08 PM | 14 May

A TODO RIESGO

 La constatación del fin de los ideales románticos, sometidos al cínico pragmatismo de un mundo posmoderno de valores licuados, compone una de las principales crisis filosóficas y existenciales del individuo contemporáneo.

El trauma se puede apreciar incluso cuando estos ideales románticos son tan dudosos como el presunto honor criminal, una falacia en sí misma que solo cobra sentido en el campo de la ficción pero que, aun así, bien sirve para ilustrar el caso.

La crepuscularidad y el fatalismo que gobiernan A todo riesgo, apegado a las esencias del polar, emanan del conflicto entre aquellos hombres que todavía no negocian la lealtad y aquellos otros que, adocenados por la vida próspera, la sacrifican en aras de su confort social y económico. La víctima del desengaño será aquí Abel Davos (el gran Lino Ventura), un hombre muerto que camina, con el precio de su cabeza puesto por la justicia y que busca refugiarse en París cobrando los activos humanos supuestamente cosechados entre sus socios/amigos durante su otrora ascendente etapa criminal –la propiedad de un bar en un caso, la deuda de vida en otro-.

Todo desencanto, A todo riesgo desarrolla una intriga de bajos fondos donde el suspense por la eterna huida de Davos se funde con el que produce en él el descubrimiento de esta extinción del reglamento ético del hampa. Entre esta dicotomía florece también un concepto muy westerniano, el de las familias auténticas encontradas en el camino, que viene encadenado a la relación de maestro y aprendiz que se traba entre las dos estrellas del filme, una consagrada (Ventura) y otra emergente (Jean-Paul Belmondo, otro nombre propio del género).

Guiados  por el libreto de José Giovanni -a cargo de la novela original, de su adaptación y de mantener la viveza callejera de los diálogos-, conducidos por la elegancia digna y sencilla de la dirección de Claude Sautet y arropados por el precioso blanco y negro de los fotogramas, la trama y los personajes se despegan en cualquier caso de los tópicos unidimensionales y mantienen su entidad en medio de una deriva doliente, apesadumbrada y marginal; más existencialista que criminal –los golpes perpetrados son apenas dos, ambos están movidos por la necesidad y se ejecutan por igual con una atípica y antiépica simplicidad-.

Giovanni, experto en el submundo delictivo y en describir y revelar la universalidad de sus mecanismos a través de las relaciones de los hombres, consigue que este argumento a priori humilde, con escasos fuegos artificiales, restalle de verdad y emociones paladeables. Aunque quede seccionada por el cortante desenlace, la embriagadora melancolía que se saborea en A todo riesgo perdura en el recuerdo.

DEL CRITICOABULICO

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