11 AM | 02 Feb

Dias del 36

Cuando nos disponemos a visionar una película de Angelopoulos, debemos repasar las principales características de su cine para evitar las sorpresas que nos puede provocar un cine tan alejado de las concepciones del plano-contraplano y tan poco usual en las pantallas cinematográficas. En primer lugar es un cine que comparte las influencias de Ozu, Tarkovski y Jancsó,  con fascinación por la historia de Grecia pidiéndonos en todo momento meditación sobre el momento que nos propone. En segundo lugar sus personajes son representaciones del exterior  sin utilizar los primeros planos con un gusto en poner de manifiesto los peligros del abuso violento del poder, y por último un desarrollo de los planos secuencia con una duración en el tiempo al límite de lo soportable.

Las elecciones Griegas del pasado domingo día 25 nos pareció una buena ocasión para ver Días del 36, y de ésta forma poder ir a una tertulia con un bagaje potente para las diferentes argumentaciones.  Días del 36 apunta hacía las fuerzas corruptoras del gobierno que llevaron a la dictadura de Metaxas. Rodada en una prisión verdadera de Creta, nos muestra los colores apagados de la cárcel, satiriza a toda la clase política y militar, sobre todo a la militar ya que Angelopoulos lo que pretende  es poner en discusión la dictadura de los Coroneles, que es el tiempo en que rueda , buscando el pretexto histórico de la dictadura del general  Metaxa, y ahí radica precisamente la complejidad de la película, y la necesidad de tener que ir en busca del historiador británico Woodhouse  y meternos en la complejidad de los comienzos del siglo XX en Grecia.

La película se va configurando en secuencias con el argumento general de un preso político detenido y los chantajes a los que se ve sometido el poder. Además del ametrallamiento de un líder sindical y los muertos en las cunetas del final de la película, hay que destacar el pequeño grupo de oficiales y dignatarios que en campo abierto un orador hace exaltación de valores patrios, terminado el discurso y al toque de una banda todos se ponen a aplaudir, con un público escaso e insignificante. Es como un discurso del absurdo, con los dignatarios en un espacio vacío. No se puede encontrar mejor manera de representar la historia fascista en la pantalla

lo que buscaba el director griego conMeres tou ‘36 era intentar “entender cómo se llega a una dictadura”, pues como bien señala él, “no cae del cielo”. Así pues, su objetivo no era otro que “a través de otra dictadura y la historia que le precedía entender la dictadura en la que yo vivía en esa época”  De hecho, los diferentes episodios de violencia política que desfilan ante nuestra mirada a lo largo del visionado nos retrotraen de forma casi inevitable a la conflictividad reinante en la España de esos mismos meses previos al frustrado golpe de estado y el inicio de la guerra civil. Son muchos los paralelismos que existen entre las crisis griega y española del periodo de entreguerras –aunque también son muchas las diferencias–, y eso es algo que percibirá el espectador familiarizado con la historia de España. Lo cierto es que esto debería animarnos a buscar en el caso griego una nueva perspectiva comparada. Sea como fuere, poca duda cabe que en ambos casos jugó un papel crucial el reto planteado por la modernidad, ante el cual nada ni nadie pudo permanecer al margen y de la cual se hicieron lecturas diversas de acuerdo con intereses diferentes. Esta situación obligó a buscar los medios y marcos para acomodar los cambios revolucionarios que estaban teniendo lugar en el país a todos los niveles y, así, sacar el máximo partido de ellos. Finalmente, el Régimen del 4 de Agosto instaurado por el general Ioannis Metaxas, representante por sí mismo de la más radical modernidad, se convirtió en la reacción violenta y la respuesta adaptativa frente al reto planteado por lo que se vivió en toda Europa como una suerte de aceleración del tiempo histórico.

Desde los mismos créditos iniciales, a través de una sucesión de fotos de época Angelopoulos nos traslada al clima de efervescencia social y política imperante en la Grecia de la primera mitad de 1936, señalando con particular hincapié la creciente movilización obrera y la omnipresencia del ejército en las calles. De hecho, el asesinato de un líder sindical en las primeras escenas durante lo que parece un paro fabril trata de poner en contexto al espectador, señalando los intentos del estado por desestabilizar y sabotear las organizaciones revolucionarias desde dentro. A lo largo de la película se nos muestran las formas de acción colectiva de los militantes obreros del Frente Popular griego, con un partido comunista muy consolidado, y la situación de clandestinidad en que se encontraban ya antes de la dictadura dado el control que los militares ejercían sobre el espacio público (7). Por otro lado, el director señala a través de los planos centrados en la inauguración de las obras del nuevo estadio olímpico la progresiva fascistización del discurso, la puesta en escena del poder y el modus operandi del estado en el periodo inmediatamente anterior al 4 de agosto, que es en el que se enmarca el film. Cabe señalar que Metaxas actuaba como primer ministro interino designado por el rey y confirmado por el parlamento griego desde abril de 1936, cuando empiezan a imponerse ya algunas de las dinámicas que marcarán la futura dictadura: el culto palingenésico al pasado glorioso de Grecia, el anticomunismo, la estética clásica, el papel clave de la Iglesia ortodoxa en la legitimación del régimen o el culto a la acción y a la juventud como garantías de futuro y pureza. De hecho, Metaxas creía estar inaugurando la Tercera Civilización Helénica [Tritos Hellinikos Politismos], heredera palingenésica de la Grecia Clásica y el Imperio Bizantino, un nuevo orden orgánico basado en sus propias formas de representación popular, en la unidad y la superación del Cisma Nacional [Ethnikos Dikhasmos]

