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MARX HOY, RELACIÓN DE CONFERENCIANTES
LA HUELLA DE KARL MARX, DE TROTSKY A KOLAKOWSKI Conferenciantes: ANTONIO DEL MAZO UNAMUNO Licenciado en Filosofía ANTONIO CHAZARRA Profesor de Historia de la Filosofía Moderna Modera: Félix Alonso. COLECTIVO ROUSSEAU
SÁBADO 28 DE OCTUBRE
MARX Y EL PSICOANÁLISIS Conferenciante VLADIMIR CARRILLO Licenciado en Sociología y Psicoanalista Modera: Eugenio García Colectivo Rousseau
Sábado 18 de noviembre EL MARXISMO EN EL SIGLO XXI: DAVID HARVEY Conferenciante FELIPE AGUADO Catedrático de Filosofía Modera Alfonso Peláez Colectivo Rousseau
Sábado 25 de noviembre
EL MARXISMO EN ESPAÑA, SU PASADO Y SU FUTURO Conferenciante RAFAEL FRAGUAS Sociólogo y escritor Moderador Eugenio García. Colectivo Rousseau
¿DEMOCRACIA CONTRA DEMOCRACIA?
EL YELMO DE LA INDEPENDENCIA
Cuando vienen mal dadas hay que buscar refugio.
En estos últimos días para muchos caribeños y norteamericanos, desgraciadamente desplazados por el Irma, ese refugio ha sido un estadio, una escuela, un pabellón deportivo, lugares incómodos pero más seguros que sus viviendas, a la espera de poder regresar a casa.
Para otros, alejados del terrible huracán, pero azotados por los últimos vendavales políticos, el refugio se hace igualmente necesario aunque sea muy distinto y por supuesto infinitamente más confortable que el de los obligados a ponerse a salvo con peligro de sus vidas. Algunos, en tiempos de inclemencia y de perplejidad, buscamos cobijo en la música, en el cine o en la literatura.
En mi caso, es en los libros donde encuentro seguridad y resguardo. No sólo por aquello de que las historias que nos suelen contar nos proporcionan la posibilidad de una vida vicaria y, en consecuencia, permiten hacernos la ilusión de convertirnos en otros y ser protagonistas de aventuras extraordinarias como ocurre también en las películas, sino porque los libros nos dan la oportunidad de comprobar que entre sus páginas se hallan la mayoría de respuestas a nuestras preguntas.
Los manuales de autoayuda se quedan cortos ante textos tan fundamentales como El Quijote, una novela llena de sentido crítico y humorístico a la que siempre vuelvo.

En El Quijote aprendemos que el deseo, muy a menudo, nada tiene que ver con la realidad: los molinos seguirán siendo molinos, no gigantes y los rebaños no se convertirán en ejércitos, por más que la calenturienta mente del manchego universal así lo perciba. La realidad acaba siempre por imponerse para mostrarnos que las quimeras que nos retrotraen al pasado, como las de Don Quijote, que pretendía en los inicios del siglo XVII resucitar nada menos que a los caballeros andantes medievales, terminan desgraciadamente mal, muy mal.
También acaba mal burlar las leyes o lo que es lo mismo, saltarse la legalidad, como hace Don Quijote al liberar a los galeotes, que, arremeterán a pedradas contra su libertador, demostrándonos hasta qué punto el caballero es, en el fondo, un ingenuo pese a los ideales justicieros que le guían. No se da cuenta de que lo previsible es que los delincuentes condenados a galeras se comporten de manera canalla.
Mucho más aún que estos ejemplos, que permiten entender mejor aspectos de cuanto nos rodea y entendernos mejor a nosotros mismos como presumen los manuales de autoayuda, el pasaje quijotesco que, a mi juicio, más y mejor nos sirve de pauta para encararnos con el momento actual es aquel en que Don Quijote ve venir por la llanura manchega a un barbero que, para resguardarse de la lluvia, lleva sobre su cabeza una bacía (vasija cóncava por lo común con escotadura semicircular en el borde, usada por los barberos para remojar la barba, según el Diccionario de la RAE). Pero él no ve ese cacharro. No ve esa humilde, cotidiana y doméstica bacía, que sí percibe Sancho.
Los ojos de Don Quijote observan maravillados nada menos que un yelmo, una pieza de la armadura antigua que cubría la cabeza y el rostro y que, por si fuera poco, no es un yelmo cualquiera. Para el loco visionario es nada menos que el yelmo de oro del rey moro Mambrino, que tiene la virtud de hacer invulnerable a quien lo lleve.
Escuchando con la mayor atención el pasado domingo la entrevista de Ana Pastor a Oriol Junqueras y después las preguntas que le hicieron una serie de personas que participaron en el programa El objetivo, emitido por La Sexta, constaté hasta qué punto el señor Junqueras trataba por todos los medios que le contempláramos tocado con el yelmo de Mambrino.
Dicen que el vicepresidente de la Generalitat, además de buenísima persona, es hombre culto y en consecuencia no dudo que haya leído El Quijote y quizá, como alumno del Liceo Italiano, a Mambrino Roseo da Fabriano, un autor de novelas de caballerías al que Cervantes parece aludir al referirse al famoso yelmo. Aunque tal vez el yelmo mágico, con el que Junqueras creía haberse convertido en invulnerable, debería llamarse yelmo de la Independencia. Una palabra taumatúrgica, pues tiene la fuerza quijotesca de poder cambiarlo todo al antojo de quien la pronuncia con fe y realizar así extraordinarios prodigios. Independencia significa que la realidad roma, gris, mostrenca, átona, insípida, vulgar –la bacía– ya no existirá cuando Catalunya sea un Estado. Sólo habrá yelmos de metales preciosos y eso lo convertirá todo en riqueza, color, entusiasmo, alegría y felicidad.
