03 PM | 31 Oct

Un día de difuntos- GIL DE BIEDMA

Ahora que han pasado nueve meses 

que el invierno quedó atrás,

en estas tardes últimas de julio

pesarosas, cuando la luz color de acero

nos refugia en los sótanos,

quiero yo recordar un cielo azul de octubre

puro y profundo de Madrid,

y un día dedicado a la mejor memoria

de aquellos, cuyas vidas

son materia común,

sustancia y fundamento de nuestra libertad

más allá de los límites estrechos de la muerte.

Éramos unos cuantos

intelectuales, compañeros jóvenes,

los que aquella mañana lentamente avanzábamos

entre la multitud, camino de los cementerios,

pasada ya la hilera de los cobrizos álamos

y los desmontes suavizados

por el continuo régimen de lluvias,

hacia el lugar en que la carretera

recta apuntaba al corazón del campo.

 

Donde nos detuvimos,

junto a las grandes verjas historiadas,

a mirar el gran río de la gente

por la avenida al sol, que se arremolinaba

para luego perderse en los rincones

de la Sacramental, entre cipreses.

Aunque nosotros íbamos más lejos.

 

Sólo unos pocos pasos

nos separaban ya.

Y entramos uno a uno, en silencio,

como si aquel recinto

despertase en nosotros un sentimiento raro,

mezcla de soledad,

de solidaridad, que no recuerdo nunca

haber sentido en otro cementerio.

 

Porque no éramos muchos, es verdad,

en el campo sin cruces donde unos españoles

duermen aparte el sueño,

encomendados sólo a la esperanza humana,

a la memoria y las generaciones,

pero algo había uniéndonos a todos.

Algo vivo y humilde después de tantos años,

como aquellas cadenas de claveles rojos

dejadas por el pueblo

al pie del monumento a Pablo Iglesias,

como aquellas palabras:

te acuerdas, María, cuántas banderas…

dichas en voz muy baja por una voz de hombre.

Y era la afirmación de aquel pasado,

la configuración de un porvenir

distinto y más hermoso.

Bajo la luz, al aire

libre del extrarradio, allí permanecíamos

no sé cuántos instantes

una pequeña multitud callada.

Ahora que han pasado nueve meses,

a vosotros, paisanos

del pueblo de Madrid, intelectuales,

pintores y escritores amigos,

mientras fuera oscurece imperceptiblemente,

quiero yo recordaros.

Porque pienso que en todos la imagen de aquel día,

la visión de aquel sol

y de aquella cabeza de español yacente

vivirán como un símbolo, como una invocación

apasionada hacia el futuro, en los momentos malos. 

Compártelo:

Escribenos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *