03 PM | 25 Nov

Howard Hawks. Clásico e imperturbable

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

21 de noviembre de 2018

 

El ciclo de Humphrey Bogart consiguió una notable audiencia. Fue una demostración de que el cine más clásico sigue suscitando interés. Aquel resultado nos está animando, ahora, a revisitar otro clásico indiscutible: el director y productor Howard Hawsks.

Hawks fue un chaval de espíritu inquieto que a principios del siglo XX, con veintipocos años montaba en moto, amaba los coches de carrera, construyó su propio avión y había heredado de su abuelo varios cientos de miles de dólares, además de una habilidad portentosa para narrar historias.       Este muchacho tan vitalista llegó a Hollywood en sus primeros albores. Traía dinero y unos conocimientos teóricos (académicos y escasos) de arquitectura, que, sin embargo, le facilitaros el comienzo. Así empezó a trabajar en los decorados de las películas. Era la época de la indefinición profesional. Cuando cualquiera podía ser decorador, productor, actuar, y al tiempo redactar guiones. Hawks debió hacer de todo eso. Lo cual tampoco era mala cosa para aprender el oficio desde abajo.

Lo cierto es que hasta el año 1926 no hay un título que del que se le pueda atribuir la autoría. En este caso se trata de “El espejo del alma” (The Road of Glory). El crítico Miguel Fidalgo afirma que la película no ha llegado a nuestros días. Sí han llegado, en cambio, testimonios de la crítica: “una película notable, por delante de sus prototipos”. Y sobre todo contamos con el testimonio de su productor, Sol Wurtzel: “Bueno, ya has demostrado que sabes hacer una película que le gusta a todos los críticos, pero a nadie más, así que por el amor de Dios, haz ahora algo entretenido”. Parece que Hawks se tomó el mandato al pie de la letra y lo siguió siempre hasta su última realización.

Cuando, con el sonoro, por fin terminó por ser un director reconocido por la industria a nivel internacional, la crítica empezó a adornarlo con una serie de lugares comunes: que si el director del estilo del no estilo; que si el director que ponía la cámara a la altura del corazón; que si la cámara a la altura de la mirada de un hombre… Jean-Luc Godard llegó a decir de él que era el más grande artista americano. Eric Rhomer, que no se podía amar el cine si no amabas las películas de Hawks. Él solía tomarse estos comentarios con calma. A Godard, en concreto, le respondió que en realidad solo sabía hacer lo que le gustaba y rechazar lo que no le gustaba. Ahora, lo que es indiscutible es su instinto infalible para conectar con el gusto del espectador. Eso, a la largo de toda una carrera en la que dirigió cuarenta y tantas películas a lo largo de otros tantos años.

Prescindiendo de los tópicos, sí les diré por qué es uno de mis directores favoritos. Aparte de por lo bien que incorporó el mandato de su primer productor, Hawks es uno de mis directores favoritos porque cuenta las cosas más importantes de la vida con una sencillez y una desenvoltura fuera de lo común.

¿A qué cosas me refiero? Pues me refiero a esa asunción profunda de que las personas somos lo que hacemos. En ningún otro director las profesiones de los personajes, (o mejor dicho, su modo de ejercerlas) troquelan de una forma tan decisiva sus respectivas personalidades. Seguramente en toda la filmografía de Hawks no haya un solo protagonista en el que, por encima de todos, el personaje no sea un profesional de algo: piloto, ranchero, detective, o vendedor de artículos de pesca… Un profesional. Alguien que hace su trabajo a cambio de una remuneración. Un sujeto que cumple con honestidad y eficacia la tarea. Eso, o desaparece de la historia. Lo dicho es particularmente visible en el caso de los pilotos y de los sheriffs.

Me refiero, también, a la amistad profunda, no exenta de encontronazos, pero duradera y leal. A veces se han querido ver homosexualidades disfrazadas entre algunas de las parejas masculinas de sus películas. Más, cuando hay una mujer entre ambos, que conforma una amenaza de ruptura. No entraremos en ese debate. Es posible. Y no tendría nada de censurable. Pero de lo que no hay duda es que constantemente los personajes hawksianos ponen la vida en manos de sus amigos, y estos no les fallan. La cohesión del grupo siempre suele representar un requisito para la supervivencia individual.

Me refiero, por último, al vitalismo optimista que suelen desbordar todos sus films. Un vitalismo que a  veces estalla en números musicales, sencillos y alegres como unas castañuelas, montados con un simple piano en medio de un bar ruidoso y bullanguero. El tumulto etílico queda un instante en pausa ante la improvisación de una forastera a la que nadie conocía diez minutos antes. Y una canción, que a veces ha repetido en varias películas, es la alegre señal para que siga la fiesta. Pero el optimismo se manifiesta sobre todo en la indiferencia frente a la muerte en las situaciones de riesgo. No es desesperación ciega, no. Sus pilotos, sus vaqueros, sus personajes tampoco son inconscientes o alocados. Qué va. Solo son gente que tiene que hacer un trabajo y lo hacen. Eso es todo.

