EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA
EL QUE PUEDA HACER QUE HAGA
Félix Alonso
Para este mes de agosto tenía el propósito de leer la novela Camí de sirga de Jesús Moncada, una evocación a la desaparición de Mequinensa, un pueblo en los enclaves del Ebro y del Segre, y que según me dicen está considerada como una de las obras cumbres de la literatura catalana, pero se me ha cruzado el ensayo de Volker Ulrich sobre El fracaso de la república de Weimar y no he podido resistirme por el subtítulo: las horas fatídicas de una democracia. Por algunas similitudes con el momento actual, destaco la campaña de difamación que sufrió Ebert, presidente de la República, y que están consideradas como las mas importantes jamás vividas por un político en la joven democracia alemana.
Las élites que gobernaban antes de 1918 no podían soportar que un hombre de origen humilde, sastre de formación y socialdemócrata, ostentara el cargo mas alto del Estado. Friederich Ebert, muy conocido en España por la fundación que lleva su nombre, impartidora de muchos cursos de formación a socialistas, fue elegido líder del SPD (partido socialdemócrata de Alemania) en 1913, a la muerte de August Bebel, y primer canciller después de la revolución de noviembre de 1919.
Los caricaturistas de la prensa enemiga de la República, se hicieron eco de comentarios maliciosos, a raíz de una foto que mostraba a Ebert con el ministro de defensa Gustav Noske, en un balneario del mar báltico con bañador. La foto sirvió para insultos variados de todo tipo, que buscaban socavar la reputación del Jefe del Estado y el orden democrático que encarnaba, acusándole en los medios contrarios a la república de corrupción y enriquecimiento personal.
Ebert reaccionó en un primer momento con reserva, pero optó posteriormente, después del asesinato de Rathenau por la ultraderecha, por presentar doscientas demandas hasta finales de 1924, con lo que pretendía defender su dignidad y el prestigio de la república. Todo fue en vano. En junio de 1922 Emil Gansser, uno de los promotores de Hitler, le difamó en público, en plena calle llamándole Traidor a la Patria. Gansser le envió posteriormente una carta abierta en la que decía que :“era una prueba de carga demasiado peligrosa para la república la permanencia en la misma de una persona que tolera la acusación de traición a la patria”. Sus abogados le recomendaron que no pusiera demanda, pero a los pocos días un periódico de tendencia nacionalista, recogió a finales de 1924 la afrenta de Gansser con este titular :“Demuestre señor Ebert que no es traidor a la patria”. Ebert presentó una denuncia contra el editor del periódico, y lo que comenzó como un caso de difamación se convirtió en la oportunidad de poner en tela de juicio la política entera de la socialdemocracia durante la Primera Guerra Mundial. Celebrado el juicio con una condena mínima al editor, la sentencia dictaba que: “Ebert había cumplido en términos objetivos y subjetivos con el acto de traición a la patria, por su participación en el liderazgo de la huelga y por ciertas acciones en esa situación”.
El fallo desató la indignación de los círculos republicanos, juristas, políticos y artistas de renombre hicieron declaraciones a favor de Ebert, el proceso de apelación no vio su luz pues el socialdemócrata moriría antes de iniciarse las actuaciones.
En las elecciones para elegir a un nuevo presidente, los seguidores de Thälman, dirigente del partido comunista, no tuvieron ningún remordimiento en que, por apoyar su candidatura, el ganador fuera Hinderburg, que luego daría el poder a Hitler. El Vorwäts, el 27 de abril tituló “Hindenburg, gracias a Thälmann” Ahí me quedo, a la espera de ver el estreno de hoy: “La gran ambición”, la peli de Andrea Segre, que reflexiona sobre los motivos del fracaso del pacto entre el PCI y la democracia cristiana, que pudo cambiar el curso de la historia en Italia.