03 PM | 17 Dic

Carlismo (artículos de Enric Juliana en la Vanguardia

Está surgiendo un nuevo carlismo en Catalunya. Un carlismo que reivindica su legitimidad histórica frente a las decisiones políticas y jurídicas de un régimen que considera falsamente liberal. Es el carlismo de Carles Puigdemont. Un carlismo que impregna y da alma a Junts per Catalunya, el vector con un mayor ritmo ascendente en las encuestas.

Escribo estas líneas con evidentes ganas de provocar, puesto que toda mención al carlismo sigue provocando espasmos nerviosos en este país. El carlismo aún llama la atención.

Hay dos referencias de la historia política española que han sido caricaturizadas hasta la extenuación: el federalismo y el carlismo. El federalismo ha quedado asociado al grotesco grito de “¡Viva Cartagena!” El federalismo, según el viejo canon oficial español, conduce al cantonalismo disgregador. Con el federalismo vuelven los reinos de taifas.

El carlismo también es feo. El carlismo lleva boina y trabuco. El carlismo es una sotana mugrienta. El carlismo –esterilizado por Franco después de la Guerra Civil– evoca la España oscura y reaccionaria que se resiste a las normas unificadoras.

Carles Puigdemont conoce de cerca el carlismo. Su pueblo natal, Amer, fue centro de operaciones del general Ramón Cabrera en 1848 durante la guerra dels matiners(segunda guerra carlista, que tuvo como escenario principal Catalunya). Los matiners(madrugadores) combatieron en ocasiones en compañía de partidas republicanas. Carlistas y republicanos se volvieron a encontrar juntos en la Solidaritat Catalana de 1906-09, amplísima coalición electoral que puso en crisis a los partidos dinásticos y significó el despegue de la Lliga Regionalista. . No es ningún secreto que durante el mandato de Jordi Pujol los mayores porcentajes de voto nacionalista se registraban en las comarcas de vieja tradición carlista. Aquellas comarcas son hoy fuertemente independentistas. Iban a la contra en el siglo XIX. Y siguen yendo a la contra en el siglo XXI.

La tozudez del carlismo. Esta curva, si no la cogemos bien, nos lleva de nuevo al tópico y a la caricatura: una Catalunya rural, egoísta y cerrada sobre sí misma, versus una Barcelona cosmopolita.

Algunos defensores del carlismo acuden a Carlos Marx en busca de auxilio: “El carlismo no es un mero movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales; es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagado de papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares…”, habría escrito en 1854.

Hay otros estudiosos que ponen en duda la veracidad de esta elogiosa cita.

Evocar el carlismo en el actual momento de Catalunya es como pulsar las teclas más graves de un viejo órgano en una iglesia vacía y dormida. Las notas, probablemente desafinadas, despiertan fantasmas del pasado. Al fondo de la nave, una silueta femenina. Alzada, orgullosa y severa. Es Cayetana Álvarez de Toledo, liberal combatiente, que musita: “Boinas, boinas, boinas. Todos los enemigos de España llevan boina”.

El carlismo aún levanta muchas pasiones. Lo he podido comprobar esta semana a raíz de un artículo breve sobre el carlismo de Carles Puigdemont, publicado el pasado lunes. Comentarios encendidos en las redes sociales, artículos de réplica, más de una sonrisa cómplice, algunas miradas ceñudas y las palabras de un viandante anónimo, ayer por la mañana: “Con lo del carlismo se ha quedado usted corto”. Hay una tecla grave que resuena, sí.A los carlistas resistentes no les gusta mucho que se escriba con ironía sobre su fe. Ni que sea una ironía suave. El orgullo carlista es una delicada taza de porcelana. “El carlismo es hermoso–escribe Jesús María Aragón en la página web del Partido Carlista–; el carlismo es hermoso para quien va más allá de la imagen deformada que de él promueve su más acérrimo enemigo, el liberalismo. El carlismo es hermoso porque promueve la autogestión en todos los órdenes de la vida (…)”.E

Uno de los hombres de Puigdemont, el historiador Agustí Colomines Companys, persona siempre cordial, ha dedicado al asunto un largo artículo en la publicación soberanista El Nacional. Introduce un concepto ingenioso para referirse a la lista Junts per Catalunya: “carlismo juntista”. Carlismo, de Carles. Juntista, en referencia al nombre de la candidatura y a la tradición de las juntas liberales. Dice Colomines: “El carlismo juntista pretende abrir una nueva etapa en Catalunya y quiere aprovechar la invasión españolista para crear una nueva realidad política sin las rémoras maliciosas del pasado que destruyeron CDC, por ejemplo”. Interesante observación. El “carlismo juntista” serviría, entre otros objetivos, para lavar los pecados de la corrupción. La segunda refundación de CDC. Adiós, PDECat. Ahí está la clave. El gen convergente, verdaderamente, es indestructible. Puede llegar a superar a la Democracia Cristiana italiana.

Jorge Dioni López, periodista zamorano, agudo observador de la política española y entrañable amigo, me hace llegar el siguiente comentario: “Me interesa la analogía con los tiempos actuales. El carlismo adquirió popularidad en la medida que era una reacción contra un liberalismo que imponía cambios económicos drásticos y nuevas miserias. El vapor y la industria frente al antiguo orden agrario. Ahora también estamos ante la irrupción de una nueva economía que destruye viejas seguridades y genera nuevos proletarios a jornal: conductores, repartidores y precarios de la más distinta especie. Mucha gente vuelve a tener ganas de ir a la contra”.

El escritor Josep Navarro Santaeulàlia lo ve de otra manera: “¿Carlismo? No analice desde tópicos decimonónicos. Hay un porcentaje más alto de licenciados y de gente que habla inglés y viaja por el mundo, usuarios de nuevas tecnologías y empresarios modernos, en ciudades como Olot, Figueres y Banyoles, que no en l’Hospitalet o Santa Coloma de Gramenet”. El intelectual noucentitsta Gabriel Alomar abogó por una Catalunya-ciudad igualitaria. En la Catalunya-ciudad del siglo XXI parece que aún hay clases.

El carlismo provoca. Efectivamente, los dos millones de votantes soberanistas no llevan boina, trabuco y una cantimplora de ratafía atada al cinto. El carlismo es una nota grave que despierta la memoria de viejas rebeliones. “El recuerdo de las generaciones muertas puede llegar a oprimir como una pesadilla la conciencia de los vivos”, escribió Carlos Marx.

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