Crítica Cinematográfica

05 PM | 27 May

LA MUERTE DE LUIS XIV (próximamente)

 Su reinado fue considerado el paradigma de la monarquía absoluta en Europa, se le atribuyó la frase L’État, c’est moi («El Estado soy yo») y situó a Francia en una posición sobresaliente a lo largo de sus setenta y dos años de mandato. El rey Luis XIV moriría a principios del siglo XVIII a causa de gangrena en una pierna, coincidiendo su agonía con el comienzo de la decadencia de la hegemonía francesa.

El 14 de mayo se conmemora el 375 aniversario de su coronación (14-05-1643), y por ello, hemos querido recordar la película de Albert Serra La Muerte de Luis XIV (2016), protagonizada por Jean-Pierre Léaud. Esta obra narra el final de la vida del Rey Sol, que murió en el año 1715 en el palacio de Versalles rodeado de su corte, entre los que destacan su primer sirviente de cámara, Louis Blouin (Marc Susini), su médico Fagon (Patrick d’Assumçao) y su favorita Madame de Maintenon (Irene Silvagni).

Rodada en un espacio limitado (la película se desarrolla dentro de la alcoba del monarca casi en su totalidad),  no es una biografía al uso, pues filma el fallecimiento del Rey Sol con una curiosa mezcla entre el respeto y la intromisión. Una intromisión debida a la extrema cercanía con que el espectador es partícipe de la decadencia del rey: de sus lamentos durante la noche, los procesos curativos de su médico Fagon filmados en primerísimos planos,  su reticencia a ingerir alimentos, su manera de toser, beber, y gesticular, su (único) momento de sincera alegría cuando le llevan a sus perros en una de las primeras escenas. La humanización del Dios es tan rotunda que casi podría ser categorizada como visceral. De hecho, la escena final muestra a los médicos y sirvientes de cámara explorando las entrañas del rey tras su muerte para analizar la causa de la gangrena. Serra lleva la ‘’visceralidad’’ de la película a un plano literal. Es una mirada frontal a la agonía del rey, y es esa frontalidad la que hace al espectador sentirse como un intruso en un velatorio, valga el ejemplo.

El film plantea la muerte del monarca con sencillez narrativa y solo aparente sencillez formal, pues cuenta con una cuidada estética barroca, tenebrista. Y es que hay escenas que evocan cuadros del Caravaggismo, por el estatismo de los planos (cortos en su mayoría y de larga duración), la oscuridad, el silencio, los escasos movimientos de cámara, el efecto siempre presente del resplandor de las velas y el contraste entre las sombras y los rojos de alfombras, mantos y vestimentas.  Además, Serra filma los diálogos de una forma curiosa: a diferencia del plano-contra plano clásico, basado en que la cámara enfoca a quien habla, hay numerosas ocasiones en que la cámara enfoca a quien escucha, aumentando así el carácter estático de los planos.

La obra de Serra se contrapone al prototipo de film de época o film biográfico al que el espectador está acostumbrado. A contrario que, por ejemplo, Amadeus de Miloš Forman, que ha sido frecuentemente definido como un tratado sobre la envidia, La Muerte de Luis XIV se aleja de este tipo de pretensiones. No es efectista. A pesar de la humanización que Serra realiza del rey, tampoco puede considerarse una película intimista, puesto que no realiza exploraciones psicológicas demasiado amplias y los diálogos simplemente ilustran la preocupación de la corte que contempla morir a su monarca.

Tampoco parece buscar el fin último de ofrecer la más fiel reproducción de los últimos días del rey, pues el público acostumbrado al film histórico tradicional quizá quede decepcionado al no encontrar entre sus diálogos la famosa frase que se le atribuye a Louis XIV antes de morir: Je m’en vais, mais l’État demeurera toujours («Me marcho, pero el Estado siempre permanecerá»).  Albert Serra huye del cliché y se permite la licencia de dejar de lado la cita, así como de introducir ciertos instantes de humor en un relato esencialmente dramático, como sucede en la escena en que la corte discute sobre los cuestionables métodos de Monsieur Lebrun, un médico que llega a Versalles para ofrecer un elixir curativo al rey.

Cabe destacar también la presencia de la comida, notable y constante durante toda la película, así como la preocupación por la alimentación del rey. Puede ser interpretado este detalle como un homenaje a la cultura francesa/ mediterránea. Tampoco debe pasarse por alto que Serra, un director que generalmente trabaja con actores no profesionales en su búsqueda de la autenticidad, elige precisamente a uno de los actores predilectos de Godard y Truffaut, Jean-Pierre Léaud, para interpretar a un personaje considerado  una de las figuras más importantes de la historia de Francia. Se menciona también a Molière y a la Universidad de París, así como a personajes notables de la época.

