09 PM | 07 May

HONOR DE CAVALLERIA

La vida es un camino de tristezas”, dice el Quijote a Sancho.

Adaptación libre de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes,Honor de Cavalleria (Albert Serra, 2006) propone el quietismo y la contemplación como fundamento de un viaje fílmico. El director Albert Serra llega al cine desde el territorio de las letras, y aborda el texto dejando de lado preconceptos narrativos. Por eso es mejor no esperar una estructura clásica en esta construcción de un Quijote y un Sancho en ocupado vagabundeo por la naturaleza. Serra utiliza para las interpretaciones a Lluís Carbó y Lluís Serrat, actores no profesionales con los que rescata y homenajea la tradición de Pasolini y Bresson.

Los diálogos son casi monólogos del Quijote, que atienden temas de caballería, espirituales o prácticos. No se muestran las aventuras, sino la reflexión sobre ellas, y aunque de tanto en tanto, y sin mayor explicación se cruzan en el camino con otros jinetes, sustancialmente asistimos a una expedición de dos compañeros solitarios. El viaje es interior, los silencios y las meditaciones forman la esencia del discurrir de los protagonistas. Un caballero cansino pero idealista. Un escudero retraído que acompaña al Quijote con fidelidad. Tal vez comparte con el Sancho de Franz Kafka ese sentido de cierta responsabilidad que lo llevó a seguir a su incontenible demonio -al que después dio el nombre de Don Quijote- en sus andanzas. Entre ambos, el interrogante, explicitado por un viajero que se encuentra con ellos: ¿Qué sería de Sancho sin el Quijote? ¿Podría, quizá, como le sugiere alguien, abandonar al Quijote para construirse una casa y llevar otra vida? No hay respuesta, tal vez porque sería imposible la existencia de uno sin el otro. Poseedores de un vínculo indisociable, se saben vencedores vencidos (“Hemos triunfado, Sancho, pero igual me siento triste”); caballeros condenados al camino errático y al recogimiento. Como escribe Walter Benjamin: “ser hombre o caballo, eso ya no importa, lo importante es deshacerse de la carga depositada sobre la espalda” (1998, p. 161).

Una adaptación libre tal vez sea eso, mantener un principio o un valor que no es transferible en la traducción. Si una -toda- traducción es una traición, acaso un Quijote trasladado a imágenes sea imposible, y de ello dan cuenta los numerosos intentos. Desde el Orson Welles inconcluso, al Terry Gilliam perdido en La Mancha. Pero Albert Serra se aparata de la novela para conservar una identidad inmanente a la obra. Así cómo en el libro de Cervantes la melancolía era hacia el mundo disoluto de la caballería medieval, el andar del film deja la sensación nostálgica de algo perdido: la inconmensurable unidad del hombre con la Naturaleza. No es casual que todo el rodaje se concrete en escenarios naturales y que en las imágenes no aparezca ninguna construcción humana. El viejo tonto serio y su asistente incapaz refrescan sus cuerpos en un lago, duermen tendidos en el pasto, y deambulan por el campo, peligrosamente inofensivos.

Sin Dulcinea ni molinos de viento, en la película resalta la ausencia de criterio comercial. En contraposición, su libertad creativa la coloca en las márgenes, condenada a vagar por festivales y por las mentes quijotescas que la sigan en su aventura.

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