10 AM | 09 Oct

UNO, DOS, TRES

One, two, three. (Uno, dos tres), 1961

Disparates a toda mecha

Alfonso Peláez (Colectivo Rousseau)

9 de octubre de 2019

 

Con Uno, dos tres, película del año 1961, hoy cerramos el miniciclo dedicado a Billy Wilder. Estamos ante una comedia desternillante e iconoclasta que no deja títere con cabeza. Sin embargo su estreno tuvo un paso mediocre por la cartelera, además de recibir algunas críticas verdaderamente agrias. Las críticas se pueden comprender desde la razón histórica.

Se trata de una película divertidísima, por su trama brillante, heredera de una obra de teatro estrenada a finales de los veinte; porque los chistes fluyen sin pausa dentro de un torrente de acción vertiginosa; y porque los personajes son tan verazmente caricaturescos que casi llegan a producir ternura.

Ahora bien, volviendo a lo que les decía para comenzar, interesa insistir, a fin de comprender el no éxito inicial de la película, en el contexto histórico donde fue rodada. Más concretamente el propio año 1961 y dos acontecimientos inscritos en aquel terrible escenario de la Guerra Fría.

El mundo se estaba balanceando sobre la catástrofe, como demuestran estos dos hechos:

El primero. La invasión de Bahía de Cochinos. A mediados de abril, Estados Unidos propicia un desembarco armado en Playa Girón, Cuba, para provocar la contrarrevolución en la isla. Fidel Castro se está escorando hacia el Bloque Soviético y los intereses económicos y estratégicos norteamericanos no están dispuestos a consentirlo. Como saben, la acción acabó en un estrepitoso fracaso que favoreció lo contrario de lo perseguido, pero añadió un eslabón más a la cadena de tensión entre los dos bloques. Al año siguiente, la Crisis de los Misiles habría de poner el planeta al borde del cataclismo.

El segundo. Cuando el equipo de rodaje de la película se encuentra en la fase  final, el 13 de agosto, en Berlín, de la noche a la mañana, los soviéticos levantaron un muro para sellar herméticamente la zona occidental de la ciudad. Aun les faltan por filmar algunas escenas en los alrededores de Puerta de Brandemburgo. Rápidamente deben construir en decorado una réplica de dicha puerta en los estudios Baviera de Münich para poder terminar el rodaje. El incidente cuesta doscientos mil dólares extra. Pero claro, lo relevante no es el quebranto económico de producción. Lo significativo es el tajo físico y simbólico que el Muro de Berlín supuso para la ciudad y para el resto del mundo durante los siguientes casi treinta años.

Pues bien, este era el ambiente internacional cuando se produjo y se estrenó Uno, dos, tres. En esas circunstancias no sorprende en absoluto que un crítico americano escribiera: “Esperamos que el Sr Wilder en su próxima película haga chistes sobre el cáncer de pulmón”. O que el Berliner Zeitung manifestara con amargura: “Lo que a nosotros nos destroza el corazón, Billy Wilder lo encuentra gracioso”.

Habría que esperar 25 años para que su reestreno en Berlín fuera un éxito sin paliativos. Hoy con la perspectiva del tiempo no queda más remedió que admirar la penetración y la habilidad de Wilder y de Diamond para transformar la vieja obra de teatro en un artefacto moderno de destrucción ideológica en 360 grados a la redonda. Porque allí no se salva nadie. Ni el comunismo, ni el capitalismo, ni los vencedores, ni los vencidos. Director y guionista, no se casan con nadie.

De manera interesada, a veces, se ha tachado a la película de anticomunista. Lo es. Ahora bien, reparen en el autoritarismo de los jerarcas de la multinacional de refrescos; en los taconazos, en la disciplina marcial de los empleados alemanes; en la estulticia de la niña malcriada. La debacle satírica es total y absoluta.

En cuanto al protagonista hay que decir que James Cagney prácticamente estaba retirado cuando lo llamó Wilder. Y volvió para protagonizar una nueva peli seducido (o tal vez abducido) por el director, a quien, a veces, todo hay que decirlo, se le ha acusado de equivocarse en el casting. Sin embargo Cagney derrocha energía en un papel concebido para no ahorrarse ni un gramo en medio de toda aquella trepidación. Y aun le sobrarán fuerzas para enemistarse, fuera de cámara, con su contrincante comunista masculino. Y hasta con el mismísimo Wilder, a quien más tarde acusó de prusiano, arrogante y dictadorzuelo. Igual que Bogart en Sabrina.

En cuanto a mi estricto punto de vista personal, tal como conté en la presentación del ciclo, aparte de una sesión de cine genial, junto a mi abuelo, cuando yo no era más que un zangolotino indocumentado de catorce o quince años, el visionado de esta película también supuso uno de los primeros chispazos para comprender que en el mundo existía un antídoto casi perfecto para paliar las dolencias producidas por la realidad sin perder la conciencia: el buen cine.

Por ahora nada más sobre el viejo Billy. Pronto nos veremos para hablar de otros directores. Aunque de Buñuel tendrá que encargarse alguien más capacitado que yo.

 

AP/Colectivo Rousseau

09/10/19

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