Con todo esto, puede concluirse que el objetivo La Muerte de Luis XIV es mostrar la caída del todopoderoso que se creía eterno,  donde subyace un discreto homenaje al arte y a la cultura francesa en todas sus dimensiones. Es una película biográfica quizá no apta para cualquier paladar, donde el director se ha permitido ciertas licencias experimentales, aunque siempre desde la consideración que exige una reproducción del Rey Sol. No da sorpresas, y tampoco las había prometido: quizá esa falta de presunciónsea el mayor acierto de Serra y por tanto, el punto fuerte de la película.

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09 PM | 19 May

LA DILIGENCIA

Magdalena Tsanis

Madrid, 31 mar (EFE).- Orson Welles dijo haberla visto más de 30 veces antes de rodar “Ciudadano Kane” y muchos lo consideran el mejor wéstern de la historia del cine. “La diligencia” de John Ford ha cumplido 80 años y su mezcla de drama, aventuras, romanticismo y crítica social sigue vigente.

Ocho décadas de un viaje en el que nueve personajes apretujados en el interior de un carruaje se desplazan desde un pueblo de Arizona llamado Tonto a Lordsburg, Nuevo México, pese a la amenaza de ataque de los indios.

Pero también un viaje desde la intolerancia y el puritanismo que oprimen a los protagonistas al sueño de libertad y segundas oportunidades que representa el Oeste.

 

“Hay cosas peores que los apaches”, dice Dallas (Claire Trevor), una prostituta con un gran corazón, al referirse a las señoras de la Liga de la Decencia que la obligan a abandonar el pueblo en los primeros minutos de la película.

La presentación de personajes en esos primeros minutos -la prostituta, un médico borracho, la estirada esposa de un soldado, un jugador empedernido y galante, un banquero miserable, un falso reverendo, un alguacil y el conductor de la diligencia- es solo uno de los elementos por los que el filme es considerado ejemplar.

A ellos se unirá en la primera parada del camino un pistolero prófugo de la justicia, Ringo Kid, el personaje que convirtió a un hasta entonces casi desconocido John Wayne en leyenda de Hollywood y en el vaquero por excelencia.

Las premonitorias ideas de John Ford sobre los males de la América de la época quedan reflejadas también en el personaje del antipático banquero, que en un momento del viaje suelta frases como “América para los americanos”, “el Gobierno no debe interferir en los negocios” o “lo que es bueno para los bancos es bueno para el país”.

La estructura narrativa y el virtuoso manejo de la cámara -especialmente en la secuencia, hacia el final, de la persecución de los indios a la diligencia- son otros de los aspectos por los que el filme figura en prácticamente cada lista de las grandes películas norteamericanas de todos los tiempos.

 

Cuando Ford la rodó -fue su primer wéstern sonoro- el género estaba de capa caída, al director le costó mucho encontrar financiación hasta que convenció al productor Walter Wanger, pero su estreno le dio alas y “La diligencia” quedó para siempre como la gran referencia.

La idea la extrajo de un cuento que había leído su hijo de 16 años, “Stage to Lordsburg” de Ernest Haycoyx. Éste a su vez se inspiró en un relato de Guy de Maupassant, “Bola de sebo”, de donde salen buena parte de los personajes.

Rodada en Monument Valley (Utah), Ford contó con la participación de los indios navajos de la zona, que hacen de apaches, y que en señal de agradecimiento le bautizaron en una ceremonia como Natani Nez (líder alto), tal y como cuenta Harry Goulding, un miembro de su equipo, en el libro “Tras la pista de John Ford”.

Como curiosidad, Wayne cobró en “La diligencia” casi una quinta parte (3.700 dólares) de lo que se embolsó la que se consideró estrella de la producción, Claire Trevor (15.000 dólares). La censura, por cierto, impidió que se mencionara explícitamente el pasado de prostituta de su personaje.

Célebres son también los insultos que Ford, que decía ser su amigo, le dedicó a Wayne en el rodaje, frases como “eres tan torpe como un hipopótamo” o “estúpido bastardo, debería haber conseguido a Gary Cooper”.

 

 

Con motivo del 80 aniversario del estreno en Estados Unidos de la película -a España llegó unos años después, en 1944- la editorial Notorius acaba de publicar un libro de gran formato que combina información del rodaje, los personajes, la estética, influencias y anécdotas con numerosas fotografías en blanco y negro y color. EFE

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12 AM | 13 May

Orfeo Negro

En Rio de Janeiro, Orfeo se gana la vida como conductor de tranvías y músico, feliz con su novia Mira. Durante la semana de Carnaval, cruza la mirada con Eurídice, una chica que ha llegado a la ciudad huyendo de un acosador, y tiene un flechazo inmediato. Resulta que la prima de Eurídice, Sarafina, es amiga de Orfeo y Mira, por lo que el joven no tarda en volver a encontrarse con su misterioso objeto de deseo, que se le acerca bailando una provocativa samba mientras lleva puesto un vestido de su prima. Mira se pone hecha una furia cuando descubre la identidad de la bailarina, pero esa no es la mayor preocupación de Orfeo, sino que Eurídice está siendo acechada por la Muerte, que la persigue entre la multitud que se agolpa festejando en las calles y la conduce hasta una morgue. ¿Podrá Orfeo salvar a su amada y no echar la vista atrás?

