09 PM | 22 Nov

la mentira os hara libres

Expresidente del CIS en el primer mandato de Zapatero, Catedrático de ciencia política de la Universidad Autónoma de Madrid y actual Director académico de la Fundación Ortega-Marañón, Fernando Vallespín es uno de los grandes nombres de la ciencia política española. En La mentira os hará libres, (Ed. Galaxia Gutenberg) su último libro, analiza cómo los políticos ya no necesitan mentir: simplemente construyen la realidad a través de marcos y narrativas para ocultarnos la verdad de sus acciones. Se han convertido en irrelevantes, en meros gestores de las decisiones que toman otros y tienen que aparentar que en esa tarea delegada cuentan con una voz propia.  

Una de las cosas más llamativas de las que cuenta en el libro es cómo un contexto en el que es casi imposible entrever la verdad, acaba legitimando la aparición de toda clase de opiniones, incluso las más peregrinas, que exigen ser consideradas en términos de igualdad.

Uno de los asuntos que más me interesaban era analizar cómo se construye la opinión pública en un instante en que la realidad es manipulada sistemáticamente, construida y reconstruida, para que se ajuste a los intereses de cada cual. La idea de verdad se desvanece en ese contexto, convirtiéndose en algo que no puedes contrastar. Por otro lado, en esta sociedad individualista la idea de libertad la relacionamos con demasiada frecuencia con la posibilidad de opinar lo que nos dé la gana, sin tomarnos la molestia de argumentarlo. Así, en nuestro país (también en otros, pero en el nuestro especialmente) existe la sensación de que hay que opinar de todo y la gente opina por opinar, algo de lo que los políticos se benefician, ya que fortalecen aquellas opiniones que les vienen bien. Pero, por otra parte, la política real se escapa a las opiniones y se nos impone la tecnocracia.

Describe dos esferas que no se comunican. Una, en la que se decide y donde no hay discusión posible; otra, la de opinión pública, donde la gente se interrumpe, da voces, y se quita el turno de palabra, pero que carece de influencia real.

La lógica de la política está interfiriendo en la aplicación de los criterios tecnocráticos

Eso es lo que tenemos. El mundo de la democracia es una gran noria, donde unos hacen girar a otros, unos aplauden a otros, etc.,  mientras que quienes toman las decisiones lo hacen únicamente a partir de criterios tecnocráticos. Son dos dimensiones que chocan en su lógica íntima. No se trata de que vivamos en la mentira, sino de que lo hacemos en un mundo donde la realidad se construye y todas aspiran a tener la misma legitimidad, porque cualquiera puede pronunciarse, todo parece tener igual valor y no podemos decir qué es lo verdadero. Por eso lo que trato de trasladar en el libro es el anhelo de que nos tomemos los hechos en serio y los diferenciemos de las opiniones.

El hecho de que la verdad se haya convertido en una opinión es algo muy perverso. Y muy difícil de revertir…

Sí, pero luego te encuentras, por una parte, con que hay determinados hechos que no puedes cuestionar, como la reducción del gasto público, porque están fuera de toda deliberación y, de otra, con gente que lo único que hace es quejarse porque la bajan el sueldo. Lo cual está muy bien, pero ¿qué alternativa ofrecen? Lo que echo en falta, en realidad, es un mayor diálogo entre la percepción tecnocrática de la realidad y la percepción de la gente común. Porque hay que contar quién toma la decisión y quiénes se ven afectados. Hay que tener en cuenta que la democracia es incompatible con la verdad. Tú no sometes a votación cómo hay que aterrizar un avión; el experto lo aterriza y ya está.

 

Sí, pero el problema es que estamos en un instante en que tampoco la tecnocracia parece funcionar del todo. Si alguien dice tener la fórmula técnica para salir de la crisis, la aplica, y no hay buenos resultados, empieza a manifestarse un desencanto bastante peligroso.

La democracia es incompatible con la verdad: no sometes a votación cómo se aterriza un avión

Porque tampoco se han aplicado de verdad los criterios tecnocráticos, ya que la lógica de la democracia ha interferido en ellos. No hay nunca una decisión democrática pura, sino que está modulada por elementos partidistas, y eso genera frustración en la gente. Tienes el ejemplo de Rajoy, que desde el primer día tenía que haber hecho el recorte a lo bestia y luego explicarlo, pero lo paralizó hasta que llegaran las elecciones andaluzas. Y ahora no sabemos si no pide el rescate porque no hace falta o porque está esperando que pasen las elecciones.

En ese sentido, ¿sería mejor que nos dirigiera un tecnócrata?

Es curioso, porque Monti que era un tecnócrata y su gestión ha sido muy buena, pero no porque sus decisiones hayan sido tecnocráticas, sino porque ha logrado convencer a Europa de que estaba haciendo lo correcto. La tecnocracia se está transmutando en política y diplomacia y al revés…De hecho, está siendo mucho más tecnócrata Rajoy, porque Monti ha ejercido de cardenal vaticano de toda la vida, moviéndose bien entre los pasillos, mientras Rajoy ha tratado de implantar lo que le decían.

¿Qué hacemos entonces?

Cuando los expertos se dedican a opinar, todo se rompe

Lo único que queda es sacar a la luz el funcionamiento del sistema democrático y ver cuál es el estatus de la realidad en él. Ya que la democracia es incompatible con la verdad, y la verdad hoy viene dada por la complejidad y por la gestión de la misma en clave económica, lo que hay que hacer es poner sobre la mesa las alternativas. Por ejemplo, el técnico tiene que decir si la energía nuclear es o no segura, y cuáles serían las consecuencias de implantarla, así cómo cuáles son los beneficios de contar con ella. Y con eso, nosotros tendríamos que decidir: las cuestiones técnicas serían suyas y las políticas, nuestras.

El problema es que, al final, una mayoría de conclusiones científicas terminan por tener opciones políticas detrás. Es muy fácil que en el tema que quieras, desde la solución a la crisis económica hasta el aborto o el cambio climático, nos encontremos con científicos que ofrecen dictámenes totalmente opuestos que, casualmente, coinciden con sus creencias políticas.

Cuando los técnicos opinan, todo se rompe. Cuando un ingeniero nuclear te dice que no hay ningún tipo de riesgo y otro te dice que la posibilidad de un accidente catastrófico en muy grande, se hace muy difícil construir una opinión sólida. Porque si ellos no se ponen de acuerdo, es difícil tomar una decisión. En el fondo, el problema es que la mayoría de las veces no debatimos los asuntos, sino que tenemos ideas preformadas, formas de ver la realidad que son ideológicas y que acaban afectando a nuestro juicio.

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