Artículos

06 PM | 29 Abr

SOBRE DERECHO PENAL

“Las salvaguardias de la libertad
se han forjado frecuentemente en
controversias que afectaban
a gente no muy agradable”
Juez Felix Frankfurter disintiendo
en el caso U. S. vs Rabinowitch ( 1950)

El valor Justicia, expresado en el artículo 1.1 de la Constitución, inspira los cimientos sobre los que se construye el Estado de Derecho. En esa arquitectura de normas que es el Estado de Derecho el Código Penal ocupa un lugar destacado. Se trata de un instrumento extraordinariamente poderoso para intervenir en las patologías más importantes y peligrosas que puedan suscitarse en el seno de la sociedad. Cómo se estructure la respuesta a esas, cómo se aquilate la proporcionalidad entre conductas punibles, naturaleza y lesión de bienes jurídicos y las sanciones anejas a todo ello, revelará si el legislador se inclina por una respuesta autoritaria o liberal a la hora de configurar el contenido del Código Penal.

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11 PM | 14 Abr

David Harvey: La acumulación por desposesión

David Harvey: La acumulación por desposesión

Por Felipe Aguado Hernández*.- | Abril 2018

davidharvey2En el proceso de recuperación y actualización de Marx que vivimos en los últimos años, una de las aportaciones más importantes y lúcidas es la de David Harvey. Su planteamiento de la ‘acumulación por desposesión’ es una muy buena actualización precisamente de una de las teorías centrales del marxismo: la teoría de la explotación.

El núcleo del análisis marxista de la sociedad está en la teoría de la explotación. Marx entendió que la historia de la humanidad es la sucesión de modos de producción basados en la explotación de unos seres humanos sobre otros, cuyo culmen es el capitalismo. El trabajo produce los bienes que la sociedad necesita, pero en el proceso de producción capitalista, los trabajadores que generan esos bienes sólo reciben parte de su valor, en forma de salario, viendo cómo la mayor parte de él (la plusvalía) se le sustrae. Éste es el núcleo de la explotación. El capitalismo ha desarrollado diversas formas de explotación, unas en el propio proceso de producción en la fábrica o el campo y otras en procesos complementarios de distribución o administración de bienes económicos o sociales. D. Harvey nos explica cómo en las últimas décadas el capitalismo ha generado nuevas formas de explotación, fuera de los entornos estrictamente productivos, que constituyen una de las características centrales del capitalismo globalizado: la acumulación por desposesión.

Una de las cuestiones más importantes sobre la evolución del capitalismo es la de la generación de sus crisis cíclicas y cómo las supera. La teoría marxista de la acumulación de capital nos explica las dos vías fundamentales de acumulación de capital: la acumulación primitiva y la acumulación por reproducción ampliada. En el origen del capitalismo están presentes formas de apropiación de bienes comunes y personales, como la tierra, los bosques, el agua o la propia persona (esclavitud o servidumbre), en buena medida realizadas en formas precapitalistas, que se proyectan a través de la acumulación comercial o bancaria hacia formas propiamente capitalistas. En esto consiste la llamada ‘acumulación originaria’, que el capitalismo prolonga en las formas esenciales de explotación: la acumulación por reproducción ampliada. La explotación de la plusvalía en el proceso de trabajo provoca la acumulación de capital, que sus poseedores vuelven a invertir, con el mismo mecanismo de generación de productos y acumulación ampliada de plusvalía. Esto conduce al sistema a una fuerte contradicción. Los capitalistas deben vender los productos de sus empresas para realizar sus beneficios y recuperar la inversión inicial. Pero han de hacerlo, en buena media, y de forma general globalizada, a los propios trabajadores. Sin embargo, la capacidad de compra de éstos es menor que el precio de los productos, pues éste lleva incorporada la plusvalía expropiada. Así, con el tiempo, el sistema globalmente considerado produce más bienes de los que la sociedad puede adquirir, generando una crisis de superproducción o sobreacumulación. Ésta es una tendencia permanente en el capitalismo que lo conduce hacia la generación de excedentes de capital y de fuerza de trabajo.

