06 PM | 14 Ene

La bestia humana. La película. Jean Renoir reinterpreta el naturalismo de Zola

La bestia humana. La película

Jean Renoir reinterpreta el naturalismo de Zola

Alfonso Peláez

Pasemos por alto lo de que estamos ante una adaptación cinematográfica de la novela de Zola, lo de la herencia genética, lo del naturalismo francés, lo del excelente trabajo interpretativo de Jean Gabin y Simone Simon; y todas esas otras cosas que ustedes ya saben. Por cierto, los títulos de crédito indican textualmente “inspirada en…”; eso, indudablemente, nos está poniendo en la pista de que Renoir va a hacer de su capa un sayo con la narración del novelista.

Yo solo voy a centrarme, brevemente, en dos aspectos de la película: uno general y otro, muy concreto. Vayamos con el general. La realización de La bestia humana es un ejemplo prodigioso de  la utilización de recursos extracinematográficos, puestos, precisamente, al servicio de la ambientación y la veracidad de la película. El propio Renoir nos cuenta cómo la SNCF les dio todas las facilidades para el rodaje, cediendo a la producción locomotoras, tándem, vagones, y vías muertas. La compañía ferroviaria capacitó a Gabin para conducir, de verdad, una locomotora. De modo que este, antes del rodaje, ya había llevado, él solito, un convoy durante el trayecto completo, desde Le Havre a Saint Lazare. Eso sí, Renoir nos aclara que se trataba de simples turistas americanos, con una expresión facial asimilable a la que hubiera puesto para decir que el tren transportaba ganado.

Frente a los otros grandes directores franceses de la época (Claire, Carné) capaces de sacar un partido extraordinario a los decorados de estudio, Renoir prefiere salir a la cruda realidad de las vías y las estaciones. El resultado, aquí, es una serie de trávelin vertiginosos, una vibración de foco que nos hace sentir el traqueteo del tren, unas playas de ensanche y talleres que representan un mundo en sí mismas. Y ello, para enfatizar sin remilgos ni trucos la endogamia de los ferroviarios y la siniestra violencia que envuelve e impulsa al relato y a los personajes. Difícil haber podido conseguir una creación de tono y ambiente más acabada con otra estrategia de rodaje.

Ahora entremos en lo concreto. Si convenimos que el cine, por encima de todo, es el arte de contar cosas con imágenes, los tres minutos que van del 32 y medio al 35 y medio de este film representan una auténtica lección magistral de cine, equiparable, por ejemplo, a los del comienzo de Sacarface de Howard Hawcks. A penas  tres o cuatro frases brevísimas: “¡No lo hagas!”, “Ven”, “Nos ha visto”. Eso es todo lo que oiremos durante tres minutos de horror. Aparte del ruido del tren. En simultáneo, un asesinato que ya sabíamos de antemano se iba a cometer. Y, sin embargo, la cámara tampoco podrá captarlo. Porque Renoir con una intuición de genio y una capacidad narrativa fuera de lo común dispara la ansiedad del espectador recurriendo a un fuera de campo en el mismo eje del plano. Y nos deja fuera del departamento donde se perpetra el homicidio: a usted, a mí… Y a la cámara.

En esa escena, remachando el clavo, todavía le quedará tiempo para meter en el acto a un cómplice circunstancial que la caprichosa casualidad involucra en el crimen. Enfatizo el concepto de casualidad. No hay causalidad en la involucración. No hay determinismo que valga. No hay sangre corrompida como escribió Zola y Renoir repite sin demasiada convicción. Jacques Lantier se verá metido en el asunto por pura y libérrima voluntad, tras una caprichosa coincidencia temporal. Recuerden lo que les decía al principio: Renoir hará con la novela de Zola lo que le convenga a su extraordinario genio narrativo.

La bestia humana, sin estar entre las cuatro o cinco cumbres del director, podría figurar con pleno derecho en cualquier ranking de las mejores películas francesas de la primera mitad del siglo XX.

 

 

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