02 PM | 01 Mar

EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO

Todo el mundo sabe que para ser un buen cinéfilo (de mierda) es importante entender el cine como una disciplina artística, y no únicamente como una industria. Y para entender el cine como un arte, hay que conocer a los artistas y disfrutar de sus obras. Todo esto que digo es clasista y fácilmente rebatible; pero hay algo de cierto en que, para conseguir nuestro ansiado carnet de cinéfilo, debes tragarte algunos tostones. No estoy hablando de verte “El caballo de Turin” una vez por semana ni de conocer toda la filmografía de Bergman, aunque sí que es conveniente que sepas recurrir a autores que no sean Nolan o Fincher.

Si pretendes, por tanto, introducirte un pelín más en este apasionante mundo del séptimo arte y atravesar la férrea barrera de lo comprensible, “El sacrificio de un ciervo sagrado” de Yorgos Lanthimos es tu película.

Esta película es arte, aunque con el término no quiero agregar ningún tipo de connotación. Es arte, simplemente, para bien o para mal: es la mirada de un artista hacia un tema, y la forma que tiene él de comunicarlo. Sobre el tema en cuestión, creo que podemos ponernos relativos, ya que el discurso es lo suficientemente amplio y ambiguo como para encontrar varios hilos conductores; desde una compleja deconstrucción de la familia burguesa tradicional hasta una historia sobre la justicia o sobre, simplemente, la madurez. A Lanthimos, además, parece no importarle dónde coloque el espectador el foco, y otorga a cada una de estas ideas la presencia que merece, sin dejar que ninguna se vea anulada o destacada. Sabe introducir pasajes más figurativos que guían la trama y que se encuentran supeditados a principios de causalidad, así como momentos más abstractos abiertos a la interpretación subjetiva. Esta variedad hace que la obra sea muy disfrutable para cualquier persona, sea cual sea su costumbre hacia ver este tipo de propuestas. Quizá los cinéfilos más “hardcore” echen en falta cierta complejidad en el tratamiento, pero nunca atraviesa el portal de lo sencillo.

Lo que más puede echar hacia atrás a los neófitos es su ritmo, lento pero muy adecuado. Aunque está lejos del estatismo de Haneke, no tiene miedo de mantener el plano el tiempo necesario para transmitir lo que quiere contar. En conjunto, aunque la llegada al clímax no es tan pronunciada como nos tiene acostumbrados Hollywood –y podría serlo-, se observa un crecimiento notable de la tensión y un ejercicio de tempo muy correcto, que no se ata a ninguna corriente predominante y tiene la osadía de crear su propio estilo. Pero en “El sacrificio de un ciervo sagrado”, el ritmo no viene marcado únicamente por la consecución de los planos ni por su morfología: los actores juegan un papel fundamental, pues están dirigidos bajo la premisa de sonar pausados, excesivamente formales e, incluso, hieráticos. Su interpretación es notable, transmitiendo una impostada rectitud que va rompiéndose conforme avanzan los acontecimientos. Sorprende que la pareja protagonista (Colin Farrell y Nicole Kidman) se hayan querido incluir en este tipo de obras, y denota que Farrell se encontró cómodo con Lanthimos tras “Langosta”, su anterior trabajo en conjunto. Destacar al misterioso Barry Keoghan, que sin muchas florituras logra atraernos con su aparente ingenuidad.

Otro de los pilares de la obra es su imagen. Junto a su habitual director de fotografía, Thimios Bakatakis, Lanthimos nos regala un conjunto de estampas magnificas, con un uso muy acertado de la iluminación y de los movimientos de cámara. Si hablamos de “Dunkerque” o de “Blade Runner 2049” como claras candidatas a mejor dirección de fotografía del año, debemos agregar a la lista esta cinta que, con un despliegue infinitamente menor y desde la modestia, también obtiene resultados muy sobresalientes. Incluso se permite algunos alardes técnicos y de estilo que resultan muy de agradecer y que se pueden apreciar desde la misma apertura. Y lo más importante, es que la imagen, al igual que todos los elementos de la película, transmite.

Aconsejo a las personas que se acerquen a esta obra, y que pretendan continuar posteriormente con obras similares, que se dejen llevar por la propuesta y que no se preocupen por buscarle una lógica o un significado. “El sacrificio de un ciervo sagrado” tiene mucho de surrealismo; y como tal, es bonito perderse en la evocación y en las sensaciones más que en la historia o en lo apreciable. Tanto la imagen, como el ritmo, como el sonido o la interpretación de los actores, están en sintonía para transmitirnos un conjunto de emociones que se pueden perder si estamos pendientes de buscarle todos los detalles y todas las reflexiones. Esta cinta, como los cuadros de los grandes autores de vanguardia del siglo XX, hay que entenderla como una obra centrada en evocar y en transmitir. Durante el metraje podremos sentir la extrañeza, la frialdad que domina el tono; y que ésta se vaya transformando poco a poco en agresividad, en temor, en desesperación e impotencia. Cada escena tiene un aura que, cuándo concluye, se mantiene soterrada bajo el personaje que la protagoniza y condiciona el significado de las escenas posteriores. Así, existen ideas de rebeldía adolescente, de pasión, de curiosidad, de misticismo, de manipulación… Se trata de un conjunto de sensaciones que desembocan en un final absurdo, desde el aspecto más amargo del término.

Y es lo bueno de esta propuesta: una vez la hayas vivido y, te haya gustado o no, te permite la opción de volver en un futuro a descubrir nuevas emociones y nuevos sentidos o de dejarla apartada para siempre en tu cabeza, abriéndote la mente a nuevas historias y nuevas propuestas. Sacarle todo el jugo no es posible en un primer visionado, y puede que tampoco en un segundo, ya que esa es una de las ventajas –o de los inconvenientes- del arte; pero no llega al hermetismo onanista casi paródico de ciertos grandes nombres europeos. Lo cual, para ciertas personas, es bueno.

Cinéfilo de mierda, EN FILMAFFINITY

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