harvey3El sistema capitalista más primitivo supera estas crisis mediante la destrucción de empresas y el consiguiente paro generalizado. La crisis de superproducción provoca el hundimiento de las empresas más débiles que arrastran a sus asalariados al paro y a condiciones terribles en lo económico y social. Cuando esta fase autodestructiva toca fondo, se provoca una nueva fase de concentración y expansión del capital, iniciando un nuevo ciclo que tendrá un final similar.

A mediados y finales del S. XIX el capitalismo pone en marcha nuevas estrategias para superar o paliar esas crisis cíclicas de excedentes. D. Harvey (2004: 100-101) las ha llamado ‘ajuste espacio-temporales’: ‘Estos excedentes pueden ser absorbidos por: a) el desplazamiento temporal a través de inversiones de capital en proyectos de largo plazo o gastos sociales (tales como educación o investigación), los cuales difieren hacia el futuro la entrada en circulación de los excedentes de capital actuales; b) desplazamientos espaciales a través de la apertura de nuevos mercados, nuevas capacidades productivas y nuevas posibilidades de recursos y de trabajo en otros lugares; o c) alguna combinación de a) y b)’. De una parte, pues, Harvey nos habla de la estrategia de ‘la expansión geográfica’: El capitalismo traslada parte de sus excedentes a nuevas áreas geográficas mediante la expansión colonial. Es la estrategia imperialista que analizaron fecundamente, entre otros, Lenin, Rosa Luxemburgo o Hilferding. De otra parte, los ‘ajustes temporales’: inversiones en infraestructuras que no suponen para el capital una realización inmediata, aunque sí a largo plazo.

En este proceso podemos distinguir varias fases: 1) Desde finales del S. XIX a la Guerra Mundial del 14-18, uno de cuyos componentes esenciales fue precisamente la lucha entre los capitalismos nacionales por generar un marco imperial- colonial propio lo más extenso posible, negando a otros esa misma posibilidad. 2) De la Primera a la Segunda guerra Mundial, que también tuvo un fuerte componente de lucha imperialista. 3) Desde el 45 hasta el 73, periodo en el que el capitalismo se hace consciente de cómo las guerras mundiales habían puesto de manifiesto la posibilidad de autodestrucción del propio sistema. Se genera entonces una nueva estrategia que minimizara los riesgos de nuevas guerras imperialistas: Se crea la ONU para resolver pacíficamente los contenciosos internacionales, la Unión Europea para integrar y hacer cooperativos los viejos capitalismos nacionales, se descoloniza el llamado Tercer Mundo para superar el control unilateral de las metrópolis sobre las colonias, abriendo éstas a nuevas formas de explotación universal, bajo lo que se llamó el neocolonialismo.

A partir del 73 se produce una reestructuración radical del capital internacional, lo que Harvey ha denominado ‘nuevo imperialismo’ y que es una tercera fase del dominio global burgués, tras la primera de dominio simple primitivo de mera reproducción ampliada y la segunda de dominio imperialista por ajustes espacio-temporales. Siguiendo a Harvey, en esta nueva época podemos distinguir dos elementos fundamentales: La creación de un nuevo régimen financiero (‘la nueva arquitectura financiera internacional’) y ‘la acumulación por desposesión’.