Junqueras se salió por la tangente sin contestar a lo que se le preguntaba. Tan sólo reiteró en todas y cada una de sus respuestas el paradisiaco país que nos espera a partir del minuto en que Puigdemont proclame la República Catalana. La sanidad mejorará, la escuela funcionará a las mil maravillas, se crearán nuevas plazas para profesores, el paro se reducirá, tendremos dos pasaportes, Europa no podrá prescindir de Catalunya y las relaciones con la vecina España serán estupendas. Sólo le faltó añadir la frase de Francesc Pujols i Morgades: “Llegará un día en que los catalanes yendo por el mundo lo tendremos todo pagado”. Amén.
carmen riera. La Vanguardia del día 17 de septiembre
Esto, ¿de que va?
Lo hemos oído muchas veces. “Això va de democràcia”. Es uno de los últimos eslóganes magnéticos del proceso . Quizás fue en diciembre cuando por vez primera se utilizó de manera planificada. Fue durante el acto que las entidades soberanizadoras organizaron en apoyo de la presidenta del Parlament. Carme Forcadell acudía al Tribunal Superior de Justícia para declarar como investigada. Mucha gente llevaba carteles con el fondo rojo donde estaba impresa la afirmación “Això va de democràcia” sobre los logotipos de los convocantes. También aquel día, antes de que la presidenta subiera la escalinata del Palacio de Justicia, miembros de la ANC alinearon 10 letras en la calle y frente a la cabecera de la concentración. Democracia. La escenografía, otra vez, potentísima. La capitalización del concepto no podía ser más efectiva.
Ahora bien, más allá de la imagen, ¿ha ido esto de democracia? En parte sí, pero diría que accidentalmente o, en todo caso, habría que aclararlo más allá del eslogan para evitar más ambigüedades tácticas. Quitémonos la careta de las sonrisas. Ya no hace falta. Ante todo, si esto ha ido sobre algo, ha sido sobre si los catalanes podemos ejercer (o no) el derecho a la autodeterminación.
Antes que sobre el funcionamiento de la democracia, esto va sobre soberanía. Concretemos. Va sobre el ejercicio del derecho a la autodeterminación para romper con el Estado español refundado a raíz de la revolución liberal y crear uno nuevo en la era de globalización que se amolde a los límites de lo que hemos consensuado que es la nación catalana. En esta última fase de conflicto institucional va sobre si una mayoría minoritaria de los ciudadanos hoy puede legitimar una mayoría parlamentaria (no cualificada) para aprobar una legislación alternativa a la establecida con el objetivo de constituir un nuevo poder. Y paralelamente, esto va también sobre la capacidad del Gobierno español para imponer y hasta dónde la defensa de la soberanía española. Este es el nudo planteado. Es el nudo que el referéndum pretende resolver por vía unilateral, que no es precisamente la más democrática de las vías. Pero que es una vía.
El relato del independentismo moderado fija el inicio del proceso de soberanización de la sociedad del catalanismo en la sentencia del Tribunal Constitucional. Diría que es una explicación algo simplificada porque peca por causal y sólo es unidireccional. Más ajustado a la complejidad de la realidad sería convenir que la sentencia, decantando la interpretación de la ambigua Constitución en dirección uniformizadora, propulsionó una dinámica soberanista que desde hacía exactamente un lustro se estaba estructurando (ideológicamente, políticamente y socialmente). Sería difícil de explicar, si no fuera así, la naturaleza de la manifestación del 10 de julio del 2010 contra la sentencia y en la cual el presidente de la Generalitat José Montilla fue abucheado. Aquella convocatoria masiva, organizada por Òmnium Cultural, era ya descaradamente soberanista, como proclamaba el lema “Som una nació. Nosaltres decidim”.
Lo que cambió con la sentencia, resquebrajada la mecánica institucional, era que el soberanismo había identificado el instrumento que debería desbaratar: el intérprete del manual de instrucciones del Estado de 1978. Desde aquel momento un argumento central y necesario ha sido presentar al TC como el organismo del Estado deslegitimado por antonomasia. Para conseguirlo hacía falta que el PP no se moviera de su posición. Que persistiera. En la medida en que los populares no han afrontado políticamente el problema y han seguido usando el TC como su delegado en el conflicto impidiendo que actuara como árbitro, mes tras mes, año tras año, la estrategia soberanista de deslegitimación del Alto Tribunal no ha hecho más que reforzarse.
Con mayoría en la ponencia que redactaba el Estatut en el Parlament, tensaron lo bastante el redactado para que la filosofía predominante del texto fuera la de una bilateralidad que superaba los márgenes de la Carta Magna. No era la idea federalista de Maragall sino que sonaba a la confederación del plan Ibarretxe. No hubo capacidad de los socialistas para desacelerar aunque lideraban el Gobierno. No se produjo la rectificación. Dicho con otras palabras: se planteó un pulso soberanista en el plano jurídico que en paralelo buscó un apoyo social masivo. El Estatut se convirtió, también, en agente de movilización. Lo alimentaba el PP trotando sobre el carro del populismo de las consultas demagógicas y flirteando con sus terminales mediáticas que consolidaban “una suerte de estrategia dogmática rayana en el fascismo” (cito al popular J.M.ª Lassalle). El ambiguo derecho a decidir maquillaría la recuperación del derecho a la autodeterminación, que parecía arrinconado en la buhardilla de la ruptura de la transición. Actores y herederos de la ruptura se reencontraron con los hijos del pujolismo más activos. El catalanismo había empezado a mutar. Pasó de regionalista a soberanista. Y, ocupando el carril central de la sociedad, ahí sigue.
JORDI AMAT, LA VANGUARDIA 10 DE SEPTIEMBRE 2017