01 PM | 02 Sep

“West Side Story”

“West Side Story”: El eterno baile del amor y de la muerte

El amor trágico de Romeo y Julieta se traslada al barrio oeste de Manhattan (West Side) para darnos una versión moderna de algo que es eterno, la lucha entre el amor y el odio, y la necesidad de tender la mano en un intento de superar las diferencias. En la isla neoyorquina asistimos al enfrentamiento de dos bandas, los Jets y los Sharks –nueva versión de los míticos Capuletos y Montescos de Shakespeare–, mientras Tony y María se enamoran e intentan escapar de una realidad mundana a otra casi celestial. “West Side Story” (1961) es el paradigma de historia romántica llevada al extremo, allá donde sólo la muerte del inocente puede abrir los ojos a quienes se hallaban ofuscados por el odio y la violencia irracional. Es también un musical que marcó una época porque la banda sonora de Leonard Bernstein puede escucharse una y otra vez con placer renovado, y porque la coreografía de Jerome Robbins sólo necesita de unos actores y bailarines en estado de gracia que impriman a sus bailes toda la energía interior.

Desde la Obertura hasta los créditos finales, todo en la película de Robert Wise y Jerome Robbins habla de sensibilidad artística y de cuidado por los detalles. Son muchos los momentos que han pasado a la historia del cine y cada una de sus canciones son por todos conocidas, desde las célebres “María” o “América” hasta “Somewhere” o “Tonigth”. En sus escenas se suceden los momentos románticos, dulces y melosos… siempre con María y Tony como enamorados que viven en otro mundo, y aquellos otros en que se masca la tensión y la tragedia… como en ese garaje en que los Jets se juramentan para la lucha final o en la tienda de Doc cuando Anita es humillada hasta el extremo. Sería demasiado prolijo pararnos a comentar cada uno de los momentos estelares que nos deja esta historia de amor, por lo que me centraré en tres aspectos especialmente conseguidos que sirven para ilustrar el carácter de obra maestra de esta gran película: su brillante e hipnótico comienzo, la coreografía realizada siempre con un contenido dramático, la excelente interpretación de Rita Moreno, y los originales y artísticos títulos de crédito finales.

El inicio de la película con una Obertura de cinco minutos es ya de por sí una obra de arte fílmica, con unas líneas verticales que dejan vislumbrar las modernas arquitecturas neoyorquinas sobre un fondo de color cambiante. Mientras, un silbido parece concitar a los protagonistas y el tema de la banda sonora se introduce bajo ritmos frenéticos que, con pasmosa facilidad, se transforman enseguida en románticos compases de baile… y que preanuncian la historia de amor y sangre que presenciaremos durante las dos horas y media siguientes. De pronto, la cámara abandona su quietud para iniciar un travelling aéreo, y lo esquemático deja lugar a la realidad de una isla contemplada a vista de pájaro. Un nuevo silbido vuelve a oírse a modo de señal, mientras el objetivo otea desde lo alto las grandes avenidas y rascacielos de Manhattan para, en un momento determinado y como si se tratase de un águila depredadora, caer en picado sobre unas pistas de básquet… y asistir a un duelo deportivo, social y personal.

Se enfrentan dos bandas de origen y cultura dispar, los Jets y los Sharks (Tiburones), inmigrantes irlandeses los primeros y portorriqueños los segundos. Ahora, los chasquidos rítmicos de los dedos agrupan a los miembros de una y otra pandilla callejera, ante la mirada inocente de una niña que se entretiene pintando en el suelo o de unos chicos que juegan pacíficamente al baloncesto. El silencio amenaza tormenta en una lucha por marcar el territorio, en una pelea por ser los dueños de la calle… en donde paradójicamente la violencia queda embellecida por una perfecta coreografía de Jerome Robbins. Pocas veces ha habido una agresividad tan sofisticada y elegante, y una rivalidad tan intensa que nos es mostrada sin palabras. Han pasado quince minutos entre persecuciones, emboscadas y amenazas cuando la policía irrumpe en el campo de batalla… y cree poner paz cuando en realidad el teniente Schrank es el primer racista que incuba la intolerancia… aparte del abuso de poder que ejerce.

Pronto conoceremos a Tony y María, los protagonistas de esta historia de amor y odio,casi justo cuando ellos mismos lo hagan en el gimnasio, en un baile en que las bandas simulan confraternizar pero que desembocará en un duelo de muerte. Sin embargo, no son la pareja enamorada los principales activos de la película (sus voces fueron dobladas, por ejemplo), pues Richard Beymer no es bailarín ni cantante, sus movimientos son más bien forzados, y sus expresiones resultan blandas y algo afectadas en un intento de reflejar las dos caras de Tony; mientras que Natalie Wood se esfuerza y brilla hasta conseguir momentos llenos de romanticismo adolescente, pero sin excesiva fuerza… salvo en la escena final, cuando carga su papel de contenido al asumir el mando de la situación y ofrecer a las pandillas una regeneración y una oportunidad de madurar.