La crisis del petróleo de 1973 permite la creación de ‘la nueva arquitectura financiera internacional’. La crisis del petróleo permitió, por una parte, que el capital recuperara parte de las plusvalías perdidas con los movimientos mundiales en torno al Mayo del 68, que había supuesto unas grandes subidas salariales y mejoras en las condiciones de trabajo, amortizadas por la subida generalizada de los precios de los bienes de consumo y servicios, provocada a su vez por la subida artificial de los precios del petróleo. Pero, por otra parte, el capital financiero, fundamentalmente de EE.UU., se centra en el control del petróleo, acumulando con ello enormes plusvalías. Este inmenso engorde del capital financiero estadounidense va a permitir que, sobre la base de Wall Street, la Reserva Federal y el control de las instituciones mundiales a través del F.M.I. se construya la hegemonía económica de EE.UU. La manipulación del crédito, el control y administración de la deuda pública y privada, la ‘liberalización’ de mercados, la libertad de movimientos del capital financiero sin control público o los ‘futuros’ van a permitir hacer y deshacer economías locales. Los casos más flagrantes ha sido el expolio de América Latina mediante el control de la deuda o la destrucción y apropiación de la floreciente industria del Sureste Asiático mediante el control del crédito. Ahora ha tocado el turno al Sur de Europa.

harvey4El otro vector central del nuevo imperialismo es la ‘acumulación por desposesión’, término, preciso y clarificador, que debemos a Harvey, y que nos va permitir comprender en qué consisten realmente los fenómenos que estamos viviendo de ‘recortes’ o ‘privatizaciones’, entre otros muchos hechos de la actual economía depredadora del neoliberalismo.

En realidad la acumulación por desposesión es una fórmula moderna y actualizada de la llamada acumulación originaria, por la que se arrebataron las propiedades y bienes comunes de los campesinos y de las aldeas, permitiendo el desarrollo del primer capitalismo. Hoy se privatizan los nuevos bienes comunes generados por el estado del bienestar, por el desarrollo cultural o las nuevas oportunidades que ofrece la naturaleza. Es una característica cada vez más central en el capitalismo global. Su objetivo es compensar la incapacidad crónica del capitalismo para sostenerse a través de la mera reproducción ampliada, utilizando nuevos campos de ampliación del capital excedente.

¿Cómo opera?:

-Mediante el control de la propiedad intelectual (patentes y licencias), del material genético y de las semillas.

-Mediante el control de los bienes medioambientales globales: suelo agrícola, bosques, minas, agua,…, generando una gran degradación ambiental y la transformación de la naturaleza en mercancía.

-Provocando la mercantilización de formas culturales y creativas intelectuales y populares: música, folklore, arte, museos,…

-Privatizando los activos previamente públicos como las universidades, el agua, infraestructuras y otros bienes comunes.

-Privatizando los bienes obtenidos tras las luchas de clases del pasado (estado de bienestar), como las pensiones, la educación, la sanidad, el ocio, y la desposesión o minorización de elementos de bienestar como el descanso, o la seguridad en el empleo.

Estas nuevas formas de explotación han generado a su vez nuevas formas de resistencia, en buena parte al margen de las clásicas organizaciones reivindicativas obreras. Se canalizan a través de movimientos sociales como ‘la antiglobalización’, u otros del tipo ‘primavera árabe’, ’15M’ u ‘ocupación de Wall Street’, ‘los movimientos indígenas’ de defensa de sus tierras y culturas, los ‘movimientos feministas’ o de ‘pensionistas’….

Sus formas de organización y acción difieren bastante de las luchas de clases imbricadas en la acción en el marco de la pura reproducción ampliada. Se construyen en buena medida sobre formas de democracia directa participativa, asamblearia y no partidista.

davidharvey1La respuesta del sistema capitalista a estas nuevas formas de lucha no se ha hecho esperar, generando a su vez nuevos mecanismos de defensa y control: ampliación del poder y la intervención militar de EE.UU., estrategias de control de la población y de reducción de derechos políticos, como las leyes mordaza en España o el estrado de excepción cronificado en Francia. Todo ello en un contexto en el que se está fomentando el resurgir de la extrema derecha.

