05 PM | 11 Feb

OBSESIONES NACIONALISTAS

Por fin me decido a aportar mi interpretación crítica de la película que dio a conocer internacionalmente el tan aclamado nuevo cine rumano del que, por otra parte, nos ha llegado tan solo una pequeña proporción de lo que se ha venido haciendo. Es significativo el auge que está experimentando en la actualidad la cultura rumana a todos los niveles: artes dramáticas, ensayo, literatura y, por supuesto, cine. Si la a menudo caprichosa Academia Sueca acaba haciendo justicia a lo que ya es una realidad pronto tendremos el primer Premio Nobel de Literatura en lengua rumana, Mircea Cartarescu, a quien ya se puede leer en castellano gracias al trabajo de magníficas editoriales de segundo línea pero primera calidad. 

Parece que últimamente se oyen rumores cada vez más insistentes de que se van a recortar las ayudas de la UE al cine europeo; de cualquier modo espero que los Puiu, Mungiu, Muntean, Porumboiu o Nemescu, por citar sólo a los más significativos directores de cine rumanos, puedan seguir contando de algún modo con los medios necesarios para seguir brindándonos su excelente contribución al cine social y que éste pueda seguir llevándose a cabo en Rumanía. Todos ellos han mostrado sobradamente su compromiso con la actualidad y el pasado de su país, convirtiéndose en la vanguardia de una élite intelectual destinada a pasar a la historia y a tener una voz decisiva en el futuro de Rumanía.

Tras este alegato en favor de la cultura rumana que se me imponía como algo necesario desde el punto de vista intelectual y sentimental puedo pasar a aportar mi personal visión del film en cuestión. No es una casualidad que fuera la obra de Mungiu la que diera a conocer el nuevo cine rumano, básicamente porque trata un tema de rabiosa actualidad e interés para la mayor parte del público occidental, el aborto. Pero además lo hace desde una perspectiva brillante con unos actores en estado de gracia – a destacar Vlad Ivanov, quien siempre raya a un gran nivel en sus actuaciones (“Historias de la edad de oro” o “Policía, adjetivo”) – y una dirección excelente que, en conjunto, reflejan la gris cotidianeidad de una sociedad sin la opción de decidir cómo disfrutar y encaminar su propia existencia. Precisamente es esto lo que más desapercibido puede pasar al espectador no familiarizado con la historia rumana y el régimen de Ceaucescu y, en mi opinión, es aquí donde el film de Mungiu alcanza el valor histórico que lo convierte en un clásico del cine por derecho propio.

Al igual que en el caso de España Rumanía es un país altamente despoblado, baste la comparación con el vecino septentrional polaco, de similar extensión. Con la mayor parte de la población concentrada en el centro del país, en la zona noreste y en torno a la ciudad costera de Constanza la cuestión demográfica pronto se convirtió en una cuestión de preocupación nacional para las élites políticas que han ocupado el poder a lo largo del siglo XX. Por si fuera poco dichas élites siempre han estado dominadas por la contradicción entre su ambiciosa – y a menudo desnortada – idea de lo que Rumanía debería ser y las posibilidades reales del país. Aquí entraría – entre otras muchas – la cuestión demográfica.
Estas preocupaciones alcanzarían el grado de obsesión llegando a poseer a enteras generaciones de políticos e intelectuales de un creciente complejo que, por extensión, ha acabado azotando a la propia sociedad rumana. Dicha obsesión alcanzaría el paroxismo a lo largo del régimen de Ceaucescu, cuando éste instituyó una legislación especial para la protección de la maternidad y la incentivación de la natalidad ante unas “preocupantes” tasas de natalidad en constante descenso. Precisamente por ello, en el año 1977 fue abolida la Ley del Aborto aprobada en años precedentes, haciéndolo legal sólo tras el cuarto embarazo. Esto empujó a miles de mujeres rumanas a recurrir al aborto clandestino, muchas veces en las condiciones más precarias que podamos imaginar, como ocurre en este caso con la protagonista de la película. Es evidente que una situación como ésta generó todo tipo de irregularidades y desgracias, como la muerte de las afectadas por las penosas condiciones sanitarias y de higiene; el lucro de aquellos que lo practicaban, quienes pedían cifras abusivas para llevarlo a cabo; etc. Todo ello ocurría en una sociedad donde era prácticamente imposible acceder a los anticonceptivos tradicionales como el preservativo y donde, además, la no maternidad estaba penada económicamente con un impuesto especial para aquellas mujeres que llevaran muchos años sin concebir.

El bueno de Ceaucescu no tuvo problemas en afirmar recién subido al poder que “El feto es propiedad de toda la sociedad. Cualquiera que evite tener hijos es un desertor que renuncia a las leyes de la continuidad nacional”. Y el caso es que sus políticas tuvieron éxito, porque la población de Rumanía llegó a alcanzar los 23 millones de habitantes en los últimos años del régimen, pero muchos de los niños nacidos como producto de esta política milenarista estuvieron condenados a unas condiciones económico-sociales de absoluta miseria: mayores dificultades para acceder a un puesto de trabajo, peor alimentación y peor educación, entre otras cosas. Aún hoy en día Rumanía sigue pagando las consecuencias del nefasto legado totalitario dejado por Ceaucescu del cual “4 meses, 3 semanas y 2 días” es un buen ejemplo.

DAVILOCHI

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