04 PM | 30 Mar

SUERTE SIRIA

 
En un principio parece que no habría nada que oponer a esta lucha heroica del pueblo sirio contra un régimen despótico que lleva en el poder más de cincuenta años, una dictadura siniestra (mucho antes de estos acontecimientos) incluso juzgada en comparación con otras de Oriente Medio. El conflicto actual sirio es aparentemente el último de una larga cadena de movimientos populares que empiezan en Túnez y recorren el mapa de las diversas tiranías que oprimen a sus pueblos con una crueldad difícil de imaginar entre nosotros. Las potencias ejemplares que tardaron en reaccionar en el caso de Túnez y Egipto, han sido ágiles en el caso de Libia y Siria, llegando a la intervención directa en apoyo de la revuelta. Sólo el veto en la ONU de Rusia y China ha impedido una intervención plena a favor de los rebeldes sirios.
 
Ahora bien, en una segunda lectura todo parece más turbio e inquietante. Primero, llama la atención en este reino plural que es Occidente la total unanimidad de las informaciones que nos llegan. Como en el caso del ataque a Serbia hace trece años, parece que la barbarie sólo se ceba en un lado, mientras el mal proviene plenamente del otro, el régimen militar del coronel Bashar Al-Assad. ¿No es un poco extraño, en este mundo complejo, la aplicación de esquema del Western a un laberinto tan intrincado como esta región de Oriente Medio? Aunque sólo fuese por introducir dudas democráticas en este bloque monolítico, ¿no valdría la pena buscar algunas zonas de duda?
 
Después, llama también la atención la abigarrada corte que se ha aliado del lado de los “rebeldes”, palabra santa donde las haya, para atizar la guerra civil en este antiguo país. De un lado, unas democracias intachables como Arabia Saudí, Qatar, Emiratos Árabes Unidos o Kuwait. De otro, toda Europa y EEUU, más un estado de Israel que no duda en mantener a otros árabes confinados en condiciones medievales, forman la cohorte que apoya sin fisuras la rebelión del Ejército Libre Sirio y el CNS. La rebelión, no lo olvidemos, no sólo contra un régimen con el que mantuvimos excelentes relaciones hasta hace poco, sino la rebelión de una parte de la población contra la otra, pues el régimen panárabe del Partido del Renacimiento Árabe Socialista (Baath) cuenta con un apoyo popular que ni siquiera en Libia tenía Gadafi.

 
Hace días el diario The Guardian establecía un hilo directo entre el régimen militar de Assad e Irán, indicando que esta última nación es instigadora directa de la estrategia de los militares sirios en su territorio. Como sabemos que Irán está en el punto de mira desde hace meses, no hace falta ser un paranoico para sospechar que se está preparando la campaña informativa previa a la militar y que el asunto sirio ha venido como anillo al dedo.
 
Tomando la Información como la palabra de Dios, la izquierda europea, empeñada a toda costa en mostrar su civismo y su pureza democrática, se apunta a este coro masivo de opiniones que animan la violencia en Siria. El resultado es que por fin todos parecemos poseer otra encarnación clara del mal, una bandera humanitaria que desde los tiempos de Milosevic, Sadam Hussein o Gadafi no nos bendecía con un excitante motivo para la acción en este mundo aburrido por la macroeconomía. Fijémonos que el caso sirio vuelve a resucitar la vieja sospecha de que la alternancia en las democracias occidentales funciona siempre a costa de un enemigo cultural común, las tiranías del extranjero, y bajo la égida de una política exterior con frecuenta indiscutible. Al final resulta que el denostado Huntington y su “choque de civilizaciones” se cumplen invariablemente.
 
La muerte de dos periodistas occidentales, inmaculados observadores neutrales en la tragedia, colma el vaso de nuestra paciencia. Democracias que no han tenido ningún reparo en bombardear cien veces pueblos exangües se apuntan ahora a la primera línea de la causa humanitaria. Tal ardor de justicia sería incomprensible si en el fondo no estuviera en la mesa el objetivo político de acabar con una nación incómoda, el objetivo de fragmentar Siria. ¿Va a ser otro el destino de Irak o de Libia a medio plazo? Sobre éste último país (de modo tal vez significativo) no hay noticias últimamente, pero algunas escenas que vimos después de las democráticos bombardeos de la OTAN nos hacen presagiar lo peor. Por lo pronto, hay que decirlo, el régimen de Bashar Al-Assad no se ha atrevido hacer con la insurgencia lo que la OTAN sí hizo con los sospechosos de estar del lado de Gadafi, bombardeando desde el aire poblaciones enteras, una de las formas más indiscriminadas que puede haber de matar.
 
Queda en el aire una pregunta. ¿Por qué Francia, Inglaterra o EEUU iban a preferir en Siria el gobierno musulmán y la Sharía a una dictadura militar de corte occidental? Por que si ocurre esto, el régimen musulmán se impondrá sobre una nación cien veces empobrecida y desgastada a causa de la guerra. Si ocurre esto hemos ganado unos años y empujamos a los musulmanes al radicalismo desesperado que le conviene a Occidente. Si ocurre esto, en fin, quebramos una nación unida y ésta entra en la vía de las rivalidades tribales. Curiosamente, la cultura occidental, que impone entre nosotros una normalización y un desarraigo masivos, empuja lejos de nosotros la sectarización étnica y religiosa que destruye viejos Estados incómodos para nuestra expansión imperial.
 
Por todas partes mantenemos la misma ortodoxia, al precio de sangre que sea: fragmentar y volver a federar, como hicimos en los Balcanes. Es normal que viejas naciones celosas de su pasado cultural y territorial, como China y Rusia, armadas además con los instrumentos técnicos para defender su diferencia, se opongan a esta barbarie mundial de aplanamiento en nombre del mercado, el individualismo y los Derechos Humanos.
 
La mecánica parece ser invariablemente la siguiente. Primero formamos a los líderes que deben occidentalizar el país: Assad ha concluido sus estudios en los mejores centros de Inglaterra. Después, si esos líderes se vuelven díscolos con el formato-madre, les devolvemos a la edad de piedra a través de incentivar las luchas fraticidas, el odio entre las diversas etnias o las bombas de fragmentación. Balcanizar: no ha sido otro el método en Irak y Libia (aunque parece que no está funcionando en un Afganistán, curiosamente, dividido por la OTAN en zonas). En todos esos países, igual que otros que son nuestros aliados, había tremendas injusticias gubernamentales y movimientos populares que eran reprimidos. Pero eso lo hemos utilizado para atizar al máximo la hoguera de la destrucción.
 
Aunque existen excepciones, en una dictadura los disparos suelen estar aproximadamente calculados y los muertos pueden ser más o menos contables. Bajos ellas puedes mandar a tu hijo a buscar el pan y el niño vuelve, con el pan y el cambio. En medio del caos la situación es muy distinta. Esta es tal vez la razón de que no existiera ni un solo radical de extrema izquierda que, bajo la dictadura de Franco, fuese partidario de una intervención extranjera para acabar con la tiranía. Para nuestro indisimulable racismo, el caso de muchas naciones árabes parece ser distinto. Algunos no podemos más que desearle suerte al pueblo sirio bajo el actual fuego cruzado.
 
 
Ignacio Castro Rey. Madrid

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