12 PM | 02 Nov

ROVIRA BELETA

ROVIRA BELETADesde la mirada de un foráneo, el cine de Francesc Rovira-Beleta podría ser un buen compendio de la idiosincracia de la España de posguerra a través de sus distintas expresiones deportivas, musicales y/o culturales, enraizadas en una tradición patria de largo recorrido. Por consiguiente, se trata de una cinematografía edificada en torno a estas propuestas, desde el típico folklore español (Luna de sangre, Expreso de Andalucía,Historias de la feria), por regla general provisto de un trasfondo melodramático, hasta la recreación del mundo del denominado deporte rey (Once pares de botas, un insólito testimonio fílmico de ficción que aglutina a buena parte los mejores futbolistas de la época liderados por Kubala), y del arte del flamenco y del baile (Los tarantos, El amor brujo). Precisamente, la plasmación en la gran pantalla de esta expresión musical, propició a Rovira-Beleta un reconocimiento a escala internacional, primero con la obtención de una nominación al Oscar a la mejor película de habla no inglesa con Los tarantos –a modo de documento de carácter antropológico sobre una comunidad gitana que convive en un barrio marginal del área metropolitana de Barcelona— y más tarde con una de las primeras versiones sonoras de la obra de Prospero Merimée El amor brujo, ambas coprotagonizadas por el excelso bailarín Antonio Gades. Hasta entonces, Rovira-Beleta había cultivado con mayor o menor fortuna el género melodramático en la serie de películas anteriormente citadas o carentes de un corpus folklórico como acontece enDoce horas de vida y 39 cartas de amor –notablemente influenciadas por las películas de Luis Lucía y Antonio Del Amo rodadas durante la primera década del franquismo, para quienes ejerció de auxiliar de realización–, y sobre todo había obtenido un cierto crédito profesional con Los atracadores, en un periodo especialmente prolífico –en especial, en Barcelona—en producciones referidas al género negro. Para Rovira-Beleta este film le permitió familiarizarse con dos aspectos que años más tarde trataría de incidir en producciones como La larga agonía de los peces y No encontré rosas para mi madre: un carácter experimental por lo que concierne a los encuadres y al tratamiento de la luz, y una voluntad de combinar distintos modos de interpretación –en función de sus distintas nacionalidades– en un mismo reparto. Empero, una vez formalizaba su integración en la nómina de directores que habían trabajado a lo largo de los años de posguerra y que lograrían aún mantenerse activos hasta el advenimiento de la Democracia, Rovira-Beleta cayó en el olvido tras el fiasco económico de La espada negra. Parecía, pues, augurar que la coincidencia de este fracaso comercial y su recién estrenada edad de jubilación, significaría el punto final a la larga singladura profesional de Francesc Rovira-Beleta –no excesivamente prolífica en producciones, circunstancia que habla de su cuidado por el detalle, de un perfeccionismo infrecuente entre los directores de su generación–, tan sólo prolongada artificialmente con Crónica sentimiental en rojo –adaptación de la novela de Francisco González Ledesma, Premio Planeta del año 1984–, un pálido reflejo de lo que habían sido sus películas de mayor entidad concebidas en los años cincuenta y sesenta.

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