Crítica Cinematográfica

07 PM | 24 Abr

El paseante del Capo de Marte

El paseante del Campo de Marte, de Robert Guédiguian, es una adaptación libre de la obra de Marc Benanamou que en su día motivó agrias discusiones por su visión desmitificadora del que fuera presidente de Francia, François Mitterrand. Robert Guédiguian contempla sin dar opiniones al Mitterrand de Le promeneur du Champ de Mars, traducida en inglés como The last Mitterrandante el temor de que los jardines que dan título a la película no sean conocidos fuera de París.

Un joven y ambicioso periodista (Jalil Lespert) logra convencer al anciano Mitterrand, víctima de un cáncer, de que le dicte sus memorias (en la realidad Georges-Marc Benamou hizo lo propio siendo más tarde acusado de deslealtad cuando publicó su libro tras la muerte del presidente).

La película, en la que se han eliminado los pasajes más conflictivos del libro, narra los encuentros de ambos personajes en los que hablan de la muerte, el amor, el sexo, la moral, la política y de algunos oscuros pasajes del pasado.

El filme se articula como una gran entrevista que poco a poco va dibujando la figura de un hombre contradictorio, vanidoso, tierno, culto, irónico, pícaro, mujeriego… y tambaleante en sus fidelidades políticas. Es un retrato ficticio que atiende especialmente el aspecto humano del sueño socialista que dice tener el político.

El último Mitterrand puede ser discutida precisamente por su carencia de crítica política, pero cualquier deficiencia que se le aprecie por ese lado queda compensada por la excepcional interpretación de Michel Bouquet, de 79 años, la misma edad que Mitterrand tenía en el momento de su muerte. Bouquet, sabiamente caracterizado, trabaja su personaje con tal sentido de la medida en el gesto, en la voz y en las actitudes, que su interpretación se convierte en un recital admirable que vale por méritos propios. Ha debido de haber tal simbiosis entre actor y personaje que llegan a confundirse.

 

Compártelo:
11 PM | 17 Abr

RIFFI

Rififi (Du rififi chez les hommes, 1955), de Jules Dassin.

Lo que dejamos atrás y lo que tenemos por delante no son nada comparado con lo que llevamos dentro“.

(Emerson)

pic02

París. Tras permanecer recluido en prisión cinco años, Tony “el estefanés” (Jean Servais), enfermo, sale dispuesto a cambiar de vida. Sin embargo, el hecho de que encuentre a su antigua pareja, Mado (Marie Sabouret), convertida ahora en la amante de otro hombre, le hará inmiscuirse en el atraco a una importante joyería.

Jules Dassin, director estadounidense que tuvo que emigrar hacia Europa después de ser incluido en la lista negra de Hollywood durante la “caza de brujas” del senador McCarthy, firmó su gran obra maestra con Du rififi chez les hommes: cumbre ineludible del cine negro europeo. El título se refiere a un vocablo francés, rififi, que significa “pelea”, “camorra” o “bronca”, tal y como nos ilustra la cabaretera de L’âge d’or en su brillante número musical.

Inspirada probablemente en La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950), de John Huston, con la que comparte premisa argumental, la película que nos ocupa, de realista, elegante y sobria puesta en escena, trasciende las fronteras del noir convencional para erigirse en una auténtica y funesta tragedia clásica. Congeniamos tanto con sus protagonistas, con ese mundo violento, turbio y gris que habitan, pero al que rigen valores tan elevados como la amistad o la fidelidad, que resulta imposible no acabar sintiéndose partícipe de su fracaso.

El filme hace gala de una narrativa precisa y minuciosa. Dassin se detiene en todos y cada uno de los detalles que conforman la planificación del robo a la joyería. El asalto nocturno a la misma, que se extiende a lo largo de media hora en la que no hay diálogos de ningún tipo, sólo miradas, gestos y rostros tensos, constituye un magistral ejemplo de lo que es el cine en su estado más puro y verdadero.

du-rififi-chez-les-hommes-1955-s-03

Soberbia la composición de Jean Servais como el taciturno, amargado y lánguido Tony. Un antihéroe de los que dejan huella: el matón de la “Triste Figura”. Su última acción, llevada a cabo entre los estertores previos a la muerte, redime cualquier pecado pasado, presente y… no, no hay futuro para él. El propio Dassin interpreta a uno de los miembros de la banda, César “el milanés”, mujeriego experto en abrir cajas fuertes.

Se podrían decir muchas más cosas acerca de esta memorable película, pero lo vamos a dejar aquí. Simplemente véanla y disfrútenla, aunque ya les advierto que corren el riesgo de terminar amándola.

