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Fomento de la cultura y profundización de los valores democráticos y del medio ambiente

08 PM | 20 Jul

RETRATO DE JIA ZHANG-KE

El último Festival de Cannes volvió a poner de moda el cine asiático. La Palma de Oro se la llevó un cineasta iraní, Jafar Panahi, mientras que el Premio Especial del Jurado recayó en un director chino, Bi Gan, con sólo cuatro largometrajes. Habría que distinguir qué hay de valía verdadera y cómo influyen ciertos factores externos en estos premios, además de calibrar la abrumadora presencia de producciones asiáticas en los festivales de cine, al menos desde hace un cuarto de siglo. No cabe duda de que el contexto político es favorable a este boom : la represión continuada en Irán, los experimentos económicos en China, la relación compleja entre las dos Coreas, la reconversión del continente en un gigante tecnológico y audiovisual que ha cambiado nuestra relación con el cine…

Como siempre, la cinematografía francesa ha permanecido extremadamente atenta a esta eclosión de nuevos cineastas y ha promovido coproducciones y todo tipo de colaboraciones entre ambas partes. contemporáneo» sin haber visto las películas del iraní Abbas Kiarostami –el gran pionero–, el coreano Hong Sang-soo, el taiwanés Hou Hsiao-hsien, el malayo Tsai Ming-liang, el tailandés Apichatpong Weerasethakul… o el chino Jia.

Precisamente Jia Zhang-ke acaba de estrenar su última película entre nosotros, un filme que presentó en Cannes el pasado año sin ser recompensado con ningún premio. Resulta curioso, en este sentido, que una de las propuestas más estimulantes de los últimos tiempos no fuera valorada como se merece por un jurado que, a cambio, premió a Anora, Emilia Pérez o L a llavor del higo sagrado , sin duda bastante más convencionales. Porque A la deriva no hace concesiones, asume hasta el final su condición de filme difícil y exigente que no pide en ningún momento la complicidad de la audiencia y, last but not least , no cesa de experimentar en busca de nuevos lenguajes, como si el cine fuera todavía un territorio por descubrir y conquistar.

Por si fuera poco, se presenta sin miedo como un filme de autor, en continuidad con muchos de los trabajos anteriores de Jia Zhang-ke, por lo que rechaza abiertamente esta poca personalidad pavorosa que parece que ha tomado posesión de las imágenes contemporáneas Frente a buena parte de las series televisivas, incluso frente a muchas de las producciones A la deriva se presenta como un filme que no podría ser de otra manera, y que no es susceptible de confundirse con ningún otro.

 

Un John Ford oriental

Para empezar, la película es totalmente coherente con la filmografía anterior de Jia Zhang-ke. Justo en el 2000, mientras Kiarostami finalizaba la primera parte de su filmografía con la excelsa El viento nos quitará (1999), Jia estrenaba Platform , donde toda una generación se veía reflejada en los cambios que experimentaba la sociedad china. Jia siempre ha sido una especie de John Ford oriental, alguien preocupado por la forma en que su país atraviesa transformaciones que no sólo afectan a la esfera política, sino, sobre todo, al terreno personal en la dimensión comunitaria y colectiva.

Jia Zhang-ke rechaza abiertamente esa poca personalidad pavorosa que parece haber tomado posesión de las imágenes contemporáneas.

El cine de Jia, como el de Ford, bebe de la épica para desembocar en la lírica. Y en esas primeras películas, la emoción surgía de cómo se rozaban y superponían ambos registros, a base de un ritmo lento y envolvente materializado a su vez en planos fijos hipnóticos y movimientos de cámara cautivadores. Esta estética se fue perfeccionando hasta llegar a un par de obras maestras tituladas The World (2004) y Naturaleza muerta (2006), que pueden considerarse la cima de la primera manera de Jia Zhang-ke.

