Artículos de Opinión

04 PM | 23 Ago

La agonía de la libertad

“¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? ¿Adónde nos ha transportado el sueño?“. Las inquietantes preguntas con las que Thomas Mann termina su novela del siglo, La montaña mágica, son también las nuestras. Como si nos hubiésemos despertado de un letargo muy dulce, en vista de la reciente deriva de los acontecimientos del mundo, hemos de reconocer que sentimos una perplejidad fundamental: una gran guerra persistente en Europa, una profunda conmoción de la Unión transatlántica, el innegable deterioro de los principios democráticos, el debilitamiento casi generalizado del centro liberal; el rearme en todos los frentes… Vemos que, si partimos de la experiencia que supuso el gran año de apertura de 1989, así no se habían pensado las cosas, ni planeado, ni esperado.

Precisamente en cuestiones de cultura política el diagnóstico tiene que preceder a la terapia. Al menos así rezaba el principio por el que se guio el escritor y premio Nobel Thomas Mann, quien fue cobrando conciencia política ante los acontecimientos de su tiempo, y del cual se cumplen en este verano 150 años de su nacimiento. De hecho, Mann entendió en retrospectiva sus tres grandes novelas de época, las que le dieron fama mundial, Los Buddenbrooks (1901), La montaña mágica (1924) y Doctor Faustus (1947), como una trilogía sobre el camino de la nación media alemana a la oscuridad: su camino a un nacionalismo bélico y, en definitiva, a un nacionalsocialismo aniquilador del mundo. En palabras de Mann, estas obras tratan de la posibilidad siempre latente, anunciada ya desde varias generaciones anteriores, de que configuraciones culturales enteras retrocedan hasta desembocar en el “primitivismo más arcaico”. Esta amenaza se cierne otra vez sobre Europa. ¿Qué hacer?

¿Un tercer camino? Al igual que todo su entorno cultural de entonces, también Mann se preparó para evitar lo peor en la década de 1920 mediante la búsqueda intelectual y espiritual de un tercer camino. Libre de conservadurismos nacionales estrechos de miras, este camino, según esperaba Mann, permitiría renunciar al liberalismo puramente mercantilista y violento (encarnado para Mann en el ejemplo de la Edad de oro de Estados Unidos antes del cambio al siglo XX), así como a los experimentos de uniformización e igualitarismo que se maquillaban como “revoluciones en nombre del pueblo” (Mann los asociaba especialmente con lo que él denominaba una “Semiasia no latina”). Si no se lograba abrir un tercer camino que condujese a una democratización verdaderamente consciente y autodeterminada, Centroeuropa caería bajo la influencia de dos principios políticos, idénticos en esencia pese a su apariencia disímil: por una parte, el de “a cada uno lo suyo” y por otra, el de “para todos lo mismo”. Pero, sobre todo, bajo tales principios radicales, tal y como Mann hace diagnosticar al narrador de su gran novela bisagra La montaña mágica, pronto tendrá que aparecer el “liberalismo”, “con el que ya no se saca a ningún perro de detrás de la estufa”, es decir, con eso ya no se atrae a nadie. Casi se tiene la impresión de que hemos llegado a este punto.

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12 PM | 09 Ago

Veinticinco años cultivando saber

Félix Alonso.

Hace veinticinco años, y así quedó constatado en nuestro primer libro Cine de Autor, (una recopilación con comentarios críticos de las películas proyectadas en la desaparecida sala Juan Negrín). En la presentación del libro, datado en 2012, decíamos que: “un grupo de amigos creamos una asociación que tenía como objetivo la defensa del medio ambiente y el fomento de la participación cultural”. Fue Rousseau nuestra inspiración, pues nadie como él se preocupó tanto del estudio de la naturaleza, y las relaciones sociales de los hombres, junto con Montesquieu y Voltaire, iluminador de la Revolución Francesa, cuyos nobles objetivos eran crear una sociedad mejor, ajena a consideraciones religiosas y apoyada en las premisas de igualdad, libertad y fraternidad. Se pretendía pues, una plena humanización del orden político orientada por la diosa razón y por el ideal de progreso constante. Ya barruntábamos en aquellos años que el neoliberalismo se iba a convertir en el motor de las dinámicas actuales. Pensábamos, y pensamos ahora con mas fuerza si cabe, que por mediación de la cultura y bajo la consigna de Kant “atrévete a saber” nuestras tertulias crecerían a lo largo del tiempo, hasta incluso ser hegemónicas. Nos creíamos a Gramsci.