Compártelo:
03 PM | 01 Abr

TARDE PARA LA IRA

Bajo el Sol asfixiante de Madrid, la ópera prima de Raúl Arévalo nos sumerge en un intenso thriller instalado en la España castiza. El tratamiento estilístico y un excelente elenco, comandado por Antonio de la Torre, recrudecen la violencia latente en una historia de venganza.»

“Raúl Arévalo en los rodajes no interpretaba, aprendía.” Estas palabras enunciadas por Daniel Sánchez Arévalo hacia José Luis Cuerda sobre Tarde para la ira sintetizan la sorprendente contundencia del director novel. Pedro Almodóvar, Icíar Bollaín, Antonio Banderas, Alberto Rodríguez o los directores mencionados anteriormente conforman una inmejorable lista del talento con el que se ha empapado Raúl Arévalo en su amplia filmografía como actor. No obstante, de la enumeración sobresale una influencia reveladora: Alberto Rodríguez. En los últimos años, el cine español de calidad se ha instaurado en el género thriller. Celda 211 (2009), No habrá paz para los malvados (2011) o La isla mínima (2014) han ganado el Goya a la mejor película recientemente. Esta última es el papel más reconocido del director debutante, dejando trazas de su naturaleza detrás de las cámaras y permitiendo sumar su nombre al de Daniel Monzón, Enrique Urbizu y el propio Alberto Rodríguez. Si Raúl Arévalo era el caballo ganador para el Goya al mejor director novel; al saltarse el aprendizaje necesario en un principiante para encontrar un estilo propio, mira directamente a los ojos de sus referentes y se postula como un firme candidato a mejor director. Sin duda, la etiqueta ópera prima no hace más que añadir valor a una de las películas españolas del año.

Bajo el calor abrasador de Madrid en agosto, Curro espera impaciente en su coche. El asalto a la joyería se ha torcido y no ve la manera de que la fuga con sus compañeros se produzca con éxito. Así es el espectacular arranque de Tarde para la ira, en el que este suceso marcará el destino de distintas familias. Pasados ocho años, Curro va a salir de prisión y retomar su vida pasada. En ese momento, la cámara viva de Raúl Arévalo persigue sin descanso a un desconocido. Es José, un nuevo amigo en el seno familiar de Curro. Pese a los continuos primeros planos, José no muestra ningún signo de emoción en su rostro. El pasado le persigue, al igual que la pantalla le acosa, sintiendo el aliento en la nuca. A los pocos minutos del visionado, el feroz estilo impuesto al filme nos sumerge en una tensión sofocante. El ambiente está calmado, sin embargo, todos los recursos nos conducen a una furia latente. Desde la decisión estética de filmar en súper 16mm y sus texturas, hasta la impaciente música original de Lucio Godoy.  Mediante una estructura dividida en capítulos se van colocando las piezas de manera gradual. El guión de Raúl Arévalo y David Pulido es el punto más débil con diferencia, sintiéndose inferior respecto a la dirección. Aun con un argumento manido y la dificultad de trascender más que las imágenes, el libreto es suficientemente sólido como para acompañar el pulso narrativo. El secreto está en hablar sobre elementos familiares, dominando todos los elementos de la España castiza.

Un bar en un barrio de clase obrera de Madrid y el pueblo de los padres del director en Segovia son los escenarios más relevantes de Tarde para la ira. La autenticidad de las imágenes es resultado de pasar una vida en esos lugares, donde el director se siente como pez en el agua. De las situaciones más cotidianas se saca partido, como la fantástica conversión de una partida de mus a media tarde en toda una declaración de intenciones. Arévalo no va de farol y añade las peculiaridades de los localismos castizos. El humor no puede faltar en las fiestas veraniegas de un pueblo, así como la importancia de la celebración de la primera comunión. Mas el factor más significativo del filme es el calor. La pantalla se ahoga en el infatigable bochorno madrileño. Asfixia y sudor que conducen directamente a una influencia: La caza (1966) de Carlos Saura. La historia de venganza o el tono pueden llevar a otros nombres como Sam Peckinpah o Jacques Audiard; no obstante, el clima abrumador es heredero del clásico español. Esa inconfundible sensación de no encontrar una sombra, desvaneciéndose toda posibilidad de hidratarse y otear compasión. Al igual que los espectadores, los actores tampoco pueden respirar. Realizando magníficas interpretaciones ensalzando la crudeza del relato.

