06 PM | 07 May

Decencia personal, decencia política.

El 5 de mayo, coincidiendo con el 76 aniversario de la liberación de Mauthausen, se ha inaugurado en Zamora un memorial a los veintitantos zamoranos del exilio que tuvieron la desdicha de padecerlo. Dentro, perecieron la mayoría.

Se trata de un acto de reconocimiento promovido por el único consistorio de capital de provincia liderado por un alcalde comunista. En estos tiempos, en los que aquí retiran placas de republicanos represaliados, el hecho tiene una especial relevancia que viene a aliviar, en parte, la amarga resaca electoral madrileña, durante cuya campaña los ciudadanos fueron emplazados, mendazmente, a elegir entre comunismo y libertad.

Para mí, el acto ha representado un argullo, por doble motivo. En primer lugar, Zamora está en mi corazón. Allí, en el Claudio Moyano, hice los dos bachilleratos: el elemental y el superior (¿alguien se acuerda de los planes previos a la EGB?). El segundo es de índole aún más personal. Apolinar, uno de los de la lista, casó con Carmen, hermana de mi abuelo Antonio. Su memoria, pues, pertenece a mi memoria familiar. Sus hijos, que quedaron tras de sí cuando él se vio forzado al exilio en el 39, convivieron con mi madre y mis tías al amparo de la sucinta ayuda que mis abuelos, Laudelina y Antonio, (una ONG en sí mismos, mucho antes de que existiera el concepto oenegé) podían prestar a la pobre familia desgarrada del huido.

Por fortuna, él tuvo la correa suficiente para salir vivo de Mauthausen, cuando la liberación del campo por las tropas soviéticas, tras cerca de cuatro años en el infierno. Se instaló definitivamente en Buenos Aires, desde donde reclamó a su esposa y algunos de los hijos mayores. La familia quedó definitivamente seccionada y los que se fueron ya no regresarían más que de visita esporádica.

¿Por qué considero tan significativo este acto del ayuntamiento zamorano? Lo explicaré. Mi familia, como la mayoría de las familias de este país sufrió los rigores de la guerra civil desde los dos lados. También tengo un tío beato. Este incluso lleva mi mismo apellido: Patricio Peláez.

El hermano Patricio murió violentamente por su condición de fraile en zona republicana después de un particular calvario. Pero, a diferencia de Apolinar, ha recibido honores de mártir desde que acabó la lucha. Tantos que hasta lo han homenajeado en el Vaticano beatificándole junto con otros hermanos de su orden. Al otro no. El otro, junto con su familia, hubo de padecer el oprobio de la derrota y la triste condición de vencido hasta su muerte, lejos de su país.

Menos mal que una corporación municipal honesta y decente ha comprendido cabalmente que quienes estuvieron del lado de la legalidad republicana tienen derecho a la dignidad, al honor y a la memoria, por más que perdieran una guerra.

Y todo esto se ha producido mientras en Madrid estábamos siendo emplazados a elegir entre comunismo o libertad.

Me alegro enormemente que desde Zamora nos hayan recordado que frente a disyuntivas atávicas falaces aún quedan restos de decencia personal y política.

ALFONSO PELÁEZ

 

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1 comentario

  • Colectivo Rousseau

    Sin duda, hay otras españas que no son Madrid y que representan lo mejor del pueblo español. Iglesias lo intentó, pero le vencieron y el pueblo madrileño ha rematado el trabajo de las oligarquias. No desesperemos, ni nos amilanemos. Al contrario, llevar la iniciativa y ganar batallas con los nuestros, progresistas y plurinacionales, con el bloque que se atrevio a ganar a una derecha reacionaria en la investidura de Sanchez a pesar de las dudas de éste y ahora, sin Iglesias.
    Eugenio

    ↶Reply7 mayo, 202119:32