EL BARÓN PRÁSIL
“El Barón Prášil” (1961) es el cuarto largometraje de Karel Zeman, una adaptación libre de la obra del escritor y filósofo germano, Göttfried Bürger, “Las aventuras del barón de Münchhausen”. El Barón fue un noble alemán de la Baja Sajonia, nacido en 1720 en Bondewerer, y perteneció a aquella estirpe de aventureros europeos dieciochescos (unos reales como Casanova, y otros inventados, como Don Giovanni, o Cándido –éste, menos valentón-), la mayoría bravucones de espada presta, casaca engolada, y tricornio emplumado. La vida del Barón ocupa casi todo el siglo XVIII, y puede decirse que fue auto ficcionalizada por él, porque debía inventarse casi todo lo que narraba… De joven sirvió de paje a un poderoso duque germano, luego se alistó en el ejército ruso y participó con éxito en dos contiendas con los turcos. No consta que perdiera ningún miembro, ni órgano vital, a diferencia de otros ilustres, no sabemos si porque su papel era muchas veces tocar la corneta… Llegó a ser capitán de caballería en 1750.
Aunque, a decir de su inclinación a la inventiva, debió ser alguien muy poco racionalista para la época, sin embargo, podría más o menos enmarcarse “a su manera” en el espíritu aventurero e ilustrado del Siglo de las Luces, viajeros de diverso rango social, bolsillo, o fuste intelectual, en una época en la que viajar era un suplicio, en una Europa revolucionaria y bastante convulsa.
Münchhaussen, quién debió viajar más con la imaginación que con el cuerpo, pasó a la Historia por su capacidad de creerse sus propias fantasías o mentiras, como por ejemplo aquella que manifestó a sus convecinos -quizá creyéndoselo- que “había pisado la Luna” (entre otras andanzas que algunos creerían sin pestañear…). Estas ficciones debieron correr de boca en boca entre numerosos ciudadanos, provocando una gran admiración…
Con los años, aquel grueso pastiche de invenciones, y esa amalgama de verdad y figuraciones complejas y elaboradas, debieron ocasionar al retirarse a su Baja Sajonia natal (hacia 1770), una recomposición de su propia identidad y memoria, viviendo quizá desde entonces en una especie de ensoñación rousseauniana, aunque quizá más abstracta e incierta.
Su especial habilidad para recrear de manera delirante realidades inexistentes, potenció su fama, hasta que un anónimo –que debió quedarse bastante atónito- las recogió en 1780.
Cinco años más tarde, ese primer testimonio escrito llegó al escritor germano, Erich Raspe, quien hizo una adaptación al inglés –posiblemente deformando aún más las aventuras del Barón- y la publicó en Londres en 1785 con el rimbombante título de: “Narración de los Maravillosos Viajes y Campañas del Barón Münchhausen en Rusia…”. Algunos señalan que Münchhaussen fue compañero de Raspe en la Universidad de Gottinga, con lo que, si eso fuera cierto, en nada extraña el resultado del libro (con varias jarras de cerveza en la mesa…).
En cualquier caso, no se conocen a ciencia cierta las nuevas invenciones que pudo añadir Raspe, y que lo más probable es que las añadiera. Raspe creo un personaje algo bufonesco y caricaturizado, satírico, e infantiloide, personaje que debió atraer al siempre niño, Zeman, quien ya conocía la primera versión cinematográfica del Barón de su admirado Méliès (de 1911).
Al año siguiente de la publicación de Raspe, el escritor y filósofo también alemán, Gottfried Bürguer, tradujo la obra del inglés al alemán, y le puso el también rimbombante título de: “Viajes maravillosos por mar y tierra: Campañas y aventuras cómicas del barón de Münchhausen…”.