Mientras, entre largo y largo de ficción, Jia filmó varios documentales, la otra cara de su obra. Naturaleza muerta giraba en torno a la construcción de la gran presa de las Tres Gargantas, que a principios de este siglo alteró el curso del río Yangtsé y cambió la vida de los millones de personas que vivían en los alrededores. Pues bien, esta tirada de Jia para dejar constancia de la historia de su país centrándose en las consecuencias que las decisiones arbitrarias del poder tienen sobre la gente común se extendió, a partir de ese momento, a otras películas que se alejaban de la ficción para abordar la forma en que el pueblo chino asimilaba y sufría aquellos cambios mundo.

 

Fotograma del filme A la deriva, dirigido por Jia Zhang-ke. Cortesía de Atalante. X Stream Pictures.

Fotograma del filme A la deriva, dirigido por Jia Zhang-ke. Cortesía de Atalante. X Stream Pictures.

 

En esta línea de trabajo, Jia nunca ha distinguido entre cortos y largos y, en consecuencia con esta libertad de movimientos, también ha puesto repetidamente en entredicho la frontera que separa el documental de la ficción. Tanto en The World como en Naturaleza muerta , los actores o los escenarios daban cuerpo documental a una trama en los huesos, que apenas avanzaba, más centrada en describir y dar a ver que en narrar. Y, en cambio, películas que parecían claramente documentales, como Ciudad 24 (2008) o Historias de Shanghái (2010), terminaban utilizando los testimonios de las personas filmadas para construir un gran relato sobre la China contemporánea. Las trabajadoras de la fábrica que cierra en la primera de estas películas o los habitantes de Shanghai y sus experiencias en la segunda, desde el pasado mítico de la ciudad hasta su decadencia en el siglo XXI, son los verdaderos protagonistas de la Historia.

Una no forma

Más allá de los largos de ficción que Jia dirige a partir de la segunda década de este siglo, de Un toque de violencia (2013) en La ceniza es el blanco más puro (2018) pasando por Más allá de las montañas (2015), en los que experimenta con varios géneros sin terminar de centrarse en ninguna, es en A la donde se encuentra. Sin embargo, paradójicamente, esta forma es semejante a una no-forma. A la deriva podría ser la historia de dos amantes en China que va de los inicios de este siglo, con los Juegos Olímpicos de Pekín a modo de emblema, en los momentos inmediatamente posteriores a la pandemia de la covid, donde el país se topa de cara con todas sus contradicciones. Pero no se trata sólo de eso.

Jia utiliza filmaciones realizadas en varios años de su vida, y de la historia de su país –del 2001 al 2022–, no sólo como marco documental, sino también para dejar en evidencia la condición fugaz y volátil de la imagen, analógica o digital. Los rostros de ambos actores protagonistas también han sido registrados a lo largo de estos años, por lo que su envejecimiento se muestra en tiempo real. Y el choque entre las imágenes que dejan constancia de las distintas épocas históricas que atraviesa el filme y las que intentan dibujar una trama resulta, al final, altamente conmovedor: por un lado, asistimos a una historia de amor casi melodramática, con el paso del tiempo y el desgaste de los sentimientos como hilo conductor; por otro, el regreso de Jia a algunos de sus filmes anteriores, de nuevo con la toma de las Tres Gargantas como excusa, provoca que este relato deba enfrentarse a un magma documental que le perturba y lo convierte en otra cosa, no sabemos muy bien qué.

 

Como medio hacer

El resultado es un filme fascinante por indefinido y caótico, como si se preguntara por el estatuto de la imagen fílmica a estas alturas del siglo XXI y aún no encontrara respuesta. A la deriva , por tanto, es una película todavía en proyecto. Y que se muestre en ese estado, como medio hacer, es lo que la convierte en una de las más excitantes que he tenido ocasión de ver últimamente.

Carlos Losilla
Crítico de cine, autor de Flujos de la Melancolía y de Raoul Walsh (Cátedra, 2020).

 

 

 

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07 PM | 20 Jul

EL FILÓSOFO DE LAS VIRTUDES

El pasado 21 de mayo murió, a sus 96 años, el filósofo Alasdair MacIntyre, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX y uno de los que más me ha inspirado personalmente en la comprensión de la crisis moral contemporánea.