Con la extensa filmografía que ostenta Raúl Arévalo como actor; al igual que los directores, ha trabajado con los mejores intérpretes del país. Sabiendo del potencial de actores fuera de los focos, ha conformado un excelente reparto. Tarde para la ira está protagonizada por Antonio de la Torre, compañero del director en numerosos proyectos. El actor interpreta a José desde el hermetismo, sin lograr sonsacarle una emoción de su expresión. El admirable trabajo de Antonio de la Torre no es ninguna sorpresa, centrándonos en el excelso trabajo de los actores menos célebres. La pareja compuesta por Luis Callejo y Ruth Díaz es digna de elogio. Él es un animal irracional atrapado por la violencia impulsiva; mientras que ella transmite el tormento de una mujer a la que el miedo le ha privado el derecho de vivir su vida. Con la cámara enfocando de cerca los rostros de los actores, su trabajo no hace más que acrecentarse y ganar cuerpo, casando a la perfección con el estilo impuesto por el director. Sin embargo, todas las  alabanzas se las acaba llevando Manolo Solo. Desde que aparece su figura, roba el espectáculo componiendo un papel memorable. Si no se hace justicia en la temporada de premios; el hueco en la memoria del público lo tiene más que asegurado. Lo que termina de redondear el gran trabajo del elenco.

En conjunto, Tarde para la ira supone un intenso thriller y un debut más que prometedor en la dirección de Raúl Arévalo. La confianza y claridad de ideas del realizador no son corrientes en principiantes, convirtiendo los aciertos en un sólido ejercicio estilístico. Al moverse sobre seguro en terreno conocido y la compañía de un equipo técnico y artístico de sumo talento no han permitido la creación de fisuras en las que caerse por la falta de experiencia. Raúl Arévalo se ha saltado varios pasos, pasando del calificativo de director de futuro a presente. Con su pulso y un guión más sustancial, el potencial y las expectativas de proyectos futuros no hacen más que elevarse. Hasta entonces seguiremos en busca de una sombra donde refugiarnos del Sol abrasador.

Tarde para la ira - Crítica

Sinopsis Madrid, Agosto de 2007. Curro entra en prisión tras participar en el atraco de una joyería. Ocho años después sale de prisión con ganas de emprender una nueva vida junto a su novia Ana y su hijo, pero se encontrará con una situación inesperada y a un desconocido: José, que le llevará a emprender un extraño viaje donde juntos se enfrentarán a fantasmas del pasado y se hundirán en el abismo de la venganza.
País España
Director Raúl Arévalo
Guión Raúl Arévalo, David Pulido
Música Lucio Godoy
Fotografía Arnau Valls Colomer
Reparto Antonio de la Torre, Luis Callejo, Ruth Díaz, Manolo Solo, Alicia Rubio, Raúl Jiménez, Font García
Género Thriller
Duración 92 min.
Título original Tarde para la ira
Estreno 09/09/2016

Compártelo:
07 PM | 12 Mar

Crítica | Tribunal (Court)

Court

Kafka en los tribunales de la India

crítica de Court (dirigida por Chaitanya Tamhane, India, 2014).
Las leyes que conforman la presente Constitución de la India no distan mucho de las originales, instauradas en 1949 después de la creación del nuevo país. Durante la elaboración de la naciente legislación india, los magistrados se inspiraron en la constitución británica que regía durante la época victoriana. Motivo que explicaría la vigencia en 2014 de decretos tan arcaicos como la ley de sedición: orden que sanciona todo tipo de sublevación por parte del pueblo; ya sean protestas organizadas, contenidos literarios o simples comentarios públicos sobre el mal funcionamiento del gobierno. Naturalmente, con los años, la incongruencia legislativa de la india ha interferido en su sistema judicial. Los tribunales de la ex colonia británica se han convertido en un forzado punto de encuentro entre corruptos fiscales, títeres del gobierno que desean castigar a todo presunto activista, y los abogados de aquellos que han sido acusados sin fundamento. Pese a la buena voluntad de los letrados que pretenden amparar a sus clientes, sus esfuerzos nunca son suficientes. Pues, tanto los individuos procesados como sus defensores quedan atrapados en esa laberíntica realidad. La voluntad de exhibir la incoherente prisión judicial que día tras día atrapa a los miles de desvalidos ciudadanos indios se ve reflejada en la opera prima de Chaitanya Tamhane, Court (2014), el polémico film que tras ser premiado con el León del Futuro en la sección Orizzonti del pasado certamen veneciano, compitió en la categoría Rellumes del Festival de Gijón.
Inspirándose en el verdadero aprisionamiento de Jeeten Marandi, Chaitanya Tamhane muestra en Court la absurdidad del pleito del sexagenario Narayan Kamble (Vira Sathidar). El anciano cantautor, y profesor de una escuela de primaria, es acusado de incitación al suicidio mediante una de sus composiciones que el gobierno considera de innegable índole activista. Según indica la implacable fiscal Nutan (Geetanjali Kulkrani) sus malvadas intenciones se cumplieron dado que un hombre fue hallado muerto dos días después de que se celebrara el acto en el que participó el reo. Vinay Vora, el abogado de Narayan interpretado magistralmente por el actor y productor Vivek Gomber, lucha contra un caso que antes de ser expuesto ante el tribunal el espectador ya conoce su resolución. Vora defiende con uñas y dientes a Narayan, enfrentándose a testigos comprados por el gobierno, acusaciones falsas, documentos extraviados, y una sucesión de pruebas incongruentes que pretenden manipular la opinión del juez. Con este argumento, Court podría tratarse de otra adaptación de la pesadillesca y célebre novela de Franz Kafka, que Orson Welles también llevo a la gran pantalla con su película de título homónimo El proceso (1962). Sin embargo, las intenciones del realizador indio van más allá de la adulación al clásico literario. Pues, dejando a un lado la evidente denuncia al sistema judicial de su país, la opera prima de Chaitanya Tamhane representa el contraste entre la India moderna y el arcaísmo que frena su progreso.

