05 PM | 12 Feb

ULRICH SEILD

La trilogía ‘Paraíso’ (formada por las entregas ‘Amor’, ‘Fe’ y ‘Esperanza’) ha consagrado al austriaco Ulrich Seidl como uno de los directores de cine europeos más estimulantes. En una reciente visita a Barcelona, lo entrevistamos sobre su obra y su visión del individuo y el mundo actual
La Europa de Ulrich Seidl
Portada del suplemento Cultura|s del miércoles 12 de febrero de 2014 LVE
“Todas mis películas son políticas”, sentenció el director austriaco Ulrich Seidl, llegado a Barcelona para participar en las IV Jornadas Filosóficas organizadas por Arts Santa Mònica, el CCCB y el Instituto Francés. Y nadie podría negarlo. Tanto sus documentales filmados en los años noventa como las películas realizadas a partir del 2001, en las que introduce la ficción, cuestionan el mundo en que vivimos y nos interpelan a nivel subjetivo y social. 
De un modo más refinado, la trilogía titulada Paraíso (estrenada aquí el pasado verano en sus tres entregas: AmorFeEsperanza) parece confirmarlo de manera definitiva: el cine de Seidl hurga en nuestras contradicciones como individuos y como sociedad, obliga a la reflexión e imprime en nuestra conciencia, como el mismo director desea, una huella “duradera”. Sin embargo, mis reflexiones ante las películas de Seidl adoptan una figura peculiar, un tanto incómoda: confieso que me retuerzo en la butaca del cine, no paro de moverme en el sofá de casa, no acabo de encontrar una posición adecuada para ver sus películas porque, precisamente, no veo su fuerza política allí donde debería verla. A mis ojos, el cine de Seidl bascula irreductiblemente entre dos políticas de la imagen.
Europa contra el amor
La trilogía Paraíso está atravesada por el amor y los tabúes de nuestro viejo continente. La Europa turística, colonial y capitalista explota primero en las aventuras de Teresa, mujer austriaca “entrada en años y en carnes”, que viaja a Kenia en busca de amor y acaba convirtiéndose en el pequeño gran dictador que todos llevamos dentro: turista desengañada, déspota colonialista, explotadora sexual sin escrúpulos. En sus declaraciones, Seidl siempre insiste en su interés por destapar los tabúes que yacen ocultos tras la superficie de nuestra infernal cotidianidad. El infierno está aquí. Y así lo demuestra también en las otras dos películas de la trilogía. 
En Fe, ganadora del premio Especial del Jurado en la Mostra de Venecia del 2012, Seidl ataca el proselitismo cristiano representado radicalmente por Anne Marie, la hermana de Teresa. Cristiana patológica, Anne Marie prefiere amar espiritual y carnalmente a Jesucristo antes que a su marido, musulmán paralítico con el que libra una cruel batalla. Los interiores de su propia casa y de las viviendas que visita en su misión evangelizadora exhiben una estética claustrofóbica y decrépita como nuestra misma sociedad. Claustrofobia y decrepitud que contrastan visualmente con los poéticos exteriores de Esperanza, película que cierra la trilogía con un toque sin duda menos despiadado. No obstante, en Esperanza también se revela la soledad de nuestras sociedades y nuestra búsqueda infructuosa del amor. Melanie, hija de Teresa, es aquí una adolescente en un bizarro centro dietético para jóvenes obesos. Con la soledad de su teléfono móvil, su amor por el médico del centro -unos cuarenta años mayor que ella y encargado de controlarle el peso- se erige como una vía (des)esperanzada para convertirse en una persona integrada, afectiva y físicamente. Con Seidl, podríamos sentenciar: Less weight is more love.
La otra política de las imágenes

La fuerza crítica de Paraíso parece buscar entonces la identificación con el espectador. El infierno de la trilogía es nuestro propio infierno y los tabúes que nos muestra en pantalla, desgarradamente, denuncian nuestros propios tabúes: turismo despreocupado, eurocentrismo inconsciente, capitalismo salvaje, soledad de teléfonos móviles, normatividad de los cuerpos, etcétera. Así lo afirma el mismo Seidl en la entrevista que tuve la oportunidad de realizarle, junto con Felip Martí-Jufresa, durante su estancia en Barcelona: “Mis películas están concebidas para que el espectador se vea en ellas, para que reflejen el mundo. Si el espectador no niega este mundo, se verá reflejado en ellas de una u otra manera. Y por eso son provocadoras”. 
Esta política de las imágenes basada en la identificación depende de una estrategia que pretende vincular, directamente, la percepción despiadada de un tabú y la toma de conciencia crítica del espectador. Ahora bien, ¿verme así retratado me vuelve consciente? ¿Y esta toma de conciencia conlleva un cuestionamiento político? Esta vinculación entre percepción, toma de conciencia y posición política ya no resulta tan directa como lo era tal vez en otros tiempos, cuando el flujo de imágenes era menor, cuando los grandes sistemas ideológicos sustentaban las producciones artísticas comprometidas y ofrecían otra idea de sociedad. A mi modo de ver, la fuerza política de las películas de Seidl -y en concreto de su trilogía Paraíso– no se encuentra tanto en esa estrategia basada en el reflejo despiadado de nuestros tabúes, la identificación y la consecuente toma de conciencia del espectador. Aunque esto es lo primero que salta a la vista, la política de las imágenes de Seidl esconde sus armas en otros niveles.
Las películas de Seidl imprimen una huella duradera en el espectador por su amoralidad. Es ahí, más bien, donde reside su fuerza política. A diferencia de otras películas supuestamente políticas (Ken Loach al frente), el espectador seguirá pensando durante días en la película de Seidl porque esta no anticipa su sentido ni su efecto. Teresa, Anne Marie o Melanie suscitan ora odio, ora comprensión. El Paraíso de Seidl no es moralista ni inmoral, sino amoral. El espectador se ve entonces enfrentado a una configuración despiadada de imágenes, cuerpos y palabras que no determina su sentido anticipadamente. Se abre así en la pantalla un cuestionamiento que no se resuelve ni en la intención del director, ni apelando a una ideología concreta. Nos quedamos solos con nuestro propio juicio.
Un espacio de reflexión que Seidl consigue, asimismo, mediante un perfecto equilibrio entre el género documental y la ficción -una combinación muy utilizada hoy, aunque no siempre tan radicalmente. Esa indisciplina de géneros, alternando drásticamente planos fijos y planos en movimiento, hace explotar la realidad filmada a través de la libertad de la ficción. Un vaivén entre realidad y ficción que también se percibe en la interpretación de actrices y actores no-profesionales sometidos a la improvisación: su cine está hecho por personas -más allá de los límites del guión clásico y de la disciplina interpretativa- y para personas -espectadores llamados a juicio. 
Así se explica, en definitiva, mi incomodidad y quizá también la de muchos otros espectadores del Paraíso: la fuerza política de esas imágenes bascula irreductiblemente entre el reflejo crítico de nuestro mundo y la apertura de un espacio amoral que, entre realidad y ficción, nos deja solos con nuestro propio juicio. Sin una intención previa o una ideología que resuelva su sentido, con toda la complejidad de la existencia.

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