Todo esto nos abre muchos interrogantes sobre las opciones de futuro del capitalismo y de los movimientos sociales alternativos. ¿Ha llegado el capitalismo al límite de sus posibilidades de acumulación, tanto por la vía de reproducción ampliada, como de los ajustes espacio-temporales o de acumulación ‘por desposesión? ¿Caben todavía nuevas formas de apropiación y explotación?. Sin duda que el sistema tiene riesgos poderosos como nos señala Harvey: el déficit de EE.UU., su enormemente deficitaria balanza de pagos, el posible hundimiento de su economía por una depresión deflacionaria. ¿Ha querido el gran capital buscar una salida a todo ello con Trump? ¿Cuál será el papel de la que se está convirtiendo en la primera economía del mundo, China?. Estamos ante una gran crisis del capitalismo o, como figuraba en una pintada en la Argentina del ‘corralito’, ‘el capitalismo tiene los milenios contados’.

Es importante recordar cómo el marxismo permite una comprensión integrada de los fenómenos sociales que a primera vista nos aparecen dispersos. Las aportaciones de Harvey nos permiten comprender de forma integrada desde los ‘recortes’ a las ‘privatizaciones’, desde la globalización del capitalismo financiero a las nuevas formas de luchas sociales, desde la militarización del mundo a las resistencias de campesinos y pueblos indígenas. Todo ello está en el marco de una misma lógica, que el marxismo es capaz de descubrir y explicar en su integridad y su complejidad. Ésta es una de las grandes aportaciones del marxismo a la comprensión de nuestro mundo: el sentido de totalidad.

Felipe Aguado Hernández es Catedrático de Filosofía
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06 PM | 29 Mar

Ha muerto Dios?

Los dioses del Mercado, del Patriarcado y del Fundamentalismo son las nuevas metamorfosis de la creencia en el Ser Superior. Este cambio explica las

tres violencias ejercidas en su nombre: la estructural, la machista y la religiosa

¿Ha muerto Dios?
ENRIQUE FLORES

Nietzsche no fue el primero en utilizar la expresión “Dios ha muerto”. Su origen se encuentra en un texto de Lutero: “Cristo ha muerto / Cristo es Dios / Por eso Dios ha muerto”. En él se inspira Hegel en la Fenomenología del espíritu, donde afirma que Dios mismo ha muerto como manifestación del sentimiento doloroso de la conciencia infeliz. En Lecciones sobre filosofía de la religión se refiere a una canción religiosa luterana del siglo XVII en un contexto similar: “Dios mismo yace muerto / Él ha muerto en la cruz”.

Es probable que Nietzsche, hijo y nieto de pastores protestantes, la conociera e incluso la hubiera cantado en el Gottesdienst. Pero ha sido su propia formulación la que ha adquirido relevancia filosófica y ha ejercido mayor influencia en el clima sociorreligioso moderno.

Dos son los textos más significativos en los que Nietzsche hace el anuncio de la muerte de Dios. En Así hablabaZaratustra, cuando el reformador de la antigua religión irania baja de la montaña, se encuentra con un anciano eremita que se había retirado del mundanal ruido para dedicarse exclusivamente a amar y alabar a Dios, actitud que contrasta con la de Zaratustra, que dice amar solo a los hombres. Tras alejarse de él, comenta para sus adentros: “¡Será posible! Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto”. Al llegar a la primera ciudad, encontró una muchedumbre de personas reunida en el mercado, a quienes habló de esta guisa: “En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con Él han muerto también sus delincuentes. Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra”.

En La gaya ciencia Nietzsche relata la muerte de Dios a través de una parábola cargada de patetismo. Un hombre loco va corriendo a la plaza del mercado en pleno día con una linterna gritando sin cesar: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”. El hombre se convierte en el hazmerreír de la gente allí reunida, que no se toma en serio la búsqueda angustiosa del loco y se mofa de él haciéndole preguntas en tono burlón: “¿Es que se ha perdido? […]¿Es que se ha extraviado como un niño? […]¿O se está escondiendo? ¿Es que nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Emigrado?”. A lo que el loco responde: “¡Lo hemos matado nosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos!”.