Nacido en Glasgow, enseñó filosofía en varias universidades británicas y emigró a Estados Unidos en 1969, donde desarrolló toda su carrera académica como profesor e investigador en filosofía moral y política. Su libro, Una breve historia de la ética , fue el manual que estuve recomendando a todos los alumnos de Ética que pasaron por mis clases. Aunque tenía un sesgo marcadamente anglosajón, era, con diferencia, la mejor introducción a las teorías filosóficas de la moral desde los griegos hasta el siglo XX: clara, completa y comprensible.

Pero el libro más conocido y comentado de MacIntyre fue After virtue ( Tras la virtud ), publicado en 1981 y traducido al castellano por la editorial Crítica. Se trata de un ensayo brillante y provocador que, como expresa a la perfección el título, es al mismo tiempo una constatación de la imposibilidad de hablar de virtudes (y de cultivarlas) en las sociedades contemporáneas, y una búsqueda del tipo de sociedad que puede fomentar un ethos virtuoso en las personas, como el presentado por Aristòtil un seguidor imprescindible.

La tesis que mantiene MacIntyre es difícilmente rebatible: desde la modernidad, el paso del mundo «tal y como es» al mundo «tal y como debería» falta de fundamento racional, cosa que no ocurría —o no era percibida como una deficiencia— ni en la filosofía antigua ni en la filosofía medieval, esclava de la teología.

Es por eso que la propuesta de una manera de ser virtuosa se hace impensable en el mundo contemporáneo; con el triunfo casi absoluto de la libertad individual, ha hecho inviable una concepción universal de «la vida buena». actuales, sería posible reencontrar el sentido de las virtudes morales.

MacIntyre realiza una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual.

La apelación de MacIntyre a la comunidad le convirtió enseguida en una de las referencias del «comunitarismo» filosófico, una crítica radical al liberalismo político que gira en torno a un sujeto abstracto sin raíces morales –sin ethos– en las sociedades en las que vive. El comunitarismo centró durante varios años una polémica interesante entre los filósofos de la política más influyentes del siglo pasado, como Rawls, Habermas o Rorty. Cabe decir que la concreción sobre el tipo de comunidad que debería considerarse como alternativa de una política excesivamente liberal ha tenido expresiones poco estimulantes, empezando por la del propio MacIntyre, que pone la mirada en comunidades tan tradicionales y conservadoras como las órdenes religiosas.

MacIntyre se alinea entre los pensadores que consideran inviable el proyecto de una moral racional universal como fue la de Kant y los filósofos de la Ilustración. Pero en vez de adoptar una posición nihilista o estrictamente emotivista, al estilo de Nietzsche, hace una adaptación de la ética de las virtudes aristotélica totalmente recuperable y necesaria para una época como la actual que no llega a encontrar la manera de abordar y corregir, aunque sea parcialmente, la escisión entre la escisión entre la.

Uno de los últimos libros publicados por MacIntyre responde al título de Animales racionales dependientes , una especie de revisión desde la antropología filosófica de la concepción de nosotros mismos como seres autónomos y autosuficientes, concepción desmentida por la serie de crisis que nos están afectando en diversos aspectos, pero que especialmente nos están haciendo ver la fragilidad e interdependencia. Todo permite esperar que la obra de MacIntyre perdurará y, al menos, ayudará a pensar nuevas formas de vivir coherentes con los valores morales que teóricamente sustentan la vida en común.

VICTORIA CAMPS EN POLÍTICA-PROSA

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04 PM | 01 Jul

La sangre roja de los héroes

Amor bajo el espino blanco (2010) del director chino Zhang Yimou (Xi’an,1950)

¿Alguien puede creer en el amor absoluto? ¿Ese amor que es solo entrega y no pide nada a cambio, que siempre espera a que todo sea favorable, aunque el destino tenga su protagonismo e interfiera en su consumación? ¿Ese amor donde los amantes aun abrazándose en la distancia se sienten más unidos que nunca? ¡No sé! … Rilke escribió:»La búsqueda del absoluto debe ser el ideal de la existencia». En general, los humanos nos conformamos con encontrar a alguien que pueda querernos y no nos mienta.