Hawks trabajó todos los géneros. Qué remedio. El rodaba para el mercado cinematográfico. Si los estudios y la distribución promovían género de gánsteres, él hacía de gánsteres; si comedia, él, las más divertidas; si cine negro, una obra maestra; si westerns, los más profundos. Cuando Ford vio Río Rojo le dijo a Hawks “Yo creía que este bastardo no sabía actuar. ¿Cómo lo conseguiste?” Refiriéndose a Jonh Wayne. También veremos Río Rojo (1948) en el ciclo. Yo la disfruto religiosamente cada tres años o cuatro años. Este ya tocaba.

Como la afición le venía de lejos hizo cinco de aviones, entre las de guerra y las de aviadores comerciales. En el ciclo vamos a ver una de ellas, la mejor. Una auténtica lección de cine: Solo los ángeles tienen alas (1939). Realizó, además, un montón de comedias. De hecho, pasa por ser antes que cualquier otra cosa un director de comedias. De estas veremos dos. He puesto empeño en que no sean de las más conocidas: Bola de fuego (1941). Genial. Con Billy Wilder de guionista. Y la última del ciclo, Su juego favorito (1964). Muy divertida.

Puestos a expandir otro nuevo tópico sobre Hawks podríamos decir que es un gran narrador de historias al que no le interesan a penas los argumentos. Contradictorio pero cierto. Le interesan los personajes. La prueba más evidente es que, ya hacía el final de su carrera, realizó tres versiones de un mismo argumento con ligerísimas variantes en los personajes. Se trata de Río Bravo (1959), El Dorado (1966) y Río Lobo (1970). Con Wayne siempre de protagonista, aunque bailando el rol: sheriff genuino, ayudante asociado, o antiguo soldado yankee. Creo que es el único director que se haya permitido el lujo de versionarse a sí mismo en tres ocasiones. Estas las dejaremos para más adelante, porque se merecen un miniciclo específico.

Nos queda por mencionar la que nos resta del ciclo, El sargento York (1941), con Gary Cooper en el papel principal. Hablaremos de ella en detalle cuando la proyectemos. Por ahora baste decir que, en su momento, la excluí del ciclo del cine y la Primera Guerra Mundial, porque no la considero representativa de la esencia del sub-género. Sin embargo es tan hawsksina que no quería que ustedes se la perdieran ahora.

Termino comentando brevemente el título que abre el ciclo, Sacarface, el terror del hampa, (1932).Esta película narra el ascenso de Toni Comonte, un gánster italiano muy ambicioso, que alude indisimuladamente al mismísimo Al Capone.

Los films de gánsters eran muy populares en la década de los treinta. Cuando él lo afrontó ya resultaba un terreno bastante trillado. De modo que al proponerle Hawks a Ben Hetch, (como saben uno de los guionistas más prestigiosos del momento), hacer una película de gánsteres en Chicago, este le contestó que el tema estaba muy visto. De hecho, los hampones contaban con una especie de aura romántica que los hacían bastante simpáticos a los espectadores. Un poco como los bandoleros en nuestra mitología popular de hace un siglo. El caso es que ante la indiferencia del guionista, Hawks contrarreplicó: “Esta será distinta. Vamos a meter la familia Borgia en el Chicago actual. Toni Comonte será Cesar Borgia… Y su hermana, será Lucrecia Borgia”. “¿Cuándo empezamos?” Fue todo lo que acertó a responder Hetch.

La película tuvo muchos problemas de censura a pesar del que el Código Hay todavía no estaba en vigor. Tardó en estrenarse. Fue financiada por otro Howard, en este caso Hughes, y protagonizada por Paul Muni, un actor de teatro de carácter sensible e introvertido que no sabía nada de matones. Pero le pusieron una cicatriz en forma de cruz sobre su mejilla izquierda y él puso el resto para quedar convertido en un tipo extremadamente despiadado, narcisista y cruel.

La realización resulta más que eficiente, magistral. Difícil de superar. Contra el tópico de la cámara fija a la altura de la vista, Hawks desplaza la cámara con soltura y largueza (especialmente observable en la secuencia del primer asesinato, que solo veremos indirectamente, a través de un cristal, mediante la silueta del ejecutor). La fotografía, muy expresionista, marcará criterio de cara al género negro que se acerca y dará obras míticas de la historia del cine en la siguiente década. Alguna de ellas realizada por el propio Howard Hawks.

 

 

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