10 AM | 05 Nov

SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA, EL OCIO Y LA FELICIDAD

Acantilado acaba de publicar una magnífica traducción, a cargo de Eduardo Gil Bera, de tres de los textos más ricos y estudiados de Séneca:Sobre la brevedad de la vida (De brevitate vitae), Sobre la vida feliz (De vita beata) y Sobre el ocio (De otio).

El volumen, además, presenta un formato de reducido tamaño que permite transportarlo con total facilidad. Dato de agradecer, si tenemos en cuenta que se trata de un documento que, a buen seguro, se convertirá en una auténtica guía vital con la que los lectores podrán manejarse en el mundo.

En verdad, ¿qué puede estar por encima de quien está por encima de la fortuna?

Séneca, Sobre la brevedad de la vida

Séneca nace en Córdoba -en el seno de una familia más que acomodada- en pleno inicio de la era cristiana. Recibió desde muy pronto una delicada y atenta formación, que le permitió acceder triunfalmente a la carrera política. Tras una prolongada estancia en Egipto, en el año 31 alcanza la cuestura, una magistratura que, de manera definitiva, le abría las puertas hacia el senado.

Uno de los cimientos principales en los que se fundamenta el pensamiento estoico de Séneca es la búsqueda del bien supremo a través del esfuerzo por alcanzar la virtud. Aunque el autor cordobés, en diversas ocasiones, se jactó de presentar una propuesta que se distanciaba del estoicismo “canónico”.

No tenemos poco tiempo, sino que perdemos mucho. La vida es lo bastante larga y, si toda ella se invierte bien, se concede con la amplitud necesaria para la consecución de la mayor parte de las cosas.

Pocos conocen el dato de que el idolatrado Séneca, que ha pasado a la historia del pensamiento como uno de los moralistas de más alto abolengo, fue acusado de adulterio al inicio del reinado de Claudio (41 a. C.), e incluso fue desterrado a la isla de Córcega en la que permaneció durante ocho largos años. Aunque quizás este dato ayude a hacer más grande su leyenda (si tenemos en cuenta los acontecimientos posteriores). Su sobrina Agripina conseguiría que en el año 49 fuera repatriado. A pesar de esta eventualidad, la celebridad del pensador cordobés no hizo más que crecer en el Imperio, donde su fama de intelectual y literato se vio sensiblemente aumentada.

Nadie te devolverá los años, nadie te entregará otra vez a ti mismo. La vida seguirá por donde empezó, no revocará su curso ni lo suprimirá. No hará ruido ni avisará de su velocidad. Fluirá en silencio.

Apenas seis años después, Nerón -sin haber cumplido siquiera las diecisiete años- sube al trono. Por aquel entonces, Séneca formaba parte del consilium principis (consejo privado del emperador), cargo que sigue desempeñando durante algún tiempo. Esta posición le valió severas críticas por parte de diversos sectores, que vieron cómo las tesis del cordobés se contradecían con la tiránica política de Nerón. Unas críticas de las que nunca habló en sus escritos ni de las que hizo mención pública. Y es que quizás sea éste uno de los puntos más controvertidos de la confluencia entre obra y vida de Séneca.

Nuestro protagonista solucionó esta desavenencia dando un giro en su doctrina hacia la interioridad: no importa lo que seas o lo que hagas, lo que a fin de cuentas hay que considerar -aseguraba- es el mayor o menor grado de liberación interior alcanzado, así como el mayor o menor desprendimiento que se pueda lograr respecto a los bienes externos (recordemos que Séneca no sólo ostentó gran un poder político como asesor de las más altas esferas, sino que obtuvo en paralelo pingües beneficios por ocupar tales puestos de responsabilidad, tan cercanos al poder imperial).

El propio Séneca se hizo cargo de lo que -para él- sólo representaban aparentes incongruencias en uno de los textos recogidos en esta magnífica edición de Acantilado, Sobre la vida feliz. Sea el lector el único juez:

“Tú hablas de un modo -dices-, pero vives de otro”. La misma objeción, cabezas llenas de malignidad y animadversión a los mejores, se le hizo a Platón, se le hizo a Epicuro y se le hizo a Zenón; pues todos ellos decían no cómo vivían ellos mismos, sino cómo habrían debido vivir. Hablo de la virtud, no de mí mismo, y cuando clamo contra los vicios, lo hago en primer lugar contra los míos. Cuando pueda, viviré como es debido. La malevolencia teñida con veneno en abundancia no me apartará de los mejores; y la pestilencia con que rociáis a los demás y os matáis a vosotros mismos aún menos me impedirá continuar alabando esa vida, que yo mismo no llevo, pero que sé debe llevarse.

Nunca he dejado de sentir cierta inquietud al leer y releer este texto, y me he preguntado si, acaso, Séneca hubiera escrito lo que escribió si se hubiera visto inmerso en la más absoluta indigencia. No seré yo, que he estudiado una y otra vez todos sus escritos, quien diga que no hay que leer al pensador cordobés. Su valor histórico y filosófico queda fuera de toda duda. Ahora bien: considero que aquellas críticas, recibidas ya en su tiempo por sus conciudadanos, no dejan de tener un fundamento más que justificado. Séneca, desde luego, no vivió de la misma manera que pensó, pero también podríamos achacar esta característica a otras -muy numerosas y egregias- figuras de la historia de la filosofía.

Quizás no sea el mejor planteamiento para hacerse eco de un libro (tan querido para mí como el que publica Acantilado en impecable traducción del ya mencionado Eduardo Gil Bera), y quizás no sea la mejor manera de presentar a alguien de la talla de Séneca. Pero creo que las deficiencias que podemos encontrar en él como individuo pueden acercarnos a una lectura pausada, crítica y -dulcemente- severa de este excelente volumen. Aunque, a fin de cuentas y a pesar de todo…, dejémonos embaucar (Sobre la vida feliz, IV):

Ya ves cuán mala y perniciosa servidumbre ha de sufrir quien esté sometido alternativamente a placeres y dolores, que son los poderes más inciertos e incontrolados. Así que es preciso buscar una salida hacia la libertad. Y la libertad no la da otra cosa que la despreocupación por la suerte. Entonces surgirá ese bien que no tiene precio, la tranquilidad de la mente puesta a salvo.

 

 

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