Johnny «Guitar»(Sterling Hayden) le dice a Vienna (Joan Crawford) en la película dirigida por Nicolás Ray:
-Miénteme, dime que me quieres…
Esto es más real que el empeño en buscar ese ideal tan destructivo.

La Revolución Cultural y su contundente principio de realidad generó, entre 1966 y 1976, una disrupción en la sociedad china con medidas como la del traslado de jóvenes urbanos a las regiones rurales durante el movimiento «Envío al campo». Allí tenían que aprender los trabajos manuales, arar la tierra, cuidar de animales y sobre todo eliminar cualquier vestigio burgués, imponiendo el comunismo en todas las fases de su vida.
Zhang Yimou utiliza para el guion de su película, una novela de Ai Mi (pseudónimo), del mismo título, que denuncia lo descrito anteriormente. Es una historia de amor sobrecogedora, al parecer basada en un hecho real, en la que el espectador queda atrapado por la puesta en escena y la fuerza de sus jóvenes actores. Es verdad que Zhang Yimou no es demasiado grandilocuente y tiende a la sencillez en su relato, describiendo una secreta relación amorosa por una cuestión de enfrentamiento de clases dentro de la China comunista. La fuerza plástica de la fotografía (Zhao Xiaoding) ayuda a contar la historia sin que afecte a la brillantez de los personajes.
También hay una leyenda relativa al espino blanco:
¡Ah, ese árbol! Originariamente las flores eran blancas, pero durante la guerra contra
Japón innumerables jóvenes valientes fueron ejecutados debajo de él, y su sangre regó
la tierra en sus raíces. Desde aquella época las flores de este árbol comenzaron a
cambiar, y ahora son todas rojas 1 ”. Sus ramas y las hojas son ahora testigos también del amor puro y desinteresado entre la joven estudiante Jing Qiu (Zhou Dongyu) y el joven ingeniero Lao San (Shawn Dou) en la aldea donde se conocen y a donde prometen volver para ver, en primavera, la sangre de los héroes materializada en las flores rojas del espino.

Hay una triple coincidencia en lo que se refiere al color rojo que como un hilo sutil cose el relato: la pertenencia a la «Guardia Roja» de la joven protagonista para purgar con su
comportamiento ejemplar las actitudes “capitalistas” de sus padres, la palangana que tiene un dibujo del espino con sus flores rojas que les recuerda su promesa de volver donde se conocieron y en la que Lao San lava a su amante los pies para curarle las úlceras producidas por el trabajo y, finalmente, la tela roja que él regala a Jing Qiu para que se haga una chaqueta, que será importante en el desenlace de la película. Tal vez, sea solo eso: una coincidencia.

Sensibilidad emocional a chorros en esta película para que el trasfondo histórico, con las restricciones sobre la libertad de expresión y la vigilancia constante de el «Gran Hermano», no se imponga sobre la excelsa historia de amor secreto aceptado, al fin, por las extremas circunstancias. El director es recurrente en demostrar, mientras tanto, cómo la alegría y la espontaneidad de la juventud pueden resistir frente a la opresión, pero no contra el destino.
Una foto en blanco y negro de los protagonistas sonriendo es la última imagen que los espectadores ven de esta hermosa película.
A.H.
(1)Amor bajo el espino blanco de Ai Mi (pseudónimo) Edt. Suma. 2007.

