11 PM | 01 Jun

CONSCIENCIA Y MEMORIA

a presentación en la Casa de Cultura de la novela “Antaño en Paramollano”, de Alfonso Peláez, y el encuentro casual en las librerías de la reedición “Donde la vieja Castilla se acaba: Soria”, de Avelino Hernández, un admirado personaje por muchos de los amigos de El Escorial, me suscitan dos reflexiones que me sirven como aliento espiritual para afrontar este mes.

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En la novela de Alfonso, el personaje fascinante del alemán tiene relación en Barcelona con la Unión de Hermanos Proletarios, una idea originaria del socialista Amador Fernández. Esa referencia me llevó inmediatamente a mi abuela Jacinta, que durante los largos años no paraba de contar que UHP se llevaba la gasolina del surtidor que tenían en lo que hoy se conoce como “los canapés”, a cambio de unos vales que serían abonados en metálico terminada la contienda. Provocada la ruina, la gasolinera se adjudicó a un vencedor muy parecido a los que pululaban por Paramollano y que son descritos a la perfección en la novela que recomiendo desde esta pequeña tribuna.

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La bolsa con los vales fue pasando por todos los domicilios de mi infancia, hasta que un día, y con la gracia que le caracterizaba y cansado de tanto trajín, mi padre hizo desaparecer la misma con el argumento de que la había canjeado por una tumba en el panteón de Infantes. Siempre me sorprendió que no hubiera en mi familia el más mínimo rencor, la más mínima crítica a nada. El silencio y el miedo eran los acompañantes a los cocidos diarios. ¡Hijo no te metas en líos! Por eso, el sábado no pude reprimir la lectura de un párrafo de la novela que presentábamos en un salón prácticamente lleno de amigos: “Después, andando la vida, recapacitas y te preguntas con frecuencia si entonces todo el país -toda la patria, como te decían- no era una cárcel infinita, en la que culpables e inocentes cumplían la misma condena por un único y difuso delito: el de haber nacido donde y cuando lo hicimos”

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Como era una novedad, por ser una reedición prologada por Julio Llamazares, el libro de Avelino Hernández estaba en la sección de novedades. Al verlo le comenté a librero que un grupo de amigos con los que compartimos cine todos los viernes le conocía y me habían hablado mucho de él. Compartimos tertulia. Avelino Hernández, un Sagrado Corazón del Escorial, se entregó al compromiso de los desfavorecidos, al activismo social y a la creación de organizaciones proscritas de la España pre-democrática. Al conocer su biografía surgieron los comentarios en torno a la política actual y los partidos emergentes. El librero que  había participado activamente en la llegada de la actual democracia, era muy molesto con la descalificación de éste periodo como Régimen, y le encantó compartir la emoción que me albergó al descubrir el libro de Avelino.

Cuando hablemos de memoria en los plenos tenemos que reivindicar a los personajes anónimos. Me viene a la memoria el nombre de Antonio Adanero, de la Agrupación Socialista, que a pesar de irse a vivir a Cudillero, mensualmente remitía las cuotas para cubrir su carnet con sellos; o de Merino, que se llevó el cuadro de Pablo Iglesias que presidia la sede por un enfado. Seguramente están ya muertos, sin homenajes. Está bien, muy bien diría yo, que a Carrizo se le den honores, pero hubiera sido de agradecer que la propuesta llegase promovida por los concejales que en estos momentos representan al PSOE.

Aproveché para comprar el libro del mejicano refundador del PRI Agustín Basave “La cuarta democracia”, y leer el prólogo de Ludolfo Paramio, director de Zona Abierta -y en su día de la Fundación Pablo Iglesias- y que ha servido de inspiración a Podemos en el Círculo de Empresarios de Cataluña. El año pasado, al no ser invitado, Pablo Manuel Iglesias dijo: “A nosotros no nos van a llevar a la reunión esta de Sitges a darnos caviar y vinos muy caros para hablar con nosotros”. Lo dicho, consciencia y memoria.

Félix Alonso

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