El loco, fuera de sí, entró en varias iglesias donde entonó su requiem aeternamdeo. Cada vez que le expulsaban y le pedían explicación de su conducta, respondía: “¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos fúnebres de Dios?”. Nietzsche califica el anuncio de la muerte de Dios como “el más grande de los acontecimientos recientes”, pero el loco reconoce que llega “demasiado pronto”.

¿Se ha hecho realidad el anuncio de Nietzsche? Yo creo que solo en parte. Ciertamente, se está produciendo un avance de la increencia religiosa en nuestras sociedades secularizadas y se cierne por doquier la ausencia de Dios. Pero, al mismo tiempo, asistimos a otro fenómeno: el de las diferentes metamorfosis de Dios. A modo de ejemplo voy a referirme a tres: el Dios del Mercado, el Dios del Patriarcado y el Dios del Fundamentalismo.

El Dios del Mercado. El Mercado se ha convertido en una religión “monoteísta”, que ha dado lugar al Dios-Mercado. Ya lo advirtió Walter Benjamin con gran lucidez en un artículo titulado El capitalismo como religión, donde afirma que el cristianismo, en tiempos de la Reforma, se convirtió en capitalismo y “este es un fenómeno esencialmente religioso”.

Tocar el capitalismo o simplemente mencionarlo es como tocar o cuestionar los valores más sagrados. Lo que dice Benjamin del capitalismo es aplicable hoy al neoliberalismo, que se configura como un sistema rígido de creencias y funciona como religión del Dios-Mercado, que suplanta al Dios de las religiones monoteístas. Es un Dios celoso que no admite rival, proclama que fuera del Mercado no hay salvación y se apropia de los atributos del Dios de la teodicea: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y providencia. El Dios-Mercado exige el sacrificio de seres humanos y de la naturaleza y ordena matar a cuantos se resistan a darle culto.

El Dios del Patriarcado. Los atributos aplicados a Dios son en su mayoría varoniles, están vinculados a la masculinidad hegemónica y se relacionan con el poder. La masculinidad de Dios lleva derechamente a la divinización del varón. Así, el patriarcado religioso legitima el patriarcado político y social. La teóloga feminista alemana Dorothee Sölle critica las fantasías falocráticas proyectadas por los varones sobre Dios, cuestiona la adoración al poder convertido en Dios y se pregunta: “¿Por qué los seres humanos adoran a un Dios cuya cualidad más importante es el poder, cuyo interés es la sumisión, cuyo miedo es la igualdad de derechos? ¡Un Ser a quien se dirige la palabra llamándole ‘Señor’, más aún, para quien el poder no es suficiente, y los teólogos tienen que asignarle la omnipotencia! ¿Por qué vamos a adorar y amar a un ser que no sobrepasa el nivel moral de la cultura actual determinada, sino que además la estabiliza?”. En nombre del Dios del patriarcado se practica la violencia de género, que el año pasado causó más de 60.000 feminicidios.

El Dios de los Fundamentalismos. Los fundamentalismos religiosos desembocan con frecuencia en terrorismo, fenómeno que recorre la historia de la humanidad en la modalidad de guerras de religiones que se justifican apelando a un mandato divino. Tiene razón el filósofo judío Martin Buber cuando afirma que Dios es “la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan mutilada, tan mancillada. Las generaciones humanas han desgarrado esta palabra. Han matado y se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre. Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’. Se asesinan unos a otros y dicen: ‘Lo hacemos en nombre de Dios”. Matar en nombre de Dios es convertir a Dios en un asesino, en certera observación de José Saramago, quien lo demuestra en la novela Caín a través de un recorrido por los textos de la Biblia hebrea.