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12 AM | 25 Jun

Amor bajo el espino blanco, jueves 26

Lejanos quedan los tiempos en que Zhang Yimou llegó a nuestras vidas con Sorgo rojo, ganadora del Oso de Oro en Berlín en 1988. Desde entonces, este cineasta chino ha recogido premios a mansalva en prácticamente todos los festivales importantes, con obras tan reconocidas como La linterna roja (1991) -León de Plata al mejor director en Venecia-, ¡Vivir! (1994) -Bafta a la mejor película de habla no inglesa-, Ni uno menos (1999) -León de Oro en Venecia- o El camino a casa (1999) -Oso de Plata en Berlín-. Cuando en 2000, Tigre y dragón, una espectacular cinta de aventuras y fantasía llegada de Taiwán bajo la dirección de Ang Lee, arrasó en las taquillas de todo el mundo, Yimou abandonó momentáneamente su cine intimista y sencillo para probar suerte con epopeyas más ambiciosas. A este período pertenecen obras tan estimables como Hero (2002)La casa de las dagas voladoras (2004) y La maldición de la flor dorada (2006). El cineasta demostró que era igualmente capaz de manejarse con presupuestos millonarios y grandes escenas de masas, que con sus pequeños dramas rurales. Tras un extraño western, no del todo comprendido –posiblemente, su trabajo más olvidable-, Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos (2009), Yimou vuelve a sus orígenes con una de las sorpresas más agradables del panorama cinematográfico de 2010, Amor bajo el espino blanco, que le valió la reconciliación con un gran sector de la crítica que había empezado a darle la espalda.
La cinta, basada en un hecho real, está ambientada durante la Revolución Cultural Proletaria vivida en China a partir de 1966, organizada por el líder del Partido Comunista, Mao Zedong, contra altos cargos e intelectuales de ideales derechistas. Una dictadura comunista en la que la joven Jing es enviada a un remoto pueblo en la montaña para su reeducación, ya que su padre permanece encarcelado por derechista y su madre, enferma, trabaja muy duro para sacar adelante a sus tres hijos. Las autoridades vigilarán a la muchacha, examinando su comportamiento, que deberá ser impecable para conseguir limpiar el nombre de su familia. Cualquier desliz o error conllevaría la ruina para todos. En su estancia en el pueblo se enamorará de Sun, hijo de un militar comunista. La diferencia de clases sociales y las circunstancias que rodean a este romance, hacen que deban vivirlo en absoluto secreto.
Sencillamente estructurada en capítulos, con una puesta en escena totalmente minimalista, alejada de las estridencias de las últimas propuestas del director, mucho más visuales, Amor bajo el espino blanco encuentra su grandeza, precisamente, en la sencillez de su historia y el encanto de sus personajes protagonistas. Zhou Dongyu (ganadora del premio a la mejor actriz en la Seminci de Valladolid) y Shawn Dou están magníficos en los roles de Jing y Sun, logrando una química perfecta para hacer creíble este delicada relación. Un amor puro y limpio, representado en las múltiples atenciones de Sun por mejorar la calidad de vida de su amada, sus cuidados -enternecedora la escena en que él, arrodillado, venda los pies de Jing, destrozados por el trabajo, mientras las lágrimas bañan su rostro- y la delicadeza con que se muestran los inicios del noviazgo -magnífico el momento en que él la ayuda a cruzar un río, ofreciéndole el extremo de una rama para no tocar su mano, pero, poco a poco, ambas manos van acortando distancias hasta acabar entrelazadas-. La bonita fotografía, con hermosos parajes naturales, en ningún momento resta protagonismo a la historia. De hecho, estéticamente, se trata de uno de los trabajos más modestos del director chino.
EL CAMINO A CASA | Vuelve el Yimou más reflexivo e íntimo con ‘Amor bajo el espino blanco’
    El trasfondo político y social de la historia permanece en un segundo plano, aunque siempre presente, ya que supone el mayor escollo para llevar adelante su relación sin necesidad de ocultarse. Ni los militares ni las familias pueden saber lo que está ocurriendo entre estas dos adorables personas que, sin embargo, encontrarán el contratiempo más inesperado en forma de cruel enfermedad. Yimou demuestra una gran inteligencia en no cargar las tintas en lo dramático y, aun siendo una película triste, se aleja de la lágrima fácil de otros romances del estilo de Love Story (1970) u Otoño en Nueva York (2000). En otras palabras, Amor bajo el espino blanco logra emocionar sin que se le vean las costuras, casi sin esfuerzo. El realizador ha logrado, si bien no uno de sus mejores títulos, sí uno de los más intimistas y poéticos, un pequeño trozo de vida que supone una de las historias de amor más emotivas de los últimos años. Esperamos en el futuro más trabajos sinceros como éste, aunque parece que se van a hacer esperar, ya que la última obra de Yimou vuelve a la grandilocuencia y los presupuestos millonarios. Las flores de la guerra, nominada al Globo de Oro en 2012 a la mejor película de habla no inglesa, está protagonizada por Christian Bale, el Batman de los filmes de Christopher Nolan. Tal vez nos encontremos ante un nuevo ejemplo de cineasta oriental adoptado por Hollywood, siguiendo el ejemplo de nombres como Wayne Wang o Ang Lee, o tal vez continúe demostrando su buen criterio, alternando grandes superproducciones con propuestas modestas como ésta, sin perder su identidad en ningún momento. ★★★★★
José Antonio Martín.
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07 PM | 23 Jun

