11 PM | 28 Mar

DEBATIR

La vulgaridad rasa de tantas declaraciones de políticos de primer nivel es consustancial a la democracia. Cada hora, cada día, cada nueva rueda de prensa es difícil que un político —ni nadie— diga cosas inteligentes u originales. Lo más grave, sin embargo, es la sensación frecuentísima de que la clase política ha dejado de leer o escuchar a intelectuales o analistas. Ni todos son meros portavoces de intereses partidistas, ni son sólo altavoces de intereses clasificados. A menudo, incluso son gentes solventes y con valor positivo para plantear racionalmente problemas difíciles. ¿Por qué es tan habitual la sensación de que los políticos no revisan sus ideas o sus prejuicios leyendo, siquiera de vez en cuando, lo que dicen las páginas de opinión, las tribunas, las columnas, los pantallazos de los medios de comunicación, o al menos aquellas intervenciones firmadas por gentes de probada competencia en el análisis social y político? Así se expresaba Jordi Gracia en un reciente artículo en el diario El País.

   Leímos la entrevista de Elena Valenciano a propósito de sus nuevas responsabilidades en el PSOE y sobre  “lo de Ponferrada” y me queda una sensación extraña, sobre todo cuando se critica que no es bueno debatir fuera de los órganos y al mismo tiempo se dice que hay que abrir el partido. Abrir el partido a la sociedad es precisamente poder debatir de todo y “más a más” sobre la regeneración ética. De eso cuanto más se hable mejor. A los ciudadanos les gustaría saber con qué criterios se confeccionaron las listas en Ponferrada para que ahora ya no quede ninguno en el PSOE. En el ámbito doméstico en que me muevo lanzaría una pregunta ¿en qué se diferenciaría el apoyo de un maltratador para conseguir una alcaldía del apoyo de un miembro de Falange para conseguir el mismo fin?

   El monje irlandés Columbano,  en el ámbito de su competencia monacales, prohibía cualquier bullicioso debate, intelectual o del tipo que fuera, y para el  que se atrevía a decir “no es como tú dices” tenía una pena muy rigurosa: “la imposición del silencio o cincuenta azotes”. Debatamos “fuera” por favor (y también dentro)

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