10 AM | 08 Jul

LA “ANDREIA” REPUDIADA

ANDREIASea cual sea el estado de una sociedad, ya se trate de momentos de exaltación o de quiebra, hay personas que se erigen para los demás en referencia ética, es decir, en modelo para esa dimensión de nosotros mismos que sólo ve satisfacción en la realización de un ideal de libertad. Un animal es libre cuando nada coarta su instinto de lucha por la actualización de sus potencialidades, es decir, por la realización plena de su naturaleza, y el hombre no es en este sentido una excepción. Mas la naturaleza humana tiene entre sus rasgos esa singularidad absoluta que constituyen las capacidades racional y lingüística, las cuales tienen objetivos no siempre determinados por el imperativo de la subsistencia individual y específica, objetivos traducidos en esa máxima que incita a no conformarse con una vida reducida a genuflexión. En toda circunstancia se ha considerado que héroe es quien, aleccionado por tal imperativo, se alza contra las fuerzas inerciales (la pusilanimidad, la costumbre, la abulia, el puro miedo) que en su propio seno le impiden enfrentarse a la tarea que sabe primordial. Mas, luchando contra sí mismo, el héroe no sólo aspira a conquistar su libertad, sino a ser visto por los demás como promesa de libertad propia. El héroe exige con toda legitimidad un reconocimiento.

Pues bien: todo, en el sistema de valores imperante, empuja a negar la condición de héroe al protagonista del ascético combate, la sobria confrontación, a la que en ocasiones da lugar el encuentro entre un torero y un toro. La primera razón de ello es que la ética, como racional aspiración a una paz entre humanos (que sería corolario de una situación social que garantizase la dignidad material y espiritual) ha sido sustituida por una exigencia de universal conciliación con el común de los seres animados, entre los que el hombre carecería de papel jerárquico. Esta nueva ética tiene para el orden establecido la ventaja de ser perfectamente inoperante, pues, de hecho, nada amenaza la relación social de fuerzas que hace inevitable el despilfarro de recursos, y degradación de la naturaleza. Mas la virtud que no se practica es virtud que mayormente se predica. Y así desde los países mismos donde se gestiona el sistema de universal rapiña se expande urbi et orbiel nuevo evangelio que erige en criterio central de bondad el no ser especeísta, equiparando la instrumentalización de un ser meramente vivo a la de un ser humano. Recientemente, en una feria ecologista de Barcelona, se ilustraba el eslogan racismo = sexismo = especeísmo con la foto de un africano, una mujer y un chimpancé. Cuando esta amalgama no provoca respuesta…, en algún registro esencial hemos sido vencidos: la vida a secas ha empezado realmente a primar sobre la vida del ser de palabra. Relativizar el peso de la propia vida sigue siendo socialmente lícito (¡y hasta obligatorio!) cuando se trata de quemar la vida en un trabajo embrutecedor, mas pasa a ser considerado una vileza cuando se vincula a la vida y muerte de un animal de otra especie.

Extraña dialéctica entre la heroicidad y la vileza, a las que, en ocasiones, separaría tan sólo el espesor de un papel de fumar… La visión de la tauromaquia como esencial vileza subyace en las reiteradas tentativas de abolirla legalmente, con trampolín en ese espejo de narcisista reconocimiento que es para nosotros la idea de Europa. Es duro sentir que la causa a la que un hombre subordina sus inclinaciones y por la que expone asumible, la causa en la que vislumbra su cabal realización como hombre, le convierte, a los ojos mismos de los que comparten sus veinte años, en un ser exótico, en agónico representante de un universo periclitado.

Pero estos seres desarraigados con respecto a los valores de su tiempo tienen quizás la suerte de sentir que lo verdaderamente atroz no reside en ser infravalorado por el juicio del otro, sino en serlo por el propio. Saben que el repudio del que son víctimas sólo es letal cuando logra hacer mella en la interna convicción. De ahí que, desterrada ya la fiesta de los toros a los arcenes de la moral biempensante y amenazada de positiva abolición jurídica, unos hombres, en algún caso rayando la adolescencia, inmunes al clamor de los lapidarios, apuntan en primer lugar a vencer la peste interna (el casticismo y el simulacro que tantas veces degradaba su tarea), tras lo cual nos ayudan a asumir que la fuga ante lo inevitable es más terrible que lo inevitable mismo. Esos hombres nos brindan simplemente un espejo verídico de entereza, esa andreia,literalmente hombría, de los griegos que se atribuía tanto a hombres como a mujeres. “En primer lugar”, escribe Aristóteles, “debe atribuirse la andreia al que no es presa de miedo ante la hipótesis de una muerte digna”.

Víctor Gómez Pin es filósofo, catedrático de Filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Compártelo:

Escribenos un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *