10 PM | 12 Feb

Piedras preciosas contra el tejado de la patria proletaria

La balada del soldado, Grigori Chukhai, (1959).

ALFONSO PELÁEZ

 

Es un dicho muy nuestro lo de que nadie tira piedras contra su propio tejado. Después del jueves pasado yo me permito señalar una excepción más: el equipo de rodaje de la película La balada del soldado con Grigori Chukhai, su director, a la cabeza. Ellos apedrearon, con piedras preciosas pero sin piedad, la gran cubierta de la patria soviética. Al menos, eso me parece a mí.

La Gran Guerra Patriótica es el telón de fondo que ambienta una primorosa historia de amor entre dos seres jóvenes, hermosos e inmaculados. El descomunal sacrificio que los soviéticos hubieron de encarar frente a la infernal máquina de guerra nazi está dibujado a través de una colección de personajes movidos únicamente por una generosidad y un esfuerzo superiores a cualquier adversidad. Se trate de batallas, de recolectar cosechas gigantescas, o de suministros imposibles para el combate, siempre hay soldados valerosos, mujeres aguerridas, y hasta ancianos medio derrengados, prestos para el esfuerzo, la solidaridad e incluso la muerte. Hasta ahí nada que pueda extrañar a quien esté familiarizado con el cine de propaganda. Lo novedoso en esta película podría ser la inteligencia y la sutileza con la que se nos envían los lugares comunes utilizados habitualmente a tal efecto.

¿Dónde reside, entonces, el problema? A primera vista en ningún sitio. Los generales son campechanos y generosos; la tropa, animosa y brava; las madres despiden con orgullo a sus hijos cuando estos, gallardos, parten al combate; la retaguardia aguanta los bombardeos, cuida de los heridos y entierra a los muertos… La Patria, campesinos y proletarios a una, resiste al invasor. Pero claro, cuando el director necesita concretar los rasgos de nobleza,  ha de depositarlos sobre personas de carne y hueso. Entonces, lo que le sale son unos seres impulsados por valores individuales del más genuino ideario burgués. Y no me digan que no. La pareja protagonista se enamora bajo los estrictos cánones del amor romántico. Ese mismo galán corre fatigas agudas por visitar a su madre (la familia nuclear como sagrada institución). Y para colmo, el verdadero objetivo del viaje es, en realidad, reparar el tejado del granero familiar. No se trata del soviet local apuntalando la cubierta del almacén de grano colectivo en un koljoz. No, en absoluto. Es un hijo cambiando una medalla al valor por un permiso, que le permita acercarse a reparar una propiedad privada de la que depende su desamparada madre.

¡Piedras contra el propio tejado!

Ahora, compañeros, piedras preciosas, eh. ¡Qué película facturó el tovarich Grigori Chukhai!

Cine así provoca nostalgia de la extinta patria soviética. Aunque nada más sea por la posibilidad de continuar disfrutando sus magníficas y contraproducentes películas propagandísticas.

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