09 PM | 18 Abr

francois truffaut

François Truffaut (miradas)

“El cine es algo que no es arte ni es vida; está entre lo uno y lo otro.”
François Truffaut
Empezaste a amar el cine a los siete años y también la literatura, pero nunca fuiste un buen alumno. Quienes conocemos bien tu cine recordamos que tus películas están llenas de gente que escriben diarios, que escriben cartas, que leen. Tomen nota, señores del celuloide. En 1947 dejaste la escuela para emprender el vuelo. A los catorce años fundaste un club cinéfilo y conociste a Andre Bazin, uno de los grandes críticos de la época y, quizá, de todas las épocas y se convirtió en tu protector. Todos le debemos a Bazin su intervención en tu rebelde vida porque te ayudó a salir de la cárcel a causa de tu deserción del ejército. En 1953 publicaste tu primera crítica cinematográfica en “Les Cahiers du Cinema”, donde junto a tus colaboradores defendíais apasionadamente lo que denominabais cine de autor. Fueron las primeras semillas que eclosionaron en la nouvelle vage que más adelante convulsionaría al cine francés, rompiendo con las acartonadas películas que se hacían por entonces, para mostrar personajes vivos con un estilo narrativo directo, heredero del neorrealismo italiano. Todos sabemos que en 1957 ayudaste al gran Roberto Rosellini en algunos de sus proyectos. Según nos has enseñado, mi querido Truffaut, en tu maravilloso libro El placer de la mirada, y por primera vez en la historia del cine, la pregunta: “¿cómo hacer una película?”, fue reemplazada por otra más angustiosa y profunda: “¿por qué hacer una película?“. Tomen nota, señores productores y directores.

En realidad, todos los miembros de la nouvelle vague procedían de una burguesía más o menos acomodada, salvo tú, que fuiste el más virulento crítico del cinema de qualité y quien, de algún modo, diste la señal de partida con tus célebres artículos sobre la tendencia del cine francés, y el único que, paradójicamente, te acomodaste más tarde a cierta convención de ese mismo cine de calidad, quizá por ello fuiste el único que consiguió el reconocimiento del cine convencional, lo que provocó la violenta distanciación con tu amigo, ay, Jean-Luc Godard a partir, sobre todo, de esa magnífica película que es La noche americana (1973). Pero este no es el motivo de mis recuerdos hacia tu cine y tu persona.

En tus tres primeros títulos reflejaste ya tu propia visión del mundo y dijiste casi todo lo que tenías que decir, revalidando así tu propia teoría de que un cineasta se expresa con mayor plenitud e intensidad en sus tres primeras películas, y luego se limita a reelaborar esos mismos temas y preocupaciones hasta el infinito. Quizá tengas razón, todo Godard ya está en su primer cortometraje; Une jeune coquette, todo Welles está ya en el primer rollo deCiudadano Kane, todo Buñuel en Un perro andaluz, etc.

Defendiste en todo momento la inocencia y pureza de la niñez y la adolescencia, quizá, para compensar el abandono y la infelicidad que tú experimentaste durante tu infancia. La infancia son cuatrocientos golpes y vimos tu vida a través de tu álter ego Antoine Doinel (Jean-Pierre Léaud), un niño triste, al que maltrató su historia personal. Más tarde dirías continuamente: “El hombre tiene capacidad limitada de tener amigos.” Para ti nada fue pequeño en lo que concierne a la infancia: “cuando oigo a un adulto añorar su infancia, tiendo a pensar que tiene mala memoria.” Dijo Ramón Eder: “Haber tenido una infancia feliz es un serio obstáculo para el resto de la vida. Solo se puede ir a peor.” Pero también el niño triste y soñador, miedoso y solo, no se redime nunca.

Cuando Doinel en Los cuatrocientos golpes (1959) escapa del reformatorio en uno de los finales más bellos de la historia del cine, corre y corre, seguido por un largo travelling de la cámara durante diez minutos: finalmente llega al mar, ve que su huida ha terminado y el filme acaba en una monstruosa foto-fija de Doinel que encara ¿al espectador? ¿a la niñez perdida? ¿a su destino? Yo he querido ver que es simplemente la puesta en imágenes, sin otro símbolo que el que se le antoje al espectador, de la concepción poética de un instante.
Los verdaderos cineastas que te entusiasmaban eran precisamente aquellos que tenían un mundo que hablaban de la herida existencial del ser humano, que presentaban la ruptura del sueño de la realidad. Tus personajes están también siempre atrapados en un engranaje. “Sienten que están en falta”, como tú mismo decías.

Frente a las cosas que te interesaban no podías mantenerte indiferente: ardías de pasión, esa pasión de los autodidactas y de los que han sufrido mucho en la vida, sobre todo en la infancia y en la adolescencia. Al fin y al cabo un autodidacta es una persona que se ha edificado desde la más absoluta derrota. “Por muy bien hecho que esté un filme, si no es sincero, no vale nada.” Y es que todo gran cineasta lleva dentro su modo de contar cómo pasa el tiempo; como Fellini, como Bergman, etc. Sus filmes son testimonio de sus vidas. Los grandes directores, los artistas, su obra es la continuación de su persona. Hay pocos cineastas de los cuales no se puede dejar de ver una película. Eso es lo que ocurre con tu cine. Siempre hay algo que me va a explicar la película anterior, y si no la veo no comprenderé bien la siguiente.

Sé que en tu vida cotidiana, a pesar de tu fragilidad, siempre te estabas moviendo, siempre estabas apasionado por algo, siempre estabas descubriendo algo nuevo, excepto cuando dedicabas horas y horas a leer. Tomen nota, señores directores y productores. Tu bondad, rara en el cine, rara en todas partes y tu generosidad con el dinero, más rara en Francia que en ninguna parte. Una vez dijiste que nunca irías a ver una carrera, ni un partido, ni cualquier otra cosa, porque tendrías la impresión de traicionar al cine. No te gustaba estar reunido con la gente, en grupo. Te gustaba estar a solas con una persona o dos: así eras tú, porque odiabas los malentendidos tanto como las formalidades. Que detestabas las modas, todo aquello que está impuesto en las gentes por las elites. No te gustaba los elogios excesivos cuando son unánimes y escoltan toda una carrera, porque creías que podían esterilizar a un artista mucho más que la ducha de agua fría que corresponde a la realidad de la vida. “Un director de cine de hoy debe aceptar la idea de que su trabajo puede ser juzgado eventualmente por alguien que quizá no vio nunca una película de Murnau.”

Otro factor compensatorio en tu universo, mi querido amigo, es la existencia del propio cine: “El cine es el rey supremo”, como tu mismo afirmaste en La noche americana. Tu filosofía es la de que las películas reflejan la vida, son la propia vida y la de que viendo o haciéndolas, o incluso hablando sobre ellas, no se siente uno nunca solo. Los actores y el equipo técnico constituyeron tu verdadera familia. Nada más nacer una película ya te ponías a pensar inmediatamente en la siguiente. Igual que en la vida, o todavía mejor, pues las películas no mueren nunca. Nadie muere realmente mientras no está olvidado.

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