Court, de Chaitanya Tamhane

«La sensación de inmovilidad que el director consigue mediante el estatismo de sus tableaux se convierte en una metáfora del estancamiento jurídico y, a la vez, una alegoría de la impotente pasividad de sus víctimas».

Para representar a ambas posturas, el director convierte al personaje del abogado y al de la fiscal en arquetipos de cada bloque, enseñando su día a día fuera de los tribunales. Por un lado, el letrado Vinay Vora pertenece a la elitista India globalizada, cuyos miembros compran en la sección gourmet de los supermercados, abasteciéndose con vinos y quesos occidentales, o frecuentan bares nocturnos donde bellas mujeres indias cantan baladas en portugués. En cambio, cuando la fiscal Nutan termina su jornada laboral, recoge a su hijo de su escuela pública y prepara la cena; manjar que más tarde consumirán, tras la llegada del marido, mientras observan silentes y atónitos cualquier tontería que se proyecte en su módico televisor. La familia de Nutan nunca sale a comer fuera, pero cuando se da la ocasión no van a restaurantes chic como Vora. Más bien comparten comedor con gente similar a la que Nutan desea encarcelar. En este sentido, la singularidad de Court se halla en la elección del personaje que representa su arquetipo. Hubiese sido más fácil para el público que Nutan perteneciera a una casta social más elevada que sus acusados, hecho que explicaría la completa apatía que siente por ellos. Sin embargo, Tamhane propone lo opuesto, exhibiendo un despiadado odio hacia el prójimo. También resulta interesante la lectura que el cineasta plantea sobre el personaje de Vora. Curiosamente el letrado que se comporta como un europeo, y que pide al tribunal que se hable en inglés durante todo las vistas, es el único que está al corriente de la injusticia judicial que subyuga a la población india. Su superioridad económica e intelectual le causan una indirecta responsabilidad social, mediante la cual se autoproclama defensor del pueblo. Pues, no sólo ejercer de abogado, sino que da conferencias gratuitas sobre la corrupta jurisprudencia de su país. Aunque Court posea un argumento propio del thriller, el debut cinematográfico de Chaitanya Tamhane subvierte el género del drama jurídico porque altera todos los lugares comunes que deberían desarrollarse en él. En primer lugar, el autor opta por una lentitud rítmica que se acentúa con el uso reiterativo de la cámara fija durante las recreaciones de los pleitos en los tribunales de Bombay. Método contrario al que se emplea en la filmación de los exteriores que visitan Vora y Nutan; escenas en las que abundan escuetos travellings. La sensación de inmovilidad que el director consigue mediante el estatismo de sus tableaux se convierte en una metáfora del estancamiento jurídico y, a la vez, una alegoría de la impotente pasividad de sus víctimas. Asimismo, la inerte atmósfera derivada de la puesta en escena de Court viene acompañada del gusto del cineasta por una cromática desaturada, pero sobre todo por los silencios. A diferencia de las demás películas que pertenecen a este género, en las que carismáticos letrados pronuncian larguísimos e intimidatorios discursos, Chaitanya Tamhane se decanta por la brevedad de los monólogos del abogado y la fiscal en los juicios. En este sentido, en Court el contenido verbal no es necesario dado que la situación que Tamhane denuncia habla por sí sola. | ★★★★★ |

Carlota Moseguí
© Revista EAM / 52º Festival de Gijón

Ficha técnica

India, 2014, Court. Director: Chaitanya Tamhane. Guion: Chaitanya Tamhane. Productoras: Zoo Entertainment. Lenguas: Marathi | Gujarati | Inglés | Hindi. Presentación Oficial: Mostra de Venecia 2014. Montaje: Rikhav Desai . Diseño de producción: Somnath Pal, Pooja Talreja. Música: Sambhaji Bhagat. Fotografía: Mrinal Desai. Reparto: Vira Sathidar, Vivek Gomber, Geetanjali Kulkarni, Pradeep Joshi, Usha Bane, Shirish Pawar, Bipin Maniar, Panna Mehta. Duración: 116′.
Compártelo: