08 PM | 03 Nov

TREN DE NOCHE A LISBOA

Tren nocturno a Lisboa, viaje a la vida
Por Michel Croz

“Cuando dejamos un lugar, dejamos en el mismo tiempo, una parte de nosotros mismos. Esta parte se queda aunque ya no estemos allí. Hay cosas que sólo se puede encontrar si volvemos a un lugar.” Pascal Mercier

“Tren Nocturno a Lisboa” (Night Train to Lisbon) es una producción alemana del año 2013. Es una película basada en la novela filosófica del mismo nombre del escritor suizo Pascal Mercier. Pascal Mercier es el seudónimo de Peter Bieri, investigador orientado a la filosofía de la mente, la epistemología y la ética. Fue profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Marburgo y a partir de 1993 enseñó Filosofía en la Universidad Libre de Berlín.

En un principio, la novela fue publicada en alemán con el título “Nachtzug nach Lissabon” en 2004, y la versión inglesa se publicó en 2008. El libro es un best sellers internacional con más de 2 millones de copias vendidas sólo en Europa. 
La versión al cine lleva la marca, el sello, del director alemán (y discípulo del gran maestro Ingmar Bergman) Bille August.

Bille August, es un director de cine además de guionista y director de fotografía. Tiene en su haber dos premios “Palma de Oro” en el festival de Cannes, por “Pelle el conquistador” y “Las mejores intenciones”, esta última escrita por Ingmar Bergman; August además realizó “La casa de los espíritus”, basada en la novela de la chilena Isabel Allende e interpretada también por Irons junto a Meryl Streep y por la reciente ciudadana honoraria de Montevideo, Glenn Close.

Un placer la actuación de Jeremy Irons (profesor de literatura, de vida gris y rutinaria, que después de un encuentro radical con una mujer descompensada, un libro y un pasaje de tren a Lisboa se ve envuelto en una trama extra-ordinaria y detectivesca)

Irons está impecable, el resto del elenco no se destaca, y está bien, (seguro que por orientación de la dirección) Irons se mantiene en una caracterización del personaje donde se destaca su maravillosa economía interpretativa.

La memoria, la revolución, la represión del servicio secreto donde reinaba el “carnicero de Lisboa” asesino y megalómano, la ética médica, la intolerancia en tiempos intolerantes, los colegios católicos con su infausto sistema de adoctrinamiento (des educador y formador de ateos y nihilistas), el amor, o mejor, el enamoramiento apasionado y por lo tanto irracional, nacido por entre las brechas de la muralla dictatorial del estado-tren nocturno del sombrío Salazar.

El desencanto, el encanto, todo eso, claramente integrado al escenario de una Lisboa de ruas, ruelas, becos e botecos, donde la cámara se detiene por momentos (poeticos) en su sinuosa y exigente topografía. Lisboa patrimonio histórico y cultural de la humanidad. Paño de fondo histórico y geopolítico, desde donde se da cuenta de la dinámica amorosa de los personajes de Amadeo (médico) y Estefanía (maestra), dentro del período histórico portugués donde Antonio de Oliveira Salazar instauró un modelo político autoritario que se mantuvo por 36 años y que se denominó “Estado Novo” (cualquier semejanza con el “Estado Novo” de Getulio Vargas en Brasil no es mera coincidencia).

El régimen era una dictadura personal de partido único (la Unión Nacional), basada en el corporativismo (por influencia del fascismo italiano), en el confesionalismo católico (contó con el apoyo de la Iglesia) y en la represión sistemática de opositores y disidentes a través de la policía secreta, la PIDE que en el film cobra destacado lugar en el argumento del largometraje.

En una cuidada producción de arte de la época, con un guión efectivo (aunque por momento efectista, como en la escena donde algunos “tiras” de la policía secreta le quiebran los dedos a un pianista subversivo). El largometraje tiene momentos en donde avanza hacia la poesía y hacia la filosofía existencialista, sin por ello ser denso. Hay fluidez en el tratamiento narrativo del “Tren Nocturno a Lisboa”, gracias a la técnica clásica de los “flashback” o “salto atrás”, retroceso en el tiempo.

Hay belleza. Hay emoción. Hay una posición política y existencial (sin ser dogmática). También hay adecuados planos y encuadres de las escenas, buena fotografía, banda sonora y musical que suma, vestuarios y objetos e iluminación adecuada. Y un montaje (edición) ralentizada por veces (los silencios, los rostros, la gestualidad del cuerpo) y con cierto vértigo dependiendo de lo que mande la escena o el director.

Una película para ver y disfrutar, pensar y sentir. Las buenas películas hay que verlas con asombro y extrañamiento, como si fueran asistidas por una única vez, siempre única, por lo tanto no es nada insensato pensar que vale la pena asistirla más de una vez…bueno…en realidad, en este caso, vale la gracia, la pena rara vez vale.

Decía entonces, que tal vez valga la gracia verla no uno sino varias veces, y saborear los parlamentos de los personajes (que por la rapidez de los subtítulos se pierden de la zona de atención visual) Vale la gracia, también, intentar cambiar la mirada (cine no es tv, cine como teatro no permite zapping) como espectadores expectantes preparados (aunque no mucho) para asistir como si fuera la única, la última vez, de todas la veces que se desee.

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