01 PM | 11 Feb

PRESENTACIÓN CICLO BOGART

Bogart, el duro más tierno. Revisitando el mito.

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

6 de febrero de 2018 

En la década de los años treinta, con la aparición del color y la consolidación del sonoro, Hollywood había convirtió al cine en la gran expresión creativa de la cultura popular. Desde luego, su invención como nueva forma narrativa le corresponde a Europa. No cabe duda. Pero sin el impulso industrializador americano el cine nunca habría llegado a ser lo que fue en sus años dorados.

En sus comienzos, los tres puntales básicos de la industria cinematográfica holywoodiense fueron: uno, los estudios; dos, los productores; y tres, los actores. La relevancia del director irá creciendo en paralelo, impulsada por el genio y la personalidad de gente como los Ford, los Hawks, o toda la pléyade de europeos judíos que llegaron a EEUU, cargados de talento y experiencia, huyendo del nazismo. Este fue el contexto que robusteció lo que conocemos como starsytem. Y al starsystem pertenece de pleno derecho el protagonista de nuestro ciclo: Humphrey Bogart.

Él llegó mayor. Y fue uno de sus ejemplares más atípicos. Sin embargo dejó una impronta eterna gracias a interpretaciones memorables, en un puñado de obras maestras que todos tenemos en la memoria. El Halcón Maltés, El sueño eterno, Cayo Largo, La Reina de África, El Motín del Caine, Más dura será la caída. Y las cinco que veremos durante el ciclo.

Nuestro hombre es tan grande precisamente porque fue el primero en apreciar conscientemente sus limitaciones para alcanzar el estrellato. No era alto. No era guapo: tiene la cabeza alargada y huesuda. Odiaba el papel de galán. Hablaba como el pato Donald… Y, por si fuera poco, tenía una merecida fama de conflictivo. Pero al mismo tiempo también era consciente de que con voluntad podía excederlas todas. Así, declaraba: “Yo respeto mi oficio. Lo he trabajado duro”.

Lo cierto es que había comenzado prestando su imagen muy pronto. De bebé. Su madre era ilustradora publicitaria en Nueva York y lo utilizó como modelo para una campaña de alimentos para lactantes. Su padre era médico, figuraba en la Guía de Notorios de la Ciudad, y lo enseñó a navegar y a pescar. Bogie nunca abandonaría estas aficiones. De hecho, cuando por fin triunfó a lo grande, se compró un velero enorme y rápido, el Santana, que era la envidia del Pacífico.

De joven anduvo tropezando por colegios de prestigio, por barcos de la Marina y por otros vericuetos, hasta caer en Broadway, donde no dejó de tropezar con productores, actrices, esposas cabreadas (creo que al menos con dos) y con vasos de whisky canadiense contrabandeado para burlar la ley seca. Eran los locos veinte. Los mismos que él tenía, porque su edad siempre coincidía con las dos últimas cifras del siglo. Terminó por conseguir algún papel relevante en el teatro. Pero Humphrey seguía sin encontrar su lugar en el mundo. Con el cambio de década se trasladó a California. Dejó a su esposa del momento en Nueva York. Las cosas tampoco allí cambiaron demasiado. Pero después de múltiples papeles de quinta, a los seis años, hizo, y lo hizo muy bien, un secundario de gánster en El Bosque Petrificado (1936) con Archy Mayo. Previamente lo había interpretado en el teatro. Y después, Los violentos años veinte (1939) con R. Walsh. Para la Warner. A la sombra de James Cagney. Y ahí cambió todo. Luego vinieron El último refugio, (1941), primer protagonismo; El Halcón Maltés (1941); y Casablanca (1943). Por fin, la cima de su carrera. Cuando la alcanzó ya nunca bajó de ahí. En ella, ampliando cada vez más sus registros de actor, permaneció hasta su muerte en el 57.

¿Pero, por qué terminó triunfando un tío que carecía de lo mínimo exigido por la industria? Tal vez porque sonreía más con la frente que con los labios. Aquí también hay leyenda. Se había partido el labio superior en un accidente no se sabe muy bien de qué. Tal vez, porque representaba unos valores que han ido más allá de su época. Casi siempre encarnó tipos contradictorios, supervivientes abonados a una honesta ética del perdedor. Una ética que, aun hoy, permite a millones de perdedores del ancho mundo identificarse con esos antihéroes y seguir tirando para adelante cuando abandonan la butaca y salen al frío de la calle. Y tal vez, y sobre todo, por poseer la cualidad irrepetible de ser el único de los grandes al que se le puede vejar, humillar, disparar, encarcelar y si es necesario matar, sin que por ello la película fracase en taquilla. Es evidente, para cualquier, que no se puede matar a John Wayne, tampoco a Cooper o a Gary Grant, ni a Jimmy Stewart. A Bogart sí. Lo decía el mismo con mucho sarcasmo: “En mis últimas 34 películas fui tiroteado en doce, electrocutado o colgado en ocho, e hice de presidiario en nueve” Según esas cuentas solo en 5 debió de hacer un papel asimilable a lo que la industria entendía por Estelar. Y sin embargo era una estrella. De pies a cabeza… A su manera, claro.

El objetivo del ciclo es revisar con ojos maduros y críticos, a través de cinco títulos de cinco directores distintos, la figura extraordinaria del que fue uno de los grandes mitos de la historia del cine. Y ver qué permanece de su trabajo.

Vamos a comenzarlo con El último refugio. (Higth Sierra, Raoul Walsh. 1941). Fue su primer papel protagonista. Le cayó de rebote después de haber sido rechazado por algunas grandes figuras del momento. Hay quien asegura que era la sexta opción. Pero permítanme que se lo cuente según la versión del propio Raoul Walsh.

Jack Warner (ya saben de Warner Bros.) llamaba vagos a los actores. En genérico. Un actor era un vago. El último refugio era un guion escrito por Burnett y J. Huston, a partir de una novela del primero, para George Raft. Después de una temporada con el guion en su poder, un día Warner le dijo a Walsh, el director, que fuera a ver al vago para ver si empezaban la producción. Raft que se había vuelto supersticioso le dijo a Walsh que no quería morir en la peli. Este le contestó que interpretaba a un gánster; que se había cargado previamente a unos cuantos; y que la censura exigiría que muriera. Raft no cedió. Entonces Warner pidió alternativas al director y este le dijo: “tienes a un tipo que viene pegando duro, ese Bogart”. “Ni hablar. Tiene fama de conflictivo” Respondió Jack. Ante la falta de alternativas Walsh insistió y Warner le dijo: “Está bien. Pero vete y léele personalmente el guion al vago. Seguro que no sabe ni leer”. Y Bogie aceptó, porque a él no le importaba que lo mataran a tiros. Y probablemente, también, porque ya tenía 40 años y era la primera vez que le ofrecían un papel protagonista.

Durante el rodaje (la primera vez que Bogart rodaba en exteriores) Walsh se pasó el tiempo embromándolo y Bogie quejándose del catering. Su frase favorita era: “En San Quintín deben comer mejor que aquí”. Después, la película fue un éxito que lo puso en la rampa de lanzamiento al estrellato. Y Jack, Raoul y Bogie llegaron a ser tan amigos que hasta se asociaron para tener el Hipódromo Hollywood Park de Los Ángeles… Pero ahora veamos la historia de Roy Earle, el expresidiario que viaja a California, donde le esperan para unirse a una banda y cometer un nuevo atraco.

Atención al perro; después de Bogart tiene la actuación más relevante.

 

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