10 PM | 26 Abr

De LePenes y otros asuntos

Alfonso Peláez

 

Hace un par de días escuchaba en un mismo informativo de la televisión dos noticias, que aisladas podrían parecer anecdóticas, pero al juntarlas me dieron bastante que pensar. Eran como esos botones que dejan perfectamente a las claras todo el surtido ellos solitos.

Noticia uno: el madrileño medio cede a otras comunidades 600 euros de sus impuestos. El tono del locutor era condescendiente con un hecho que, sin duda, le parecía escandalosamente injusto.

Noticia dos: La industria del cuidado canino va en España viento en popa. Genera miles de puestos de trabajo y cientos de millones de facturación. Tal progreso se asienta, entre otros, en dos factores. Por un lado, en la innovación de empresas como XXX y, por otro, en el gasto de los poseedores de mascotas, que llega por término medio a los 1250 euros al año en cada animal. El locutor, ahí, se salía de tanto entusiasmo y regocijo.

Sé que piso territorio minado. Tanto el odio a los impuestos como el amor a los animales, son hoy devociones sustentadas en sensibilidades, respetables, pero por lo general de extrema delicadeza. Soy consciente de que la más mínima observación al respecto se convierte en ofensa para muchos. Aun así, me adentraré, fatalista y aguerrido, en tan proceloso avatar. Allá vamos.

Todavía, un pequeño rodeo más. Recordemos el concepto de “ideología”. La ideología, en términos marxianos muy elementales, es la falsa conciencia del mundo con la que cada cual nos levantamos cada mañana. Está determinada por las relaciones económicas de producción dominantes y, en tanto que superestructura, ofrece algunos márgenes personales de variación. Pero tampoco tantos. De modo que, dime en qué clase de relaciones de producción andas metido y te diré, más o menos, cuál es la ideología que te mereces. A no ser que pertenezcas a la esclarecida vanguardia del proletariado. Ahí, la cosa cambia. Ahí, ni falsa conciencia ni mandangas. Tú visión del mundo, en ese caso, será plenamente objetiva. (Perdón por la boutade).

Hay que decir también que la ideología, a diferencia de la moral, no nos dice lo que está bien o mal. O no tan directamente. Al igual que la moral motiva nuestro comportamiento, pero desde un impulso más inconsciente y neutro. La ideología, simplemente, nos tasa lo que es natural o antinatural. Otorgando, así, carta de objetividad a lo que no son más que constructos humanos.

Volviendo a nuestro par de noticias, se veía que para el locutor es natural que el ciudadano se gaste al año 1250 del ala en el chucho, mientras que parecía resultarle aberrante transferir 600 de su IRPF para sufragar el mantenimiento de una carretera comarcal en el pueblo sanabrés de su suegro, pongamos por caso. Lo malo, en la actualidad, es la cantidad de gente que ve el asunto del mismo modo: escandalazo ante el pago de impuestos, al tiempo que, perfecta asunción del derroche en capítulos, digamos, prescindibles. ¡La ideología de la libertad!

Saber cómo hemos llegado hasta aquí es difícil de precisar. Ahora bien, aquí estamos. Autistas y ensimismados. Insolidarios hasta extremos irresponsables. Arrastrados por banderas carentes de toda relevancia para cualquiera que no aspire a otra cosa que una adolescencia perenne.

El marketing (me niego a distinguir entre el comercial y el político), amparado en una comunicación vacua y tramposa, nos ha convertido en receptores de aquiescencias falsas para aspiraciones irrealizables, hasta llegar a impedirnos ver otra realidad que no sea la de nuestros caprichos subjetivos, instantáneos y pueriles. Y los de nuestras mascotas.

El resultado es que nos pasamos la vida temblorosos y atemorizados frente un mundo artificialmente complejo. Presos de incertidumbre e inseguridades constantes. Incapaces de comprender que la solución solo está en la solidaridad activa. Y que, esta no es una opción ética. Es, tan solo, el requisito necesario para la supervivencia de la especie, tal como ha dejado bien claro, por ejemplo, la terrible experiencia de la pandemia. Mientras tanto, nuestro narcisismo solo nos alcanza para estar prendidos del selfi que nos cosechará un puñado de likes… con el perro. O con los gatos. Como Marine Le Pen.

Estos días respiramos aliviado porque doña Marine ha perdido por tercera vez. Pero renunciamos a comprender que la seguridad que profetizaba esa señora a sus votantes solo trae cuenta del endurecimiento con los más débiles, de rendirse ante los más fuertes y de fomentar la cría de perros. Bueno en su caso, de gatos.

Entiéndaseme lo que quiero decir, por favor: de aislarnos más. De hacernos más indefensos.

¿Cuándo vamos a ser capaces de priorizar eficazmente?

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