Dios bajo el asedio del Mercado, bajo el poder del Patriarcado y bajo el fuego cruzado de los Fundamentalismos. El resultado es la violencia estructural del sistema, la violencia machista y la violencia religiosa, las tres ejercidas en nombre de Dios.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid. Su última obra es Teologías del Sur. El giro descolonizador(Trotta, 2017). Publicado en el diario EL PAIS

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01 AM | 10 Feb

“Fachos” pobres

La derecha chilena ha sabido atraer al electorado

ubicado en el centro social y político.

Carlos Franz, EL PAÍS, viernes 9/2 2018

 

El candidato de la derecha y expresidente, Sebastián Piñera, ganó las recientes elecciones presidenciales chilenas. Esa misma noche Piñera habló ante una multitud congregada en el centro de Santiago. La televisión mostró a miles de personas convergiendo hacia ese punto desde los confines de esta extensa ciudad. Decenas de periodistas cubrieron esas manifestaciones variopintas realizando las usuales entrevistas callejeras.

Un reportero interrogó fugazmente a un matrimonio con dos hijos pequeños. Estos llegaron en metro desde la populosa comuna de La Florida para celebrar al candidato ganador. Cuando el periodista les preguntó si militaban en algún partido, ella respondió con sencillez: “Somos de clase media”.

Esa inesperada y eficaz respuesta podría explicar, en parte, la derrota de la izquierda y este triunfo de la derecha chilena.

Los sectores menos renovados de la vieja izquierda coinciden con la nueva ultraizquierda del Frente Amplio (equivalente al Podemos de España) en una visión simplista de la derecha. Este simplismo los lleva a una estrategia política errónea. Para ellos el derechismo solo podría explicarse como una defensa egoísta de grandes intereses económicos. Los derechistas serían “los poderosos de siempre”, como los llamó el Gobierno saliente en un vídeo publicitario.

Sin embargo, es obvio que esos “poderosos” solo suman una fracción ínfima de aquel 54% del electorado que eligió a Piñera. Entonces, ¿de dónde salió esa mayoría que votó por la derecha?

En Chile, la izquierda más exaltada responde esa pregunta repitiendo una ofensa que ella misma puso de moda: aquellos que sin ser ricos votan por la derecha serían “fachos pobres” (fachos=fascistas). Un marxista clásico los habría definido como “proletarios alienados y desclasados”. Pero más gráfico fue el contramanifestante de izquierda que los llamó “cuidadores de la mansión de los ricos”.

Durante un debate poselectoral, un alcalde comunista mencionó otro aspecto de aquella creencia. Cuando una senadora derechista argumentó que su ideal era aumentar la libertad de las personas el alcalde le respondió que los pobres no son libres, por ejemplo, para elegir que sus hijos estudien en los carísimos colegios de la élite santiaguina. La senadora derechista fue incapaz de refutar ese argumento demagógico.

Posiblemente, esa joven familia de reciente clase media que celebraba a Piñera sí habría sabido qué responder. Ellos no son arribistas. Seguramente, no ambicionan que sus hijos asistan a ese par de colegios elitistas y clasistas que mencionó el alcalde. Lo que ellos desearían es una buena reforma educacional, centrada en la calidad, que les permita escoger colegios en un sistema público tan excelente que hasta los ricos deseen asistir a él.

Esa familia no es de proletarios alienados sino de pequeños propietarios. La “mansión” que cuidan no es ajena sino que es su propia modesta vivienda que pagan mensualmente con dificultad y orgullo. Sin duda, ellos desean una buena red de seguridad social, pero no les gustaría perder la propiedad de su cuenta de ahorros previsionales. Quieren una mejor distribución de la riqueza, pero entienden que para distribuirla antes hay que crearla. Esa familia prefiere reformas graduales antes que súbitas refundaciones.

Esa prudencia es típica de una pequeña burguesía naciente. Así como es típico y anticuado el desprecio con el que la izquierda extremada mira a ese sector social.

