11 AM | 01 Sep

O QUE ARDE

En contra de lo que opinaría cualquier coacha veces es mejor autolimitarse para llegar a tu verdadero potencial. Por lo menos a los cineastas les funciona: cuando reducen su película a lo más elemental, a la pura observación de la vida a través de la imagen, en ocasiones el conjunto les acaba encajando para llegar justo a lo que querían transmitir. Es difícil de hacer y montar -¡cuánto hay que medir!-, pero en esas sencillas imágenes se pueden atrapar los significados más profundos; tan inabarcables que se les pueden escapar incluso a sus propios autores. Eso es lo que hace que las películas estén vivas. Eso es lo que consigue y sigue a rajatabla Oliver Laxe en Lo que arde.

Digo a rajatabla porque el director gallego, que viene de zambullirse en la realidad con el género documental, lleva ese camino hacia lo esencial en forma y fondo (que en una buena película son lo mismo). Incluso en un prólogo y un tramo final espectaculares en composición, el filme conecta siempre por debajo con los elementos más primarios de la existencia: con la naturaleza originaria y redentora; con la creación y destrucción de la vida en la Tierra. La Galicia rural a la que vuelve un pirómano (Amador Arias) tras salir de la cárcel es un ejemplo de ese espacio primigenio que aún (nos) pervive, y que Laxe recoge en su desnudez e impenetrabilidad.

El fuego es el elemento central de este impresionante viaje a las raíces en las imágenes. Y es el que establece la conexión entre la naturaleza y la especie humana, también a nivel originario. El descubrimiento del fuego es el hallazgo más importante de la humanidad, un salto de gigante en nuestro progreso. Pero en el caso de los incendios se rompe el verdadero logro que nos hizo conseguir ese desarrollo: el control del mismo. Laxe sitúa lo que arde sin freno como algo instintivamente desasosegante y a la vez fascinante para el hombre casi a nivel evolutivo.

Lo que arde: La maestría de Laxe para llegar a lo esencial 1

En medio de esa contradicción prehistórica y emocional es donde el responsable de Mimosas coloca su historia concreta, centrada en lo que ocurre en el reencuentro entre una madre y su hijo. Aquí Laxe es capaz de llegar a los sentimientos a través de unos personajes que son una extensión más de esa mirada desnuda que quiere poner sobre lo que transcurre. La representación positiva de esa reducción a lo básico es Benedicta (Benedicta Sánchez), la madre. Lo de este personaje es impresionante no sólo por la gran interpretación que consigue Sánchez, sino también porque en sus gestos, lo que dice y calla, en su manera de vivir y sentir, atrapa una conexión verdaderamente humana y sana con el mundo. Es mágico lo suyo.

Por el otro lado encontramos a Amador, el otro protagonista de la película que representa lo contrario a su progenitora: el sufrimiento y el lado conflictivo de ese vínculo indeleble entre el hombre y su entorno. Mientras su relación con el fuego se mantiene en un segundo plano, Amador le da una oportunidad a las relaciones humanas para encontrar su lugar en el mundo. En él, Laxe concentra precisamente la incomprensión y los miedos dentro de las dinámicas sociales sin perder la naturalidad poética de su propuesta. El estigma social del ex-preso entre silencios y bromas sueltas.

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Hace tres años se estrenó Mimosas, la anterior película del director. 11.837 personas la vieron en el cine en España. Un impacto testimonial. Para entendernos, es más o menos un tercio de los espectadores que han pagado este año por ir a ver una película independiente como Los días que vendránAhora el cineasta tiene una gran oportunidad de romper -o resquebrajar al menos- la difícil barrera de la invisibilidad a la que están abocadas muchas propuestas españolas sin apoyo de televisiones o una distribuidora multinacionalLo que arde tiene que abrirse paso entre la gente porque, en su sencillez, es una de las películas españolas más vivas y deslumbrantes de los últimos años.

 

Arturo Tena (@artena_)

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