TRONO DE SANGRE
“Trono de sangre” es sin duda, la mejor adaptación cinematográfica de cuantas se han hecho de Macbeth (y una de las mejores adaptaciones literarias de la historia del séptimo arte) y al mismo tiempo, es la versión más alejada de los estrictamente escrito por W. Shakespeare. El director nipón, mutila parte del texto y cambia ciertos pasajes para construir un Macbeth cuya fuerza radica en la imagen y el plano escogido (al contrario que Welles, en “Trono de sangre” abundan los planos generales, suavizando así la tragedia; pero hay también, unos primeros planos que hielan la sangre -como cuando Washizu (el Macbeth de Shakespeare) y Miki (Banquo en la obra de teatro) adquieren los honores profecitados por la bruja o cuando Lady Washizu (L. Macbeth) convence a su marido para matar al rey-). Kurosawa realiza un meticuloso trabajo de cámara y una maravillosa puesta en escena. Es puro cine conseguido por un lenguaje cinematográfico apoteósico.En “Trono de sangre” podemos apreciar a la Lady Macbeth (Lady Asaji Washizu interpretada por Isuzu Yamada) más pavorosa y fría. Kurosawa usa el plano fijo cada vez que Asaji confabula con su marido Taketori Washizu (Toshirô Mifune). Los movimientos suaves, casi gravitatorios de Asaji y un maquillaje fantasmal ayudan a crear a la mejor L. Macbeth de cuantas hayan sido adaptadas. Su suerte no despertará pena alguna en el espectador.
Al desprenderse más del texto, gana en universalidad (el director se queda con la naturaleza ambiciosa y manipulable del hombre para extrapolarlo a un mundo completamente ajeno al medievo europeo de primeros del milenio donde Shakespeare basó su obra) ,y la película se mueve más por el camino psicológico. Todo queda menos expuesto. La universalidad y atemporalidad de Shakespeare hacen que sus obras sean, en cierto sentido, fácilmente adaptables. Pero son pocas las que consiguen ir más allá de lo que dejó escrito el dramaturgo. Escasas son, las adaptaciones cinematográficas que intentan (y triunfan) al llevar a la pantalla no sólo la palabra (los diálogos y la naturaleza humana que Shakespeare radiografió) sino la esencia de la obra en imágenes imperecederas.
El brillante final, traidor al texto de Shakespeare, termina por destapar la importancia de esta obra. Kurosawa se desprende definitivamente del mejor dramaturgo de la historia, y lo hace sin arrugarse, saliendo airoso y cambiando de un plumazo la tragedia clásica por la épica.
A final de la película, un coro (el mismo que nos da la bienvenida) canta el epílogo de esta magnífica obra:
“Contemplad las ruinas del castillo de las ilusiones. Ahora embrujadas por los espíritus de aquellos que perecieron. Lugar de una matanza nacida de un deseo ardiente”.