De manera que, si ya existían numerosas exageraciones o mentiras en las narraciones del Barón, a ellas se vinieron a sumar probablemente las de los otros tres autores: las del anónimo recopilador de 1780, las de Raspe cinco años más tarde, y finalmente las de Bürguer, en 1786. Es probable que los tres deformasen y engrosasen al gusto las figuraciones del aventurero, una sarta de añadidos sucesivos que desembocaron en un constructo narrativo de una inverosimilitud desproporcionada (aunque ameno y entretenido)…
Finalmente, quizá animado por la versión Méliès, Zeman hizo una versión fílmica extraordinaria, muy teatral y aún más fantástica –si cabe decir esto- que la anterior película alemana sobre el mismo personaje, de 1943, dirigida por Josef von Báky, con interesantes efectos especiales (hay una versión posterior de Münchausen, de 1988, de Terry Gilliam).
En la de Zeman, Münchhausen es alguien menos histriónico que las otras versiones, más reposado y flemático, a veces frío, a ratos melancólico. Y al igual que “La Invención Diabólica”, o “El Dirigible Robado” –que veremos la semana que viene-, el elenco actoral es excelente, principalmente la actuación del protagonista, el gran actor checo Miloš Kopecký. Zeman fue bastante riguroso con el espíritu de la obra de Bürguer (si puede decirse esto, después de tantas mentiras y delirios sucesivos…), y crea una ambientación de gran belleza, escenarios, decorados y dibujos, muy influenciado por la estética de Gustave Doré. Se mezcla además una ciencia ficción de corte decimonónico, cierto sabor orientalista francés, y una acertada expresión del espíritu ilustrado y de aventura del siglo XVIII.
Y, ¿por qué Zeman llamó “Prášil”, a Münchhausen? Podría haber dos interpretaciones: la primera podría ser, para que su película no se la confundiera en el futuro con la anterior alemana del mismo nombre, de 1943, y que acabamos de reseñar. Y la segunda, una opinión más particular, si los alemanes hacían versiones en su lengua de óperas checas, o de otras obras en checo (hay una ristra interminable de ejemplos, que darían para otro artículo), y no les importaba ni lo más mínimo hacerlo, ¿por qué no iba a hacer lo mismo un checo con una obra alemana…? Prášil, en checo significa, “mentiroso”, que es distinto a “el fantástico”. De este modo, con lo de “El Barón Mentiroso”, el checo contribuía con cierta sorna a apuntalar para la posteridad el perfil de este personaje germano…
La versión de Zeman podría considerarse un compendio de su espíritu artístico y de sus universos imaginarios, llenos de lirismo y belleza formal. En ella se mezclan todas las técnicas y estéticas que le caracterizan, una amplia variedad y riqueza de animaciones, numerosos efectos especiales, y la realización de decorados de gran belleza.
Concluyendo: más de dos siglos después de haberse extinguido el Barón, la psicología tomó en el siglo XX su nombre para crear el “Síndrome de Münchhausen”, y que al parecer consiste en que un paciente finge síntomas de diversas enfermedades -o incluso se las provoca, ingiriendo medicamentos o autolesionándose-, para recibir así la atención y simpatía de los demás… Del mismo Síndrome está la variante, “por poderes”: un cuidador de un niño –padre, madre, o cuidadora-, inventa síntomas falsos de enfermedades en el hijo, o provoca síntomas físicos reales para hacer creer al hijo que está enfermo… Se cree que el causante fue víctima de niño de ciertos abusos. Es decir: un enfermo mental.
Este presunto síndrome -que parece de diseño- tampoco parece guardar excesiva relación con la personalidad del Barón, que no era ningún enfermo mental. Por ello, se desconoce por qué la (pseudociencia que es la) psicología se apropió de su nombre, y memoria.
Este asunto es, digamos, el colmo de las figuraciones y de la distorsión de la propia historia del Barón, una deformación perniciosa, porque le confiere un estigma deleznable de por vida…
Finalmente, en 2005, unos 200 años después de la muerte del Barón, se inauguró en su ciudad natal de Bondewerer un monumento a su memoria.
Y, como no podía ser de otra manera, aparece representado montado sobre en una bala de cañón…
JUAN RAMÓN MENÉNDEZ JIMÉNEZ
Realizador, y Director de Los Films de Praga