La coalición de centro-izquierda chilena perdió esta elección porque antes había perdido a muchas de esas familias de la vasta clase media emergida en los últimos 30 años de prosperidad. Tironeados por el extremismo juvenil y podemita del Frente Amplio, numerosos socialdemócratas se avergonzaron de sus renovaciones ideológicas y se radicalizaron. Incluso los comunistas olvidaron la vieja lección de Lenin: el izquierdismo es “la enfermedad infantil” del comunismo.

Entonces el centro social y político quedó huérfano y esta vez la derecha supo acogerlo.

No era inevitable que ocurriera así. Esa familia que ahora votó por Piñera no le pertenece a la derecha ni a la izquierda. Ellos se pertenecen a sí mismos y a sus sueños. Lo más respetuoso sería aceptar que su auténtica militancia es la que exhibieron con orgullo cuando los entrevistaron: son de clase media.

Cuando la izquierda chilena deje de considerarlos “fachos pobres” y vuelva a respetarlos, quizás esas familias volverán a votar por ella.

 

Carlos Franz es escritor.

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02 PM | 15 Ene

CIEN AÑOS DESPUÉS

JOSE LUIS PARDO

En el año recién terminado han pasado casi inadvertidos los centenarios de la toma del Palacio de Invierno y la presentación del urinario ‘Fuente’. Dos tentativas de subversión en una misma atmósfera: el fin del mundo moderno

Cien años después
RAQUEL MARÍN

Ay, qué pesado, qué pesado

Siempre pensando en el pasado

Se nos ha ido un año tan lleno de convulsiones, contusiones y sainetes que la palpitante y siempre tiránica actualidad ha hecho que nos pasaran casi inadvertidos, entre muchos otros, dos centenarios que en otras circunstancias habrían dado bastante que hablar. Uno, el que a primera vista parece más serio, es el de la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo por el Ejército Rojo, que dio pie al establecimiento de la URSS. Este hecho extrae ante todo su seriedad, como todas las revoluciones políticas, del elevado número de cadáveres con los que abona el campo de batalla (y que a medida que crece hace más difícil admitir que los que murieron lo hicieron “para nada”), pero le añade a esta gravedad histórica una seriedad moral: la de haber supuesto, para muchísimas personas y durante muchísimo tiempo, un foco de esperanza política que señalaba a la humanidad el camino de su futuro.

¿El que hayamos pasado como de puntillas sobre este centenario se debe solamente a que ya no existe la Unión Soviética y, por lo tanto, el foco ha desaparecido, llevándose con él el prometido final feliz de la historia universal? No creo que este sea el principal motivo, sobre todo porque el final del “socialismo real” ha coincidido con una cierta revitalización del comunismo, al menos como vocablo, que intenta por todos los medios desprenderse de su funesto pasado histórico y engancharse a las nuevas circunstancias. Pienso más bien que la causa fundamental de la ausencia de conmemoración de la revolución de octubre es la infinita vergüenza que produce, sobre todo en el ámbito intelectual y de la opinión en general, el haber permanecido ciegos durante décadas y décadas ante la evidencia hoy irrefutable de lo que fue aquel “socialismo real”, que hoy aún reconocemos en los Estados comunistas residuales como China, Cuba o Corea del Norte y sus adláteres, en los que lejos de ver un estadio “degradado” del proyecto comunista podemos experimentar en vivo la cruda realidad de lo que fue desde el principio aquel “socialismo” en el que ya en 1920, en su visita a Lenin, Fernando de los Ríos vio “las tenebrosidades de un mundo policíaco”. Incluso podría suceder que el alboroto con el que hoy nos escandalizamos ante las “posverdades” que fabrican los gabinetes de prensa especializados en producir “hechos alternativos” para justificar ciertas políticas nos oculte, más o menos interesadamente, la facilidad con la cual durante tanto tiempo las élites culturales y los líderes de opinión occidentales contribuyeron, amparados en una racionalidad moral superior, a negar una siniestra realidad que conocían bien, convirtiéndose en aliados objetivos de los aparatos de propaganda de esos regímenes policíacos.