Paralelamente, Angelopoulos nos muestra la connivencia del establishment político tradicional –el partido liberal y el conservador–, con la deriva que están tomando los acontecimientos en la vida política y la realidad social del país, a lo cual se une el tibio “rechazo” paternalista de la diplomacia británica frente a los métodos expeditivos empleados por el estado en el control de la amenaza comunista. En este sentido, resulta particularmente significativa una conversación entre políticos griegos y diplomáticos británicos, que reflejaría la defensa de unos intereses bien concretos:

– Estoy preocupado, el momento actual parece crucial en toda Europa –señala uno de los británicos.
– ¿Qué dirías si estuvieras en España en pleno caos de la guerra civil? –le contesta uno de los políticos griegos.
– No lo entiendo. No compare, sólo busca el factor de estabilidad. Un nuevo orden –aclara otro de ellos refiriéndose a las medidas adoptadas por Metaxas.
– En general no apruebo las soluciones violentas –concluye el británico.
– Los problemas crean inseguridad y las finanzas se ven afectadas –responde de nuevo uno de los políticos griegos.

La escena es muy interesante por cuanto pone de manifiesto el lugar central de la guerra civil española en las conversaciones y los cálculos políticos de la época. En este caso concreto, actuó como el factor disuasorio que empujaría a Metaxas a mantener el ejército en las calles y, finalmente, a declarar el estado de excepción –aunque de facto ya existiera antes– el 4 de agosto de 1936, anticipándose a la amenaza de huelga general por parte de los sindicatos tras varias semanas de inestabilidad en las fábricas. Claramente, todo apunta a que nos encontramos en los días finales de julio y la dictadura se plantea como la única salida posible para evitar un daño mayor, de forma que se está buscando el beneplácito de los británicos para poder actuar en ese sentido. Por tanto, en medio de esta escena pretendidamente frívola atravesada por los usos y costumbres de la cultura liberal-burguesa, se nos muestra el modo en que las clases dirigentes europeas buscan la forma de contemporizar y encontrar puntos de confluencia para sus diversos intereses, negociando y mercadeando con el futuro de todo el continente. Esto sirve a Angelopoulos para presentar su visión de las cosas: “El argumento es la detención y luego la ejecución final [del protagonista].” Sin embargo, esto no es más que la excusa para enseñar cómo “El camino muestra un poder burgués, un gobierno y una situación completamente inestable, sin voluntad, sin fuerza, que permitió el paso a la dictadura. Para mí era muy importante”(8). Se trata de un análisis eminentemente marxista sobre el modo en que se forjan las bases sociales, políticas y económicas que permiten la implantación de una dictadura, en este caso la del Régimen del 4 de Agosto en Grecia, que no se aleja para nada de lo señalado y aceptado por buena parte de la historiografía para los casos paradigmáticos de la época, como el italiano o el alemán (9). Esto nos lleva inevitablemente a señalar que las peculiaridades y, por extensión, la naturaleza de la dictadura de Metaxas no han estado exentas de debate, donde algunos historiadores señalan cada vez con mayor fuerza su carácter fascista que, sin embargo, no estaría respaldado por elementos comunes a los fascismos paradigmáticos, como la existencia de un partido de masas o el acercamiento al Eje en política exterior, sin ir más lejos (10). Quizás, estos debates deberían invitarnos a revisar nuestra visión del fascismo genérico, sus orígenes y el proceso seguido en su llegada al poder, que no tuvo por qué ser unidireccional, si bien en estos casos podría funcionar la tesis sobre los régimenes fascistizados, que es la que hoy en día se aplica de forma casi indiscutible para el caso de España

 

Así pues, las diferentes escenas de violencia política que se suceden a lo largo de la película, como la paliza propinada por dos hombres desconocidos al abogado del protagonista, un militante comunista y soplón de la policía encarcelado, ponen de relieve el estado de excepción reinante y el uso del terrorismo de estado como instrumento coactivo y, también, generador de consensos. Bajo la connivencia de Metaxas y su régimen, todavía en estado de gestación, tendrá lugar la detención y el asesinato del protagonista de la película, algo que queda simbolizado en las escenas donde el director de la prisión debate con diferentes expertos políticos, científicos y militares una posible salida al problema planteado por éste. El retrato del general Metaxas, con expresión muda, contempla desde lo alto de la estancia todo lo que ocurre, sancionando y legitimando la violencia practicada en nombre de los intereses del estado y la nación. Así pues, frente al clamor de libertad de una parte sustancial de la sociedad griega el estado respondería con la intimidación y el terror, lo cual concuerda con esas escenas donde el ejército griego lleva a cabo pruebas de tiro con fuego real, por si fuera necesario, se entiende, dirigirlo contra sus propios conciudadanos, como en el caso de España, donde una huelga general paró el golpe de estado del 18 de julio de 1936. En este sentido, la prisión donde transcurre buena parte de la película se convierte en la metáfora de todo un pueblo en manos de una minoría elitista y connivente entre sí.

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