Con su primer largo de ficción, ‘Verano 1993‘, Carla Simón (Barcelona, 1986) está logrando el reconocimiento en aquellos festivales cinematográficos donde su película compite. Tras convertirse en la mejor ópera prima en la Berlinale 2017 y ganar la Biznaga de Oro en el festival de Málaga llega a la cartelera española con unas expectativas inusitadas.
Antes de cualquier consideración, no dudaría en afirmar que se ha visto lo mejor en este poco prolífico año para el cine español, lo cual no impide que nos convirtamos en la nota discordante respecto a las críticas de cine que podáis leer sobre ‘Verano 1993’, una película que puede desconcertar por las expectativas generadas por los propios premios cinematográficos que anteceden a su estreno y también por los límites narrativos que impone el hecho de basarse en hechos reales, en concreto de la propia directora, lo cual impide que la historia transite por la senda de la ficción, que sin lugar a duda hubiera enriquecido sobremanera la película.
‘Verano 1993’ oscila entre una película dramática o simplemente contemplativa. Bajo la atenta mirada de Frida (Laia Artigas) asistimos a una sucesión de hechos cotidianos en apariencia intrascendentes: cenan, se bañan o simplemente juegan en el bosque, en lo que pudieran ser momentos de felicidad, pero que van anticipando la exclusión afectiva del personaje del entorno familiar. La cámara captura estos momentos con una naturalismo que no está contaminado por la caracterización, teniendo en cuenta que los niños actores difícilmente interpretan delante de la cámara.
Escena de “Verano 1993” (Estiu 1993) dirigida por Carla Simon. Fuente: Avalon
En este caso, destacable Laia Artigas y la capacidad para dirigir a niños actores por parte de Carla Simón. Desde Ana Torrent en ‘El espíritu de la colmena‘ no veíamos en el cine a un personaje infantil tan cautivador. La niña protagonista tiene una mirada fuera de lo común que lo dice todo pero que también desconcierta. Un personaje dickensiano del siglo XXI que tiene que adaptarse al medio para aceptar su nueva realidad. Eso sí, sin explorar en lo más bajo del melodrama para masas como si lo hizo ‘Un monstruo viene a verme’ de Bayona.
En la película nunca desaparece la autoridad adulta, aunque la niña quiere revelarse por sí sola. Además, se aprecia una cierta ambigüedad contenida en la relación entre las dos niñas (primas hermanas) y entre la niña huérfana y su madre adoptiva, que por otro lado está justificada por razones obvias, ya que la película no aspira a ser más que un retrato familiar con conflictos superables. A raíz de un acontecimiento, clave en la trama, la niña alcanzará por fin el amor que no sentía o no le daban sus progenitores adoptivos. Un cambio de actitud con paso apresurado para desencadenar el happy end de una historia dura pero que ha tenido la capacidad de revelarse como bonita.
En esta película, la luz de la estación del año a la que hace referencia el título se cuela en cada encuadre confiriendo a la puesta en escena un aire casi pictórico. La sensación de aislamiento emocional que persigue al personaje como si fuera su sombra es arrolladora. Todo ello revela a una cineasta como Carla Simón que tiene voz y mirada propia y a la que seguiremos muy de cerca.
Aquest és el primer estiu de la nova vida de la Frida, després de la mort de la seva mare. Una pel·lícula que mira la infància cara a cara.
Sempre hi ha un moment a la infància, deia Graham Greene, en què una porta s’obre i deixa entrar el futur. La Frida (excel·lent Laia Artigas) mira a través de l’escletxa i només hi veu una realitat que, d’un dia per l’altre, s’ha capgirat com un mitjó. Carla Simón sap que, per entendre un nen, hem de percebre el que l’envolta a la seva altura, sobretot si el trànsit que travessa és el d’assumir la pèrdua, l’orfandat i la mort com una certesa. El futur és, doncs, aprendre a admetre el que sents, a superar el dol amb l’ajuda dels altres. En fi, la maduresa.
Així doncs, ‘Estiu 1993’ surt victoriosa de construir aquesta mirada desubicada i sensible, que declina un cert esperit documental –és la infància de la directora la que està en joc– en una pel·lícula que mai no intenta ser complaent amb la seva heroïna, que atén al seu descobriment del món vinculant-lo amb la cristal·lina transparència de les seves imatges, que treballa amb els seus actors amb una delicadesa extraordinària, i que aconsegueix transmetre el misteri de ser nen –la sensació d’estranyament, la crueltat inconscient, el dolor disfressat de caprici emocional– sense oblidar-se de quina relació estableix amb els adults i, sobretot, sense caure en el sentimentalisme sent profundament commovedora.
(Les diaboliques, 1955) de Henri-Georges Clouzot.
“Una pintura siempre es lo suficientemente moral, cuando es trágica y muestra el horror de lo que retrata”.
(Barbey D´Aurevilly)
Christina Delassalle (Véra Clouzot) y Nicole Horner (Simone Signoret), son la esposa y la amante, respectivamente, de Michel Delassalle (Paul Meurisse), el autoritario director de un internado. Hartas de sufr
ir su tiranía y sus malos tratos, deciden asesinarlo.
Si en 1960, con Psicosis, Alfred Hitchcock provocó que muchos espectadores sintiesen pánico ante el simple hecho de tomar una ducha, unos años antes, el director francés Henri-Georges Clouzot, al que muchos ha
n comparado con el maestro británico por su sentido del suspense, hizo que otro elemento cotidiano del cuarto de baño se convirtiera en objeto de nuestras pesadillas: la bañera. Les diaboliques, incontestable clásico del cine francés, adapta la novela Celle qui n’était plus, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, también autores de D´entre les morts, que fue llevada a la gran pantalla por el citado Hitchcock en su mítica Vértigo.
La película, pese a no inquietar como probablemente lo hiciese en la época de su estreno, sigue manteniéndose como un notable thriller psicológico donde el naturalismo, el suspense y el terror (porque contiene momentos en verdad escalofriantes), van de la mano durante sus casi dos horas de metraje. Quizá su punto más fuerte sea la contraposición psicológica entre los personajes de Christina y Nic
ole, ambas magníficamente interpretadas por Véra Clouzot (mujer del director) y Simone Signoret de manera respectiva. La primera de ellas posee un carácter débil, pusilánime, enfermizo, atormentado. Además, sufre una dolencia cardíaca que subraya desde un punto de vista físico su fragilidad interior. La segunda, en cambio, es segura y decidida, con nervios de acero. Nada que ver con su compañera de fatigas homicidas. Sólo las une el profundo odio que profesan hacia Michel: marido de una, amante de la otra y un cabrón con las dos. Nicole es la que planifica su asesinato; sin em
bargo, algo parece no salir bien… Clouzot apoya su minucioso guión sobre una puesta en escena en la que destaca la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Armand Thirard. Esa escenografía expresionista alcanza cotas sobresalientes en su inolvidable y terrorífico tramo decisivo, del que, haciendo caso al consejo que aparece en los títulos de crédito finales, no diré nada para no fastidiar la sorpresa al lector que aún no haya disfrutado la cinta.
En 1996 Hollywood perpetró un pobre remake, Diabólicas (Diabolique), dirigido por Jeremiah Chechik e interpretado por Sharon Stone, Isabelle Adjani y Chazz Palminteri que es mejor olvidar.
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