CUENTO DE VERANO
Estamos realizando un ciclo dedicado a Rohmer, autor que junto a nombres como Jean-Luc Godard o François Truffaut perteneció a la Nouvelle Vague, centró el interés de su cine sobre conceptos como la juventud, el amor, la seducción o el erotismo, temas todos presentes en Cuento de verano. La película, que pondremos el martes día 15, bascula alrededor de un chico joven que pasa unos días de verano en la costa de Francia y entabla una serie de relaciones, unas de amistad, otras de seducción, siempre en la fina línea entre esos dos estados, con tres chicas a la vez. Al terminar Cuento de Otoño, surgieron comentarios sobre el estilo de Rohmer, sobrio y nada condescendiente con el espectador, que despliega en su cine las siguientes herramientas: unos profusos y ricos diálogos, la manera en la que los actores se posicionan en el plano y la creación de ambientes, sensaciones y espacios a la que acostumbra el cine del autor francés. La primera de todas es la que, probablemente, se convierte en el hecho más distintivo de la obra de Rohmer a simple vista, sus películas son obras de conversación, sus personajes hablan mucho y tienen largas conversaciones discursivas sobre temas diversos que siempre llevan a un mismo lugar: la nada, la inexpresividad y vacío de la burguesía francesa que tan ácidamente retrata Rohmer. Hay un experimento que propongo: quitemos los diálogos y veremos como el esqueleto de la película se mantiene. Los seres humanos somos máscaras que intentamos hacer creer lo que no es, Rohmer lo sabe y lo expresa, sobretodo, gracias a su uso sutil, pero constante, de los movimientos de los actores y a la creación de atmósferas complejas para cada lugar y momento de la película.
A lo largo de la película el protagonista de Cuento de verano tiene varios largos paseos con la primera chica que conoce en la película (y aquella que Rohmer se preocupa de dar a entender que es la que se lleva mejor con él) en los que habla con ella de sus relaciones con las otras dos mientras entre ellos dos florece un claro interés romántico. Toda esta tensión, sugerida a través del subtexto, la refleja Rohmer mediante el posicionamiento de los actores en el plano: la forma en la que se ven, se sienten o se desean se ve reflejada sutilmente en como los personajes se relacionan corporalmente entre sí, caminan, se acercan, se alejan, se sientan, se tocan, se levantan, corren… Cualquier movimiento en estas escenas apunta hacia donde evoluciona la relación y así lo siente el espectador: una simple mirada puede hacerlo estremecer, y eso se consigue gracias a la depuración formal que elabora Eric Rohmer.
Me encanta Rohmer, pero eso no quita, que al terminar de ver «Cuento de Otoño», me viera el corto de Radu Jude titulado «La tapa de la lámpara» ambientado en un pequeño pueblo rumano cercano a la frontera con Moldavia, Doroscani, en el que viven los protagonistas, una familia que tiene roto el televisor y su padre se lo quiere arreglar al niño para ver una película. En Doroscani apenas hay conexión por carretera, y tienen que hacer el viaje en autobús con la televisión a cuestas hasta llegar a un taller técnico, que hay que verlo para creerlo. Tenemos que ver buen cine venga de donde venga, si puede ser europeo mejor. No nos podemos cerrar en oír a Mozart despreciando a Wagner. Tenemos que ver «A complete Unknown» sin prejuicios. Me considero rohmeriano, mozartiano y proustiano, pero no desprecio a Ford. El próximo martes seguiremos hablando de Rhomer, se lo merece por su libertad creativa.
félix