A lo largo de estos años hemos sufrido derrotas, la más importante, la clausura de la sala Juan Negrín. Hicimos una carta abierta, aún sin respuesta, a los autores del agravio. Por otro lado, hoy mismo, se cumplen cuatro años de nuestra participación en la remodelación del salón de actos de la Casa de Cultura de El Escorial, se votó por el cine, y a pesar de las dificultades y del parón a que nos hemos visto sometidos, seguro que nuestra determinación nos hará volver. Ya estamos preparando unas jornadas sobre el cine en el expresionismo alemán de la mano de Fritz Lang.

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02 PM | 03 Ago

EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA

EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA
Félix Alonso

Para este mes de agosto tenía el propósito de leer la novela Camí de sirga de Jesús Moncada, una evocación a la desaparición de Mequinensa, un pueblo en los enclaves del Ebro y del Segre, y que según me dicen está considerada como una de las obras cumbres de la literatura catalana, pero se me ha cruzado el ensayo de Volker Ulrich sobre El fracaso de la república de Weimar y no he podido resistirme por el subtítulo: las horas fatídicas de una democracia. Por algunas similitudes con el momento actual, destaco la campaña de difamación que sufrió Ebert, presidente de la República, y que están consideradas como las mas importantes jamás vividas por un político en la joven democracia alemana.
Las élites que gobernaban antes de 1918 no podían soportar que un hombre de origen humilde, sastre de formación y socialdemócrata, ostentara el cargo mas alto del Estado. Friederich Ebert, muy conocido en España por la fundación que lleva su nombre, impartidora de muchos cursos de formación a socialistas, fue elegido líder del SPD (partido socialdemócrata de Alemania) en 1913, a la muerte de August Bebel, y primer canciller después de la revolución de noviembre de 1919.
Los caricaturistas de la prensa enemiga de la República, se hicieron eco de comentarios maliciosos, a raíz de una foto que mostraba a Ebert con el ministro de defensa Gustav Noske, en un balneario del mar báltico con bañador. La foto sirvió para insultos variados de todo tipo, que buscaban socavar la reputación del Jefe del Estado y el orden democrático que encarnaba, acusándole en los medios contrarios a la república de corrupción y enriquecimiento personal.
Ebert reaccionó en un primer momento con reserva, pero optó posteriormente, después del asesinato de Rathenau por la ultraderecha, por presentar doscientas demandas hasta finales de 1924, con lo que pretendía defender su dignidad y el prestigio de la república. Todo fue en vano. En junio de 1922 Emil Gansser, uno de los promotores de Hitler, le difamó en público, en plena calle llamándole Traidor a la Patria. Gansser le envió posteriormente una carta abierta en la que decía que :“era una prueba de carga demasiado peligrosa para la república la permanencia en la misma de una persona que tolera la acusación de traición a la patria”. Sus abogados le recomendaron que no pusiera demanda, pero a los pocos días un periódico de tendencia nacionalista, recogió a finales de 1924 la afrenta de Gansser con este titular :“Demuestre señor Ebert que no es traidor a la patria”. Ebert presentó una denuncia contra el editor del periódico, y lo que comenzó como un caso de difamación se convirtió en la oportunidad de poner en tela de juicio la política entera de la socialdemocracia durante la Primera Guerra Mundial. Celebrado el juicio con una condena mínima al editor, la sentencia dictaba que: “Ebert había cumplido en términos objetivos y subjetivos con el acto de traición a la patria, por su participación en el liderazgo de la huelga y por ciertas acciones en esa situación”.
El fallo desató la indignación de los círculos republicanos, juristas, políticos y artistas de renombre hicieron declaraciones a favor de Ebert, el proceso de apelación no vio su luz pues el socialdemócrata moriría antes de iniciarse las actuaciones.
En las elecciones para elegir a un nuevo presidente, los seguidores de Thälman, dirigente del partido comunista, no tuvieron ningún remordimiento en que, por apoyar su candidatura, el ganador fuera Hinderburg, que luego daría el poder a Hitler. El Vorwäts, el 27 de abril tituló “Hindenburg, gracias a Thälmann” Ahí me quedo, a la espera de ver el estreno de hoy: “La gran ambición”, la peli de Andrea Segre, que reflexiona sobre los motivos del fracaso del pacto entre el PCI y la democracia cristiana, que pudo cambiar el curso de la historia en Italia.

