10 AM | 12 Mar

ALAIN RESNAIS

El largo adiós: Alain Resnais (1922 – 2014)

Siempre nos quedará Marienbad

Alain Resnais

Con la muerte de Alain Resnais solo nos queda Godard. El bretón, nacido en Vannes y muerto en París, parecía estar pletórico de vida y encadenaba una película con otra aunque, desde mi punto de vista, las últimas eran prescindibles por superficiales. El Alain Resnais que pergeñaba comedias insólitas como Las malas hierbas, o musicales como Amar, beber y cantar, su última película, y On connais le chançon, poco tenía que ver con el Resnais esteta, filosófico y profundo de sus primeras películas deslumbrantes, el epígono, junto a TruffautGodard, de esa escuela cinematográfica francesa que llamamos la nouvelle vague, emparentada con los movimientos sociales de la época—el mayo francés, como bien retrataba Bertolucci en su precioso homenaje Soñadores—y punta de lanza de una forma de hacer cine revolucionaria en sus formas y en sus fondos que cuajó en otras latitudes (la Escuela de Barcelona, por ejemplo, podía ser considera una sombra de la nouvelle vague y, desde luego, fue consecuencia de ella).

A los cineastas, como a todos los artistas en general, sea cual sea su disciplina, se les debe juzgar por sus obras maestras, por lo que supieron dar de sí en un momento de inspiración suprema. Resnais, que, desde 1937 estuvo vinculado a la pasión cinematográfica —por aquella época rodó un sinfín de documentales, algunos de ellos alrededor de figuras pictóricas como Van GoghGauguinPicasso—, deslumbró a los círculos cinematográficos con dos películas consecutivas rodadas en 1959 y 1961 respectivamente, Hiroshima mon amour, con guion de Marguerite Duras, en la que salía una jovencísima Emmanuelle Riva (la anciana protagonista de Amour de Haneke), apasionada historia de amor intercultural entre una francesa y un muchacho japonés (Eiji Okada) con el trasfondo de la devastación nuclear, y El año pasado en Marienbad, con guion de Alain Robbe-Grillet, en la que Resnais llevaba hasta el límite, con resultados sorprendentes, la utilización de la voz en off que ya había usado en su anterior film (no hay un solo diálogo en la película), recurso del que luego se ha servido, por cierto, Terrence Malick. Luego vinieron La guerra ha terminado, con guion comprometido de su amigo Jorge Semprún y en referencia a los luchadores españoles en el exilio francés, Stavisky, con guion de nuevo de Semprún y sobre la misteriosa muerte del financiero y  estafador Alexander Stavisky que protagonizaba Jean Paul Belmondo, y Providence, interpretada por Dirk BogardeJohn GuielgudEllen BurstynDavid Warner, todos actores angloparlantes, de nuevo un film experimental que transcurre en muy pocas horas, una noche, y en el que lo soñado y lo real se imbrican constantemente.

De aquellos jóvenes airados, llenos de ilusiones y ganas por renovar el lenguaje cinematográfico—Inglaterra alumbraba un movimiento parecido, más social que esteta: el free cinema—, verdaderos revolucionarios de la imagen que exploraron nuevos caminos lingüísticos, solo queda Godard, que sigue fiel a sí mismo, ejerciendo de francotirador cultural con su cine libérrimo.

Con Resnais desaparece uno de los referentes culturales más importantes del cine de vanguardia francés, un cineasta siempre inquieto y en eterna renovación hasta el final. La muerte le sorprendió a los 91 años cuando ya proyectaba una nueva película. Sin duda el ansia por crear le ha hecho longevo.

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