Todo en la caracterización de María apunta a la inocencia y candidez, como ese vestido blanco y cinta roja en la cintura con el que acude al baile del gimnasio y que refleja tanto su bondad virginal como su vocación al amor o al sacrificio. En esa labor del vestuario de María que adquiere un carga metafórica, merece la pena reseñar la escena final, cuando Tony ha sido asesinado y la joven se adorna con un vestido rojo y un pañuelo oscuro con el que se cubre la cabeza: con esa indumentaria, María se convierten en una Virgen que media entre bandos enfrentados, en una Doncella que responde a Tony que el amor basta… aunque no haya tenido suficiente fe en ella; ella es la vía para la reconciliación de los hermanos peleados, la que pudiendo descargar su odio sobre todos, responde con compasión y permite que unos y otros tomen el cadáver de Tony… en lo que es una muestra del triunfo del amor sobre el odio.

Sin embargo, los puntos más fuertes de “West Side Story” los encontramos en los aspectos artísticos, en su banda sonora y sobre todo en una coreografía de Robbins que participa en todo momento de la acción dramática y que goza de una excelente planificación: el número “Bee, officer Krupke” a las puertas de la tienda Doc es un ejemplo de ritmo preciso y de crítica sarcástica hacia la autoridad policial y el sistema educativo, lo mismo que el baile en el garaje con “América” en la azotea donde el sueño americano es parodiado y defendido por unos inmigrantes portorriqueños aún no integrados. También hay que destacar la dirección de actores de Wise, y especialmente el trabajo de Rita Moreno como una Anita a la que dota de gracia y autenticidad, de rica expresividad y carácter, lo mismo que el papel de George Chakiris como su hermano Bernardo, enérgico en sus bailes y en la fuerza de su rostro. Ellos y el resto de bailarines encabezados por Russ Tamblyn (Riff) hacen que asistamos a una lucha por el territorio en que, de alguna manera, la cámara también baila con sus movimientos y nos transmite “la ley de la calle” que allí impera.

En el guión de Ernst Lehman siempre nos quedará la duda de lo que hubiera pasado si Anita no hubiera sido humillada en la tienda de Doc provocando su mentira sobre María y se desencadenase una cascada de venganzas fatales, o si la canija Jet no hubiera averiguado las intenciones del Chino de matar a Tony. Quizá la asamblea de guerra bajo la autopista no hubiera tenido más trascendencia que la una pelea de tantas, o quizá Tony y María se hubieran fugado a otro rincón del mundo donde no se respirase tanto odio… Pero también es posible que el destino estuviera escrito y que desde el Cielo se contemplara ese fatídico desenlace como única manera de dar una lección definitiva a esos inmaduros críos que jugaban con armas y salían en pandilla, incapaces de mantener “la calma” y la cordura.

No hay duda de que en la historia de Jet y Sharks se aprecian dos estilos de vida y estilo diferentes, parejos a los móviles del amor y del odio que les mueven, y que cada cual se quedará con el que prefiera: con el ritmo y la energía loca de las pandillas juveniles, o con el sentimiento y la sensatez de la pareja protagonista que quiere echar raíces. En cualquier caso, Jerome y Wise consiguen transmitir pasión, ideales y juventud a la película, a la vez que hacen una radiografía social y de madurez humana… con “la delincuencia juvenil como enfermedad social y familiar”, como dicen los Jets. De ahí los diez Oscar® que recibió –entre ellos el de mejor película, director y actor y actriz secundarios (George Chakiris y Rita Moreno)–, y el enorme éxito de público en el momento de su estreno y siempre que se repone.

Por último, junto a la Obertura, a la coreografía y a la interpretación de Rita Moreno, son extraordinariamente brillantes los títulos de crédito finales. En este caso más que nunca, es necesario que el espectador permanezca sentado y sin prisa contemplando cada uno de esos graffiti pintados sobre el muro, mientras escucha algunos de los acordes de la inmortal banda sonora de Bernstein. Una solución original y sublime para poner la guinda a una historia callejera de lucha por el territorio, en que un muchacho fue “de la cuna a la tumba” por lealtad a su amigo y salvar a unos críos que jugaban con la muerte, mientras su joven novia veía cómo su amor e inocencia eran sacrificadas, y quizá con ello su felicidad.

Julio R. Chico del BLOG LA MIRADA DE ULISES

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