El otro centenario ha sido el de la presentación, por parte de Marcel Duchamp, de un urinario firmado con el seudónimo de Richard Mutt y bautizado como Fuente a una exposición de artistas independientes en una galería de arte de Nueva York. Comparado con la revolución de octubre, este “atentado simbólico” puede parecer solamente una broma (aunque una broma pesada), como sin duda se lo pareció a muchos de sus contemporáneos, quién sabe si también a su propio autor. Pero el caso es que, andando el tiempo, y mucho después de su desaparición material, ha llegado a ser considerado como la obra de arte más influyente del siglo XX, según dictamen de 500 expertos internacionales en el año 2004. Y ello no sólo porque representa el gesto fundador del arte conceptual, sino porque acaso resume mejor que otras piezas la intención profunda de las vanguardias históricas, convertidas hoy en una suerte de clasicismo del arte contemporáneo. Se diría que no existe entre estos dos hechos revolucionarios más relación que la de que el azar los ha reunido en el mismo año.

Y sin embargo se trata de dos tentativas de subversión inmersas en una misma atmósfera: la que anunciaba, con el telón de fondo de la guerra mundial, el final del mundo moderno (de lo que entonces se llamaba “la sociedad burguesa”) y su sustitución por otro diferente y mejor. En segundo lugar, así como la revolución de octubre no pretendía ser una revolución política entre otras, sino la que pondría fin a la política en cuanto tal (ya que culminaría con la desaparición del Estado, que es el marco que en la modernidad confiere sentido al término “política”), tampoco la revolución vanguardista quería ser una revolución artística más (como lo habrían sido el barroco o el neoclasicismo), sino que aspiraba a terminar con el arte como institución y como esfera diferenciada para diluirlo en la vida común, del mismo modo que el comunismo prometía, en palabras de Lenin, abolir la diferencia entre una cocinera y un jefe de Estado. Por último, el estadio histórico-cultural que ambas revoluciones querían superar es en los dos casos lo que hemos dado en llamar la representación; y aunque no se puedan identificar de forma simple la representación estética y la representación política, ambas aluden a todo un entramado de mediaciones (el parlamento y la separación de poderes en un caso, la autonomía de los valores estéticos y la crítica de arte en el otro) que ese nuevo mundo post-burgués vendría a invalidar mediante el paradigma de la inmediatez. Y a todo ello ha de añadirse que, durante la primera mitad del siglo pasado, las complicidades, connivencias, alianzas y dobles militancias entre los miembros de los ismos políticos y los de los artísticos fueron moneda corriente y hasta casi obligatoria en algunos períodos concretos.

Pero, ¿no se podría objetar que, pese a todo, la revolución de octubre fracasó, mientras que la revolución de Duchamp ha tenido éxito? No es tan seguro. Las dos revoluciones fracasaron en la medida en que el mundo post-moderno del que se consideraban la avanzadilla no llegó a existir o, lo que es peor, sólo pudo hacerlo con los tintes infernales del totalitarismo. Pero ambas nos han dejado como herencia el síndrome de “despreciar al burgués” (hoy convertido en “despreciar al ciudadano”, que después de todo es lo que significaba “burgués”), junto con una desconfianza frente a la representación pública y artística y una nostalgia de la inmediatez estética y política que ha dado lugar a un linaje de artistas incómodos en su propia condición, de la que les gustaría liberarse, y a otro de políticos que habitan las instituciones representativas al mismo tiempo que las ponen en entredicho. Y a lo mejor la discreción con la que hemos atravesado estos dos centenarios tiene que ver con un cierto y comprensible afán de cubrir nuestras vergüenzas que, sin embargo, podría conllevar una desagradable falta de reflexión sobre nuestro pasado y, en definitiva, un déficit de explicación con nosotros mismos y con el porvenir de las sociedades de nuestro tiempo.

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