06 PM | 30 Sep

UNA DE CUÑADOS (en bandeja de plata)

 

Hacía 12 años que Wilder ya no trabajaba para la Paramount. Desde Sabrina. (Esta es una aclaración para Félix). Hacía 7 de Con faldas… Hacía 6 de El Apartamento: Tres Oscars. Jack  Lemmond, su alter ego, no cesaba darle alegrías con ese estilo suyo, de sujeto desvalido al que la rueda del destino siempre termina arrastrando a la honradez, aun a su pesar. La última vez con Irma la dulce. Cuando un domingo, viendo un partido de fútbol americano por la tele, (Wilder era muy aficionado a los resultados deportivos), se le ocurrió una fantástica idea: la que dará pie a esta película.

En bandeja de plata es una historia de cuñaos. Ya saben, el cuñadismo, ese género tan de moda hoy día, tiene más de 50 años en la filmografía de Wilder. Aquí nos vamos a encontrar a un par de ellos. Uno, básicamente honesto, pero débil de carácter, (Lemmon); y otro, un liante y un oportunista (Matthau), que además es un picapleitos de medio pelo. Un accidente laboral, una propuesta de estafa, la ambición humana… los remordimientos, la bondad a su pesar y, por fin, se rompe el cántaro como en el cuento de la lechera. Esa es la trama.

Para el guion, Wilder siguió contando al alimón con A. L. Diamond. Él se reservó la producción y la dirección. Y se fueron a rodar a Cleveland. A las ocho semanas de rodaje un problema grave de salud de Matthau obligó a suspender. Pero el actor se recuperó y consiguió un éxito enorme que le valió un Óscar como mejor secundario; además de una amistad íntima para siempre con el director. Lo que tampoco le ponía a salvo de la mordacidad del viejo Wilder. Por ejemplo, este contaba que el actor, al parecer apostador duro y contumaz, a veces se paraba ante algún cuadro de pintor famoso en casa de Wilder y le preguntaba, ¡oye, Billy! ¿Cuánto pagaste por este? Wilder le decía una cifra, la que fuera, y Walter, indefectiblemente contestaba: ¡Qué despilfarro! La tarde que podíamos haber pasar con esa pasta aportando en el estadio.

Volviendo a En bandeja de plata, el film carece de la amargura cínica de El apartamento, pero no se descuiden. Tras su fachada de película ligera, y suavemente satírica, se esconde una dirección de esas que meten el bisturí para llegar a los forúnculos más desazonadores de la naturaleza humana. Aunque también es cierto que en el último momento el director levanta la mano y deja que el espectador se agarre, con alivio, al arrepentimiento del pícaro circunstancial. Quien, en realidad, no es más que un pobre diablo. Vamos, lo que se dice un desnudo y bendito cuñao.

                             ALFONSO PELAEZ

 

 

 

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