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05 PM | 25 Jul

Blue velvet

Volver a ver Blue velvet

(In memoriam de David Lynch)

 

David Lynch es un hábil tejedor de atmósferas postmodernas, dice Adrián Massanet. Sin embargo, habría que añadir, desde mi punto de vista, que  Lynch es también un urdidor de historias complejas, a veces inexplicables o incomprensibles (surrealistas), donde el espectador cae en una tela de araña de imagenes y de guión de la que es difícil desprenderse hasta que la película acaba.

La capacidad de sorprender de Blue velvet viene desde la extrañeza ante las cosas que suceden y que carecen de una consistencia racional, que se nos escapan por su alejamiento de la normalidad, como si Lynch destapara el doble fondo de una realidad que existe, pero que no se ve.

En la trama coexisten un tipo de comportamiento convencional con otro sórdido, violento y corrupto. Es decir, la vida misma. La cámara de Lynch se introduce en la tierra de ese jardín, y observa miles de insectos y cucarachas. Más expresivo imposible. De forma verdaderamente magistral ha unido los dos mundos: el aparente y luminoso, y el oculto y tenebroso.(1)  A través de la trompa de falopio de una oreja cortada y encontrada en el césped, llena de hormigas (no nos podemos olvidar de Buñuel), accedemos a ese submundo donde se desarrollan comportamientos extremos, observados por un joven, que llevado por la curiosidad, revelará una trama de corrupción policial. Un «filme noir» de trasfondo clásico trufado de comportamientos inquietantes.

La película ofrce el punto de vista crítico con una sociedad que Lynch sitúa en el enfrentamiento entre una moral convencional y la total ausencia de la misma. No hay empatía entre ambas, se encuentran e intentan destruirse. Lynch es, sin embargo, condescendiente con sus personajes a los que comprende y respeta. Hay una excepción con Frank, que está condenado de antemano. El consumo de drogas y alcohol junto con la música, crea en este personaje estados alterados de conciencia donde se mezclan el sexo y la violencia, y un fetichismo exacerbado que se manifiesta en la caricia continua de un trozo de tela de terciopelo azul, mientras escucha su canciónes preferidas. La música tiene un papel relevante, la banda sonora creada para la ocasión por Angelo Badalamenti y las canciones incorporadas del inicio de la década de los sesenta (Love letter de Ketty Lester, Blue Velvet de Bobby Vinton , In  dreams de  Roy Orbison) aumentan el climax a lo largo del film.

Yo sé distinguir el bien del mal.

Le dice Dorothy Vallens (Isabella Rossellini) a Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), pero el mal absoluto al que se enfrentan a punto está de costarles la vida. Estos son personajes clave en el guión, junto a Frank Booth (Dennis Hopper), malo, malísiimo al que  hacíamos referencia anteriormente, y Sandy Williams (Laura Dern), actriz fetiche del director, que representa la ingenuidad y la candidez de una joven a punto de dejar el instituto y que encuentra el amor de su vida en su relación con Jeffrey.

Terciopelo azul es el inicio de una nueva etapa en la manera de modular un lenguaje cinematográfico por parte de David Lynch: la representación del lado oscuro. Un mundo onírico y sórdido, entre la pesadilla y la pasión desbocada que suscitan los deseos más inconfesables. Es verdad que la atmósfera que crea es inconfundible: espacios donde hay puertas que abrimos y que nos llevan a sitios que no sabemos muy bien si queremos entrar. Lynch se mueve como pez en el agua en esta historia enrevesada y maligna, y es capaz de construir la tensión y el suspense con gran habilidad. (2) Un «final féliz» abrocha la película: un jilguero, con un insecto en su pico, se acerca a la ventana de la casa que representa la imagen del sueño americano, donde viven felices y relajados los personajes que han sobrevivido.

