07 PM | 14 Mar

Comentario a la peli ” La Ola” de Eugenio

La película formalmente sin reproche, invita a reflexiones filosóficas y psicológicas por un lado; y a sociales y políticas por otro, sobre las razones y causas sociales del fascismo y sobre sus efectos en la pisocología  individual. Y aquí, se abre un debate sobre las condiciones estructurales de injusticia social para que emerja, que algún alumno estableció como un requisito, entre otros, para la autocracia en la película; y, por otro, si las masas lo desean en un momento  de la historia, en un escenario espacial y temporal concreto, en relación biunívoca entre las 2 hipótesis.

 

La película plantea un escenario, basado en un hecho concreto que se dio en los EEUU, aunque sin las consecuencias dramáticas que aparecen al final en la peli, que nos relató Ricardo, en la que un profesor encargado de un proyecto educativo concreto de una semana sobre la Autocracia, con alumnos de instituto en una clase, se propone una experiencia práctica , no solo teórica, que avanza inexorable a lo largo de la duración del film, hasta el clímax final, para demostrar que es posible una situación en la que el líder hace simbiosis unitaria con el grupo de alumnos y termina en la expulsión del otro, de lo otro, de la diferencia, en aras de una unidad indisoluble para ocupar un espacio creciente de la dialéctica amigo-enemigo en el aula y en el exterior de las aulas. La traslación a momentos sociales y políticos conocidos que provocaron guerras mundiales y exterminios masivos del Otro, con el fascismo y el nazismo del siglo XX, está servida.

Sin eludir esta lógica de lo pequeño a lo grande, de lo local en un instituto a lo global nacional o mundial, aun teniendo en cuenta “La psicología de la masas” de Freud, en la relación recíproca que se da entre el líder y las masas, no resulta inexorable esta relación entre un profesor y sus alumnos en el marco de una clase o proyecto educativo de instituto, en un lapso temporal de una semana. Se tienen que dar unas características especiales y extraordinarias del líder seductor y del grupo homogéneo tan susceptible e influenciable en su masa media psicológica y en sus orígenes y contextos familiares, de cada uno, sociales del contexto local y nacional e incluso global, demasiado favorables y coherentes a esa proyección tan evidente y unitaria que realizan los alumnos con su profesor, con dos excepciones de un chico, al principio, que más tarde vuelve al redil y una chica que se mantiene resistente hasta el final, que se podría dar un caso entre millones, que es de hecho lo que significa que haya servido el caso de EEUU para elaborar este relato único cinematográfico.

Hay que tener en cuenta, también,  que hay una posición previa, que los alumnos conocen, y el instituto también, de un proyecto educativo, que se trata de un aprendizaje, en una semana, un taller que se llama ahora, sobre la autocracia, que en principio es teórica, y por tanto sin trascendencia ni repercusión práctica en un contexto académico, para convertir a todos los alumnos en violentos fascistas, en la escena final del discurso enaltecedor del profesor con la prueba catártica para actuar violentamente contra el traidor, que se desmarca del grupo homogéneo, espontáneo o no, da igual, con la idea de demostrarles que pueden ser fascistas, con violencia física incluida (“tirarle por la ventana” dice el profesor), con solo una serie de requisitos de liderazgo adecuado, seductor, disciplina, vestimenta, logo del grupo, nombre, poder de acción, saludo e identidad colectiva introyectada en cada uno.

Ahora bien, dicho esto, el ser humano está atravesado por lo social, no hay individuos aislados, ni sociedades como suma de individuos particulares, que dirían los liberales que se escuchan por ahí y predican esa utopía, para todos, a mi entender, donde todos somos seres conscientes y autónomos, los Robinson Crusoe de la isla desierta, pero en sociedad, igualados a emprendedores, autónomos, profesionales, todos libres, paradojas de la sociedad contemporánea capitalista de la mercancía, el trabajo y el “sujeto automático” fetichista y fetichizado, cosificados, sometidos a poderes y estructuras de violencia que no puede eludir; todos ellos, autorreflexivos, conscientes, frente a los alienados de verdad, que se aúnan en movimientos sociales, dirigidos por “cabecillas” que pretenden someter a las masas inconscientes y hacerles dóciles al servicio de intereses espurios, del comunismo, el feminismo, el ecologismo, por citar los movimientos más importantes y numerosos, todo lo colectivo….. Todo eso, que se iguala con lo otro, que desinhibe al individuo de su conciencia absoluta libre y su esencia permanente del bien como si en él solo hubiera bondad, como si nadie pudiera comportarse como fascista si no lo desea. Como si el inconsciente no existiera.

Esa equivalencia del fascista y el antifascista, de la ultraderecha y la ultraizquierda, como si esta última existiera hoy, y fuera un peligro real, vistiendo al mono a capricho, para zurrarle y derrotarle mejor. Equivalencia ilegitima, donde las haya. Porque sólo el fascismo es peligroso, ya que nos sitúa, ante el enemigo fabricado, construido, para reforzar mi bien, mi bondad, mi esencia auténtica alienada por los grupos sociales o ideológicos, que me desnaturalizan. Paradójicamente, este pensar individualista, que se opone a lo social, es el más sometido al dominio fetichista de la sociedad contemporánea de la mercancía y el dinero, como dioses únicos.

Ahí está el problema, en que deseamos ser fascistas, en determinadas situaciones sociales, históricas, lo deseamos con pasión, si no jamás hubiera existido el exterminio nazi, el fascismo italiano, las latinoamericanas, las del Oriente, la larga de Franco, que todavía vivimos y sentimos las secuelas dejadas en muchos de nuestros compatriotas, que vuelven a renacer, apenas sienten la presencia de lo otro que le atormenta. El miedo a la pérdida, a la inseguridad, a la incertidumbre, al vacío, a dejar de ser propietarios crecientes de mercancías, dinero, capital, a no tener trabajo, a perder en la escala social, nos hace fascistas, antes que revolucionarios. El Otro, el diferente, el que está en situación peor que yo, aparece siempre como un enemigo a batir. La violencia, la del aparato del estado, la de los movimientos fascistas (aquí ya sí, no importa), se legitiman y se exigen. Hobbes y su Leviatán.

Más vale, que atendamos críticamente, con exigencia de transformación profunda, en connivencia con los movimientos sociales que abren posibilidades de formas de vida, mas libres, no cosificadas, a las estructuras de opresión y dominación que existen por doquier. Porque de lo contrario, el fascismo volverá de nuevo, con más o menos violencia, dependerá, y acompañada de los deseos de los hombres. Un Rousseau constituyente se reivindica, y Marx, y otros renovados tras sus huellas. Sin equivalencias con el fascismo.

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