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10 PM | 05 May

THE COCA-COLA KID

Eric Roberts fue uno de los actores más promisorios de fines de los 70 y primeros años de la década de los ochenta en Estados Unidos. Trabajó con Bob Fosse en Star 80, con Stuart Rosenberg en The Pope of Greenwich Village y con Andréi Konchalovski en Runaway Train, película en donde realizó una de sus mejores actuaciones y que le proporcionó una nominación como Mejor Actor Secundario en los premios Oscar. Sin embargo, y mucho antes de la debacle de Nicolas Cage o de Steve Seagal, el hermano de Julia Roberts se perdió en una serie de películas intrascendentes y de mala calidad hasta el punto de convertirse en una suerte de caricatura de sí mismo en roles de villanos o mafiosos (salvo en algunos papeles dramáticos como en It`s My Party de Randal Kleiser y en filmes de culto como The Ambulance de Larry Cohen).

Uno de las buenas películas de Eric Roberts en los 80 fue The Coca-Cola Kid, filme del cineasta serbio Dusân Makavejev. El recientemente fallecido director, quien fue reconocido por sus obras WR: Mysteries of the Organism y Montenegro, desarrolló uno de sus trabajos más ambiciosos. La historia del filme sigue las aventuras de Becker (Eric Roberts), un brillante ejecutivo de Coca-Cola que viaja a Australia para desarrollar y promover nuevos negocios de la célebre firma estadounidense. Durante su viaje descubre una ciudad en la que aún no se vende la famosa bebida, lo que lo lleva a poner en marcha diversas estrategias de marketing. En el camino conoce algo de las excentricidades de la idiosincrasia australiana, además de T. George McDowell (Bill Kerr), veterano productor de bebidas que no acepta las tretas comerciales de Coca-Cola y que todavía considera que ciertos negocios tienen que ser familiares y lejos de calculados criterios empresariales.

El filme de Makavejev no tuvo el permiso de Coca-Cola Company, si bien los ejecutivos de la multinacional una vez visto el resultado no pusieron objeciones. Al contrario, se sintieron alagados de ver un filme que mostraba su marca, los tradicionales colores rojo y blanco, en un gran número de escenas. Ahora bien, quizá lo que no detectaron o no les importó fue la sátira presente en el filme, el que funciona en ocasiones casi como una comedia negra. Eric Roberts convence en su papel, el que en ocasiones puede ser despiadado y en otras excéntrico o romántico, pero lo más interesante es cómo a través de él se deslizan determinados subtextos en la historia que vemos en pantalla.

Dusân Makavejev profundiza en las dinámicas expansionistas de las grandes corporaciones estadounidenses y Coca-Cola es casi un símbolo mundial de aquella masificación comercial. El líquido burbujeante de esta bebida en cualquier cultura transmite felicidad y vida. Esa es su principal oferta, pero en el camino destruye tradiciones. Pareciera ser que detrás del producto hay ejecutivos convencidos de la idea de que todo es negociable, todo tiene su precio y siempre existirán tanto ganadores como perdedores. El ejecutivo Becker es un hombre sensible que prefiere comprometerse con la empresa que representa. Sin embargo, en las tierras australianas y gracias a Terri (Greta Scacchi), una peculiar secretaria, logra humanizarse.

The Coca-Cola Kid es la glorificación de una marca en torno a campañas publicitarias que son alegres, que toman lo autóctono para convertirlo en un producto entretenido, masivo y cercano. Es una ilusión, si bien tiene un reverso menos dulce y más amargo. Cuando Becker comienza a ser consciente de ello es el momento en que pierde el control, a la vez que se da cuenta del daño indirecto que produjo.

Cuando vi The Coca-Cola Kid vi un tipo de comedia más excéntrica que podría ser el antecedente al humor más elaborado de las obras de cineastas como Wes Anderson, de David O. Russell (El Lado Bueno de las Cosas) o de Jason Reitman (Gracias por Fumar). Incluso, creo que fue una película un poco adelantada al año de su estreno y que lamentablemente ha pasado desapercibida para muchos cinéfilos y espectadores. Estamos ante un filme interesante y provocativo que muestra el valor como cineasta de Dusân Makavejev, el talento interpretativo de Eric Roberts y la dualidad de una bebida que para bien o para mal pareciera estar presente en cada uno de los momentos más especiales de nuestras vidas. ¡Gran filme por redescubrir!

Título original: The Coca-Cola Kid (también conocido como Coca-Cola Kid) / Director: Dusân Makavejev / Intérpretes: Eric Roberts, Greta Scacchi, Bill Kerr y Chris Haywood / Año: 1985.

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