Antonio Herranz

 

(1) y (2)  Adrián Massanet (editor). David Lynch: «Terciopelo Azul», tenebroso viaje hacia la luz. Revista Spinof.

 

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07 PM | 20 Jul

EL FILÓSOFO DE LAS VIRTUDES

El pasado 21 de mayo murió, a sus 96 años, el filósofo Alasdair MacIntyre, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y uno de los que más me ha inspirado personalmente en la comprensión de la crisis moral contemporánea.

Nacido en Glasgow, enseñó filosofía en varias universidades británicas y emigró a Estados Unidos en 1969, donde desarrolló toda su carrera académica como profesor e investigador en filosofía moral y política. Su libro, Una breve historia de la ética , fue el manual que estuve recomendando a todos los alumnos de Ética que pasaron por mis clases. Aunque tenía un sesgo marcadamente anglosajón, era, con diferencia, la mejor introducción a las teorías filosóficas de la moral desde los griegos hasta el siglo XX: clara, completa y comprensible.

Pero el libro más conocido y comentado de MacIntyre fue After virtue ( Tras la virtud ), publicado en 1981 y traducido al castellano por la editorial Crítica. Se trata de un ensayo brillante y provocador que, como expresa a la perfección el título, es al mismo tiempo una constatación de la imposibilidad de hablar de virtudes (y de cultivarlas) en las sociedades contemporáneas, y una búsqueda del tipo de sociedad que puede fomentar un ethos virtuoso en las personas, como el presentado por Aristòtil un seguidor imprescindible.

La tesis que mantiene MacIntyre es difícilmente rebatible: desde la modernidad, el paso del mundo «tal y como es» al mundo «tal y como debería» falta de fundamento racional, cosa que no ocurría —o no era percibida como una deficiencia— ni en la filosofía antigua ni en la filosofía medieval, esclava de la teología.

Es por eso que la propuesta de una manera de ser virtuosa se hace impensable en el mundo contemporáneo; con el triunfo casi absoluto de la libertad individual, ha hecho inviable una concepción universal de «la vida buena». actuales, sería posible reencontrar el sentido de las virtudes morales.

MacIntyre realiza una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual.

La apelación de MacIntyre a la comunidad le convirtió enseguida en una de las referencias del «comunitarismo» filosófico, una crítica radical al liberalismo político que gira en torno a un sujeto abstracto sin raíces morales –sin ethos– en las sociedades en las que vive. El comunitarismo centró durante varios años una polémica interesante entre los filósofos de la política más influyentes del siglo pasado, como Rawls, Habermas o Rorty. Cabe decir que la concreción sobre el tipo de comunidad que debería considerarse como alternativa de una política excesivamente liberal ha tenido expresiones poco estimulantes, empezando por la del propio MacIntyre, que pone la mirada en comunidades tan tradicionales y conservadoras como las órdenes religiosas.

MacIntyre se alinea entre los pensadores que consideran inviable el proyecto de una moral racional universal como fue la de Kant y los filósofos de la Ilustración. Pero en vez de adoptar una posición nihilista o estrictamente emotivista, al estilo de Nietzsche, hace una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual que no llega a encontrar la manera de abordar y corregir, aunque sea parcialmente, la escisión entre la escisión entre la.

Uno de los últimos libros publicados por MacIntyre responde al título de Animales racionales dependientes , una especie de revisión desde la antropología filosófica de la concepción de nosotros mismos como seres autónomos y autosuficientes, concepción desmentida por la serie de crisis que nos están afectando en diversos aspectos, pero que especialmente nos están haciendo ver la fragilidad e interdependencia. Todo permite esperar que la obra de MacIntyre perdurará y, al menos, ayudará a pensar nuevas formas de vivir coherentes con los valores morales que teóricamente sustentan la vida en común.

VICTORIA CAMPS EN POLÍTICA-PROSA

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