10 PM | 01 Oct

DIFAMACIONES

                                                                     SERGI PAMIES

El presidente Mas ha encadenado tres discursos (después de la manifestación, en Madrid y en el Parlament) que lo definen mejor que todos los que había pronunciado antes. Hasta ahora, que coincidan dos presidentes de talante respetuoso como Mas y Rajoy ha evitado derrames fratricidas. Imaginando a otros presidentes del gobierno español y de la Generalitat, más propensos a la impertinencia castrense o a la barrabasada frívola, la situación podría haber sido aún más delicada. Mas ha moderado el tono y el argumentario del soberanismo y el independentismo histórico más atomizado le está apoyando, ya sea por convicción patriótica o por conveniencia. De bandera o de cartera, el independentismo es consciente de estar viviendo una oportunidad y un momento de cierta grandeza y lo está aprovechando siguiendo la evolución de un Mas que, en el Parlament, no hizo ninguna referencia a la posibilidad, igualmente democrática, de que sus “objectius nacionals” no sean mayoritarios.

El discurso también incluyó un aviso preventivo contra los obstáculos que se avecinan. Eso, sin embargo, no debería servir de coartada para desacreditar la disidencia o la oposición con la misma rabia con la que determinado españolismo veja al catalanismo. Esta intransigencia, a menudo recíproca, es catastrófica, como lo es llamar ladrones a quienes, con una ceguera suicida, administran un sistema de financiación que asfixia las comunidades que más pueden contribuir a preservar la solidaridad territorial. Por eso convendría que, entendiendo al presidente, también se entienda que la objeción o el activismo críticos no pueden meterse en el mismo saco que el fundamentalismo. No es la primera vez que, preventivamente, se condena a los que no se adhieren a la multitud. Reclamar diálogo requiere de una lealtad que también deberá respetar las dudas de los que no entienden que para responder a las preguntas del presente se tengan que añadir interrogantes al futuro, de los que creen que aún existen matices entre el todo y el nada, de los que discrepan de una primera persona del plural cada vez más mesiánica (y escapista) o del gesto de inmolación electoralista del presidente y de los que piensan que el derecho a la autodeterminación no puede transformarse en un deber tan catequizador como el constitucionalismo inmovilista. Mas tiene razón al prevenirnos contra la amenaza de la difamación antidemocrática. Pero, con idéntica firmeza, también tendremos que oponernos a los que, con la excusa de protegernos de supuestos difamadores, criminalizan la discrepancia para, desde trincheras antagónicas, intentar instaurar un régimen de infamia preventiva.

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