«Una historia de amor y de dolor»

El camino a casa (1999) del director chino Zhang Yimou (Xian, 1950)

Entre lo aparentemente sencillo y lo sublime se mueve esta película china, llena de detalles cotidianos y costumbristas. En un paisaje donde el color de la naturaleza se impone, lleno de belleza, como un protagonista más, se nos cuenta» una historia de amor y de dolor en el mundo rural para mostrar un enfrentamiento entre tradición y modernidad» (1). El director sitúa dicha tradición en un entorno colorista y expresivo, «mientras la vida actual sólo es intuida y fotografiada en un desvaído blanco y negro». También hay que añadir que la película contempla una velada crítica a la «Revolución Cultural», nada desdeñable y valiente por parte de Zhang Yimou a la hora de expresar sus ideas en un contexto político de censura y represión.
Hay dos viajes en El camino a casa que coinciden en el tiempo: el del hijo, para reunirse con su madre después de la muerte del padre; y el de este, ya en cuerpo presente, transportado por sus discípulos para ser enterrado en la localidad campesina donde había pasado, como maestro, la mayor parte de su vida. Este encuentro entre pasado y futuro propicia la recreación de «ceremonias y rituales, vestuarios y rostros, gestos y miradas, lo esencial y lo pequeño, con una riqueza estética y humana» que nos seduce con una facilidad impresionante.
El lenguaje cinematográfico de Zhang Yimou se despoja de artificios. Su puesta en escena recurre a la espontaneidad y al lirismo; sueños y silencios en un devenir donde apenas hay diálogos, y las miradas y los gestos lo dicen todo o casi todo. En clave romántica, un tanto naif, cercana al pensamiento occidental, surge el relato de una historia de amor entrañable y sincera, una
historia «poética e inconformista», que sirve al director para ofrecer en flash-back el cambio social y existencial que inició la protagonista contra el orden establecido».
Finalmente, quiero resaltar el homenaje a la figura del maestro. En este caso, más específicamente rural, como transmisor de conocimiento e imprescindible en cualquier sociedad que piense en su futuro. El profesor fallecido, apartado de su labor docente por las purgas políticas, regresa para seguir enseñando y cumplir con su vocación de servicio público hasta el final de su vida. Nuestra
sociedad sabe de eso: hay películas españolas que así lo demuestran: La lengua de las mariposas (1999) de José Luis Cuerda. El maestro que prometió el mar (2023) de Patricia Font .Los maestros, protagonistas de estas películas, fueron asesinados como así ocurrió en la realidad. La dictadura franquista al denostar el conocimiento promovió la ignorancia.
A.H.
(1) Todos los entrecomillados que aparecen en el texto pertenecen FILMHISTORIA, en su reseña de la película El camino a casa.

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