Un día de difuntos- GIL DE BIEDMA

Ahora que han pasado nueve meses
que el invierno quedó atrás,
en estas tardes últimas de julio
pesarosas, cuando la luz color de acero
nos refugia en los sótanos,
quiero yo recordar un cielo azul de octubre
puro y profundo de Madrid,
y un día dedicado a la mejor memoria
de aquellos, cuyas vidas
son materia común,
sustancia y fundamento de nuestra libertad
más allá de los límites estrechos de la muerte.
Éramos unos cuantos
intelectuales, compañeros jóvenes,
los que aquella mañana lentamente avanzábamos
entre la multitud, camino de los cementerios,
pasada ya la hilera de los cobrizos álamos
y los desmontes suavizados
por el continuo régimen de lluvias,
hacia el lugar en que la carretera
recta apuntaba al corazón del campo.
Donde nos detuvimos,
junto a las grandes verjas historiadas,
a mirar el gran río de la gente
por la avenida al sol, que se arremolinaba
para luego perderse en los rincones
de la Sacramental, entre cipreses.
Aunque nosotros íbamos más lejos.
Sólo unos pocos pasos
nos separaban ya.
Y entramos uno a uno, en silencio,
como si aquel recinto
despertase en nosotros un sentimiento raro,
mezcla de soledad,
de solidaridad, que no recuerdo nunca
haber sentido en otro cementerio.
Porque no éramos muchos, es verdad,
en el campo sin cruces donde unos españoles
duermen aparte el sueño,
encomendados sólo a la esperanza humana,
a la memoria y las generaciones,
pero algo había uniéndonos a todos.
Algo vivo y humilde después de tantos años,
como aquellas cadenas de claveles rojos
dejadas por el pueblo
al pie del monumento a Pablo Iglesias,
como aquellas palabras:
te acuerdas, María, cuántas banderas…
dichas en voz muy baja por una voz de hombre.
Y era la afirmación de aquel pasado,
la configuración de un porvenir
distinto y más hermoso.
Bajo la luz, al aire
libre del extrarradio, allí permanecíamos
no sé cuántos instantes
una pequeña multitud callada.
Ahora que han pasado nueve meses,
a vosotros, paisanos
del pueblo de Madrid, intelectuales,
pintores y escritores amigos,
mientras fuera oscurece imperceptiblemente,
quiero yo recordaros.
Porque pienso que en todos la imagen de aquel día,
la visión de aquel sol
y de aquella cabeza de español yacente
vivirán como un símbolo, como una invocación
apasionada hacia el futuro, en los momentos malos.