Léolo, el cine que nos interpela (Living in fantasy)

El jueves,18 de septiembre, asistimos en la Casa de Cultura a la proyección de «Léolo», de Jean Claude Lauzon. Se ha repuesto en los cines Renoir de Madrid el pasado mes de agosto de 2025, y ahora hemos podido verla aquí, en S.L. De El Escorial.
Esta película estrenada en el año 1992 es un acontecimiento, una manera de disfrutar del cine que va más allá de lo convencional, tanto por el lugar donde la hemos visto, como por la película misma.
Sirva de acompañamiento a lo anterior, unas palabras de nuestro admirado y denostado, por igual, Carlos Boyero. En una entrevista de 2008 dice: «Es de las experiencias más fuertes que he tenido en una sala de cine. «Léolo» no se parece a nada, es la poesía más desgarrada hecha cine».
Conviene saber que el guion de «Léolo» está basado en una libérrima adaptación de la novela «El valle de los avasallados», de Réjean Ducharme, autor quebequés.
La novela trata de “una niña prodigio, disertadora, políglota, actriz, intérprete de diversos instrumentos, bailarina, experta en montar y desmontar armas de un solo vistazo. Desgraciada, lúcida, destinada al suicidio o dispuesta a envejecer… Pero la edición es un puñetero desastre. Un desastre mayúsculo. ¡Un tsunami en la imprenta! ¡El apocalipsis bibliográfico! ¡El Doctor Hyde de Guttemberg! ¡Gadafi revisando galeradas!» Nos dice «alguien» en su crítica de la novela en la revista digital «Un libro al día».
Hay algunos ecos en la descripción de la niña protagonista de «L’avalée des avalés» que se escuchan en el personaje de Léolo.
Es una película única en su contenido, aunque no le faltan referencias cinematográficas: François Truffaut («Los cuatrocientos golpes»,1959), Werner Herzog («El enigma de Kaspar Hauser»,1974). Describe las relaciones familiares, la infancia, la adolescencia y la educación con soltura crítica. En un ambiente sórdido se muestran, sin cortapisas, las miserias más escatológicas de la cotidianidad familiar con el manejo de la comedia bufa. Puede haber ternura en algunos momentos junto a una realidad descarnada, mientras que en otro nivel se va desgranando el pensamiento poético de Léolo, «como un renacido Rimbaud». Reflexiones escritas con urgencia en una prosa poética; en hojas de papel que arroja sistemáticamente a la basura. Un monólogo interior de escritura automática y a la vez frenética, propia de un genio, que le ayuda a escapar de su obsesión: no caer en el pozo negro de la locura. Poesía e imaginación como antídoto: «Yo, porque sueño…, yo no lo soy [o no lo estoy] (en francés: Moi, parce je rêve… moi, je ne le suis pas».
Léolo Lozone se sueña, se imagina: es el producto de su propia fantasía.
El espectador conoce lo que piensa y escribe Léolo gracias a «el domador de versos», personaje enigmático e indispensable que vertebra el guion de la película. Tiene «síndrome de Diógenes» que le apura a hurgar y a recuperar de la basura, ¡oh paradoja!, las cosas bellas. Es el único que quiere ayudar a Léolo, que comprende su calidad como escritor y el riesgo que corre como persona. Hasta el amor que siente Léolo es inventado y juega en su contra. La luz blanca detrás de la puerta que le(nos) deslumbra y le lleva a ese mundo de la imaginación en el que vive Bianca, su amada; que le conecta con las tierras sicilianas donde el destino lo engendró, según su propia explicación de los hechos para distanciarse de sus genes familiares. Pero la realidad no le ayuda, le provoca. Siempre la realidad; la que le supera, la que le muestra el camino hacia la decepción y hacia el desenlace trágico de su final.
«Léolo» no es una película amable, no está hecha para agradar. Lo que pueda pensar el espectador le trae sin cuidado al director, incluso el acto de abandonar la sala antes de que finalice la proyección.
Su lenguaje cinematográfico nos interpela, incomoda nuestras conciencias instaladas en zonas de seguridad. El montaje combina imágenes entrañables con otras que preferiríamos no ver. La luz de la fotografía, donde se aprecia el tiempo que ha pasado desde que se rodó, resalta la fealdad de su costumbrismo. La ética que maneja el director, en la forma de rodar la película, remueve sentimientos de rechazo. En definitiva, Jean Claude Lauzon crea un personaje cuya lucidez e ingenio es indiscutible para transmitirnos un mensaje: vivir en la fantasía tiene su precio.
Antonio Herranz
(21-09-2025)