05 PM | 04 Ene

MEDEA

Más allá de la “adaptación”: “Medea”, de Lars von Trier, BLOG LA LINTERNA MAGICA



Título originalMedeaAño de producción: 1988, para Danmarks Radio (Dinamarca). Director: Lars von Trier. Guión: Lars von Trier, según un original de Preben Thomsen y Carl Th. Dreyer basado en Medea, de Eurípides. Fotografía: Sejr Brockmann. Música: Joachim Holbeck. Montaje: Finnur Sveinsson. Diseño de producción: Annelise Bailey. Intérpretes: Udo Kier, Kirsten Olesen, Henning Jensen, Sølbjorg Højfeldt, Baard Owe, Ludmila Glinska, Preben Lerdorff Rye.  Editado en España en DVD por “a contracorriente films” (2011).

A finales de los ochenta la radio pública danesa le encargó a Lars von Trier la tarea de llevar a la televisión Medea, una de las grandes tragedias del ateniense Eurípides (480-406 a.C).  Se trataba de rodar un guión adaptado de Preben Thomsen y del gran Carl Theodor Dreyer que en su momento se había quedado en mero proyecto por problemas presupuestarios.  Pero el joven director, al que sólo en segunda instancia se le encomendó por cierto el rodaje, no se limitó a hacer una lectura “plana” del guión de Dreyer.  Según nos anuncia en el texto que acompaña a los títulos iniciales, Medea es un homenaje a Dreyer, pero no una película de Dreyer.  Nos disponemos a ver, en efecto, una película arriesgada, personalísima, que aun “oliendo” al cine del viejo maestro –La pasión de Juana de Arco (1928) y, sobre todo, Gertrud (1964)–, anticipa lo más singular del estilo de Lars von Trier.


Irene Papas en Las Troyanas (1971) de Kakogiannis


La tragedia griega se ha beneficiado de grandes adaptaciones cinematográficas.  Recordemos, si no, el Edipo Re (1967) o la misma Medea (1969) de Pasolini, y la emocionante versión de Las Troyanas filmada en 1971 por Mijalis Kakogiannis.  Gracias a ellas, el espectador se asoma por medio del lenguaje del cine al corazón de los viejos mitos, al meollo que los hace intemporales por dejarnos entrever verdades terribles de la naturaleza humana.  Por “culpa” de estos cineastas, no podemos pensar en Edipo sin hacerlo también en el broche de Yocasta (Silvana Mangano), que abre el camino hacia el sexo culpable y hacia la ceguera del remordimiento; ni en el poder del amor, al que se rinde la espada de Menelao, sin recordar los ojos de Helena (Irene Papas) en la jaula que la encierra como a un animal peligroso.  Algo parecido ocurre después de ver la Medea de Lars von Trier: el espectador asociará para siempre la tragedia de la hija de Eetes con una colina coronada por un árbol muerto de cuyas ramas cuelgan dos cuerpecitos sin vida, una imagen plasmada en el diseño de las letras del cartel original.

Picado de Kirsten Olesen sobre la arena (Medea)
El destino de Medea, sin cuya ayuda Jasón, el más gris de los héroes griegos, jamás se hubiera apoderado del vellocino de oro, ha inspirado a artistas y literatos a largo de los siglos.  Medea es la extranjera que tiene que sobrevivir en un mundo de griegos y la mujer enamorada que convierte su humillación en la más terrible de las venganzas.  Medea es, por lo tanto, un eco de las mujeres fuertes de Dreyer, sobre todo de Gertrud, y un adelanto de las “heroínas” sufridoras de Lars von Trier, de las protagonistas de Rompiendo las olas (1996), Bailando en la oscuridad (2000), y especialmente de Grace (Nicole Kidman), la némesis terrible que lleva la ruina al pueblo de Dogville (2003).  Es curioso comprobar cómo un clásico tempranamente “revisitado” puede proporcionarnos las claves interpretativas de uno de los directores más admirados y oscuros del cine actual.

Kirsten Olesen (Medea) y Udo Kier (Jasón) bajo la lluvia

Pero la Medea de Lars von Trier es algo más que la “adaptación” de un clásico a las inquietudes del espectador moderno, lo cual no deja de tener mérito cuando temas como la dialéctica entre occidental y extranjero (el enfoque en el que, por cierto, se recrea la versión de Pasolini) o la condición de la mujer en la sociedad patriarcal, se prestan fácilmente a lecturas “contemporáneas”.  La Medea de Eurípides es eso y mucho más, y el mérito del danés es utilizar los recursos del lenguaje cinematográfico para contarnos la historia con toda la complejidad del texto original.  El hombre frente a la mujer, el afán de poder frente al amor más entregado, el ciudadano frente al bárbaro…Medea también es todo esto, pero antes que nada se trata una historia ajena a toda “moralidad”, a toda “corrección política”, a toda “racionalidad, que nos pone en contacto directo con el “horror” sin tener que mostrar una sola gota de sangre.  Que se produzca o no la subsiguiente “catarsis” es algo que me contaréis después de ver la película.  Ni la más oscura de las películas de “terror” me ha producido jamás una “purificación” semejante.


La maravillosa fotografía –con un tratamiento filtrado de la luz muy del gusto del cine nórdico, con secuencias invadidas literalmente por la niebla–, y el sabio manejo de la cámara –con unos picados de Medea en la playa o sobre la tierra o unos contrapicados del cielo inolvidables y el protagonismo de los primeros planos– convierten el teatro en cine en estado puro, y la música, austera, casi imperceptible, subraya los momentos decisivos de la acción.  Todos estos recursos, finalmente, transforman en símbolo el entorno que rodea a los protagonistas: la naturaleza –las nubes, el agua que baña el cuerpo de Medea desde el mar o desde el cielo, los campos ondulados por el viento por los que se arrastra Jasón, enloquecido, en un círculo que nunca se acaba–, la herida en la pierna del hijo pequeño –que anticipa, por antítesis, su destino final–, o el caballo que galopa sin rumbo alcanzado por el veneno.


El caballo moribundo

En definitiva, una película sobresaliente, una obra excepcional digna de su director, de los guionistas y del poeta ateniense, y una sorprendente vía para conocer las pulsiones secretas del cine del maestro danés.

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