón. Antoine deberá enfrentarse a uno de los momentos más críticos de su vida adulta al encontrar a la desengañada Christine vestida de pies a cabeza con un traje tradicional nipón. La fuerza de tal impacto no bastará para que reconsidere su aventura, habrá de ser él, por sí mismo, quien deje atrás el desliz y reconozca sus errores.

Es en Domicilio conyugal cuando los viejos compadres de Antoine, los que le entendimos y le apoyamos desde este lado de la pantalla, dejamos de entenderle, y no nos quedó otra opción que reprenderle. ¿Cómo puede ser que justo en el momento más feliz —¡cuando acaba de ser padre!— traicione de manera tan fea a la maravillosa Christine? Y sin embargo… es Antoine, el mentiroso más torpe del mundo, el adulto más inmaduro que el niño que fue. Es Antoine, un personaje totalmente creíble, pero más ficticio que nunca. Un personaje que ha cobrado vida y parece actuar por sí mismo, en función a las normas de un universo igual de ficticio, tan creíble pero imposible como para que Christine le acabe perdonando y vuelvan a disfrutar de la vida en común.

El amor en fuga

“Toda mi vida no es más que correr sobre cosas que asombran”, dice la canción de Alain Souchon que sirve de banda sonora para el último de los capítulos que veremos de la primera parte de la vida de Antoine Doinel.

amour-en-fuite-Antoine DoinelEl amor en fuga (1979) / Imagen: Les Films du Carrosse.

Alphonse, el hijo de Antoine y Christinne, tiene ya nueve años cuando comienza El amor en fuga —último de los films sobre Antoine Doinel—, y sus padres están definitivamente separados y a punto de ser el primer matrimonio de Francia en divorciarse de mutuo acuerdo. Al final, el incorregible Antoine ha seguido haciendo de las suyas, y pierde a Christinne. Sigue igual de inmaduro con treinta y tantos que  a los veinte, quizá más. Ha cumplido su sueño de escribir una novela —autobiográfica, por supuesto— y de publicarla, y trabaja como corrector de pruebas en una imprenta. Su nuevo amor se llama Sabine, es más joven que él, y resulta una mezcla perfecta de sus dos grandes amores anteriores, Colette y Christine. ¿Será el amor definitivo, el que le haga sentar la cabeza? De inicio no parece que ese vaya a ser su destino. En El amor en fuga Truffaut se decide a dar carpetazo a Doinel, un alter ego que desarrolló identidad propia y que ya vuela por sí solo. Pero antes de eso estará obligado a hacer examen de conciencia.

El amor en fuga es una delicia nostálgica para todos los viejos conocidos de Antoine Doinel. Tiene desde el minuto uno ese halo de la despedida que se sabe. Y lo único que queremos, llegados a este punto, es que Antoine sea feliz. Es un liante, no cabe duda, pero le tenemos tanto cariño, nos recuerda tanto al niño que fue, que no podemos sino sentir conmiseración por su ingenuidad, por la fragilidad de su fortaleza siempre atacada. Queremos que tenga suerte y que se le perdonen los errores, porque descubrimos que no siempre son culpa suya. Es emocionante y triste conocer la historia de la muerte de sus padres, el por qué no estuvo en el funeral de su madre. Es emocionante y triste ver de nuevo a Colette y el amor —como de primos— que le profesa a su Antoine, la sonrisa de esa mujer trágica al ver de lejos a su viejo amigo y decir: “Antoine se va corriendo, por lo visto no cambiará nunca”. Así es, Antoine no cambiará nunca, saldrá siempre corriendo cuando menos se espere, subirá a un tren sin billete solo porque necesita hablar sin parar con alguien que ha visto, y no importa que lo lleve a cientos de kilómetros. Él estará siempre donde le mande su corazón imprevisible.

antoine doinelLa felicidad de Antoine.

Antoine Doinel es un personaje maravilloso, primero un niño con mirada de adulto, luego un adulto con mirada de niño. La última vez que le vimos, besándose con Sabine en una tienda de discos bajo la música de Alain Souchon, sintiéndose en ese beso como cuando de niño montó en una atracción que le hacía dar vueltas sin parar, y sentirse ingrávido, zarandeado, pero de placer, de felicidad, es el final perfecto para una vida inventada que no pudo ser más verdad. El eterno niño en fuga que siempre estará viendo el mar.

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