11 AM | 11 Nov

THE ACT OF KILLING

1976, por poner un solo ejemplo. La isla de Guadalupe está a punto de ser literalmente borrada del mapa debido a la desbocada actividad del volcán La Soufrière. Los científicos, horripilados por la violencia y la rapidez de los eventos, mandan evacuar a toda persona que esté en el radio de actuación de tan devastador fenómeno de la naturaleza. Por supuesto, a Werner Herzog no se le ocurre nada mejor que engatusar a un par de colaboradores habituales, coger unas cuantas cámaras y ponerse a grabar todo lo que se cueza (por lo que pueda llegar a pasar…) en la futurible zona 0. Finalmente lo contaron en el celebrado documental ‘La Soufrière’ -claro- porque el Apocalipsis decidió, burlándose de todos los pronósticos, dejarlo para otro día… y no está de más recordar a los adictos a ”probarlo en casa” que en ocasiones cuesta horrores distinguir al idiota de aquel que los tiene cuadraos.

Por su parte, entre 1999 y 2003, Errol Morris emplea su tiempo y sus atributos testiculares en informarse a fondo para poder sentarse en una silla y sacarle a su interlocutor las declaraciones / confesiones más controvertidas. Por ejemplo, es capaz de mantener una conversación fría, pausada y racional con Fred Leuchter y preguntar al que en su día llegó a ser el más reputado ingeniero especializado en máquinas de ejecución, acerca de los motivos que lo impulsaron a afirmar que los campos de exterminio nazis jamás llegaron a existir. Otro: poco a poco, cocinando el plato a la velocidad que a él más le agrada, llega al punto de mirar a los ojos al mismísimo Robert S. Macnamara y averiguar lo cerca que estuvo el mundo de fundirse en las cenizas del holocausto nuclear. Para los interesados: estuvo tan cerca como lo está el idiota del tipo que tiene la suerte -o desgracia- de tenerlos como un toro.

Unos años antes, concretamente en 1965, tiene lugar en Indonesia un sangriento golpe de estado. De la noche a la mañana, a esta gloriosa nación del sudeste asiático le aparecen, como por generación espontánea, terribles enemigos que maquinan a todas horas su aniquilación total. Son los comunistas, entes malignos forjados en las llamas del averno; reconocibles por los cuernos, la cola, el olor a azufre de su aliento y sus diabólicas fechorías, encaminadas todas ellas a destruir todo lo bueno y bello construido con el noble esfuerzo del igualmente noble ”gangster”, en cuyo origen etimológico encontramos, como todo el mundo sabe, las virtudes y bondades del ”hombre libre”. Por suerte para la madre Indonesia, fueron estos mismos valerosos gangsters quienes dieron un paso al frente y lucharon para defender a su querido y desvalido pueblo. Al fin y al cabo, tarde o temprano alguien tenía que tomar cartas en el asunto con respecto a la inminente invasión soviética… ¿qué se le iba a hacer si esto implicaba mancharse las manos? Casi mejor. Dicho y hecho. Muerte al rojo… y a sus familiares, y a sus amigos… y a todo aquel sobre el que pesara la más mínima sospecha o la más infundada de las acusaciones. Y aquí no ha pasado nada. No, mejor dicho, aquí ha pasado todo esto. Y mucho más. Y a mucha honra.

En algunos lugares, la historia la escriben los vencedores, en otros, como España, la historia la escriben los imbéciles (en caso de duda, consulte con su filólogo de íbero favorito, por ejemplo)… en otros la escriben los monstruos. Apadrinado por dos bestias pardas del documental como lo son los citados Werner Herzog y Errol Morris (tan lejos pero a la vez tan cerca el uno del otro), llega por fin el primer trabajo de Joshua Oppenheimer que ha logrado ir más allá de las fronteras de su país. Como para quedarse encerrada… ‘The Act of Killing’ es mucho más que el sobrecogedor retrato de un genocidio. Es, para empezar, (y yendo a la par de la también imprescindible ‘Narco Cultura’, la cual, tarde o temprano obviamente también nos llegará… o debería, en ésta nuestra amada nación, que a día de hoy pasa por ocupar el puesto número dos en el ranking mundial de fosas comunes) la constatación de que en este mundo en el que todo parece descubierto y -llamémoslo así- civilizado, sigue habiendo un hueco privilegiado para infiernos que en principio no cabrían ni en la más enferma de las mentes

¿Es ‘The Act of Killing’ una de las películas más aterradoras que se hayan concebido jamás? Posiblemente. Y puede serlo por la misma razón que impulsa al buen terror a clavarse en lo más hondo de nuestra alma: porque es real (por mucho que su impresionante ejercicio meta-ficticio difunda este concepto). Ya que estamos, y para que conste en acta, de este filme se ha dicho ”No he visto una película tan potente, surreal y terrorífica en al menos una década”, aunque lo cierto es que -sorpresa- Werner Herzog, a quien por cierto corresponden estas palabras, también podría haber dicho aquello de ”… en toda mi vida”. Pero más allá de los grandes nombres, es de justicia recordar, las veces que haga falta, que el mérito de dicha proeza corresponde (aparte de a una legión de nombres que han preferido quedarse en el anonimato… ¿por qué será?) al semi-desconocido Joshua Oppenheimer, quien seguramente sea no solo una de las personas con los testículos más grandes y cuadrados sobre la faz de la tierra, sino también una de las privilegiadas con uno de los cerebros más brillantes. Algo así como el fruto de la perfecta fusión entre Herzog y Morris. El perverso y arriesgadísimo juego que nos propone consiste en ir a Indonesia, país en el que en la década de los 60, el gobierno local, en aquel entonces, envalentonado por los vientos que le llegaban de la Guerra Fría, llevó a cabo una matanza de aproximadamente dos millones y medio de seres humanos (la cifra hay que rumiarla a conciencia) para teóricamente cortar de cuajo la ”amenaza roja”. Sucede en este archipiélago que los responsables de dicho genocidio siguen en el poder, más asentados si cabe que antes, vanagloriándose de las hazañas del pasado… reivindicando cuantos más homicidios mejor con tal de no abandonar el trono.

Ante tal escenario a Joshua Oppenheimer no se le ocurre mejor idea que ir a buscar a dos de los más importantes asesinos del país para proponerles rodar una película en la que tendrán que reproducir sus antiguas batallitas. Ni falta hace decir que dichos tipejos para nada son difíciles de localizar… y para nada le ponen pegas a la propuesta. El anzuelo está tendido… el resto son casi dos horas de metraje en las que lo indescriptible se va introduciendo poco a poco en el cerebro. Todo lo que bombardea los sentidos es tan macabro, es tan brutal, es tan inhumano… tan surrealista, que hasta causaría risa. Pero en ningún momento tiene uno que hacer el esfuerzo de reprimirse, pues lo repulsivo; lo vomitivo, supera con creces a todas las demás impresiones que puedan surgir. La radiografía convertida en danza con la muerte… y ésta convertida en visceral exorcismo en forma de circo grotesco, directamente surgido de un infierno que si es tal es porque la máscara del horror ha hecho que la banalización del ”acto de matar” dé paso a la glorificación… y ésta a la pérdida absoluta del valor de la vida humana. El descenso se hace vertiginosamente insoportable. Como debe ser. El abismo ante nosotros, que por supuesto devuelve la mirada a quien ose plantar allí sus ojos, y que por supuesto, te mata, así de claro, por dentro. Terrible, inenarrable… letal. Así es la peor cara del ser humano. Joshua Oppenheimer la ha visto… y nos la ha estampado, precisamente, en toda la cara.

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